Nº 2186 - 11 al 17 de Agosto de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáOtra vez aparece la amenaza de la recolección de firmas. Es una constante en la vida política uruguaya de los últimos años, como si fuera una parada obligatoria ante cualquier asunto polémico. Todavía ni se sabe al detalle el contenido del anteproyecto de ley para reformar la seguridad social y algunos grupos sindicales y también empresariales ya están pensando en la posibilidad de promover un referéndum en contra de esos cambios, aunque todavía sean expresiones aisladas. Así lo anunció Búsqueda en su última edición.
Esa casi obsesión por la democracia directa en temas que a priori no parecen ameritarla y que tendrían que estar más sujetos a los especialistas, genera daño al sistema político uruguayo por varios motivos. Es como un fantasma que aparece siempre en los momentos más inapropiados, con el objetivo de ahuyentar cualquier tipo de cambio al statu quo actual, sea bueno o incluso intrascendente. No importa demasiado el contenido, la idea es trancar.
Genera daño porque dificulta el más mínimo avance, por más necesario que sea. No debe de haber nadie dentro de los principales partidos políticos y gremiales empresariales y sindicales que dude sobre la necesidad de reformar la seguridad social. Sin embargo, el costo político de hacerlo es alto y por eso unos cuantos de ellos terminan prefiriendo las elecciones a las soluciones. Asustan, trancan, operan y así arrancan de raíz cualquier reforma posible, porque ningún cambio en serio se puede hacer con el miedo como principal enemigo.
Genera daño porque lo que aumenta esa actitud tan combativa y un tanto infantil es la desconfianza. Las políticas de Estado, absolutamente necesarias para que un país pequeño como Uruguay pueda salir adelante, surgen luego de diálogos fructíferos y del convencimiento tanto del gobierno como de la oposición de que están en el mismo barco y se precisan. Pero anunciar una juntada de firmas antes incluso de reunirse a conversar tiene el efecto contrario. La sensación que deja es que algunos de los tripulantes de ese barco están dedicados a hacerle agujeros a su base por más que también sean ellos los que se van a hundir.
Genera daño porque le quita seriedad y profundidad a la discusión que ahora comienza. Si luego de meses de tratamiento parlamentario y varias idas y venidas, el proyecto se vota con modificaciones y hay una parte que queda muy desconforme, es legítimo que piense en la posibilidad de derogarlo mediante el mecanismo de referéndum. Pero si eso ocurre incluso antes de que el debate se inicie y de que varios de los dirigentes políticos involucrados conozcan el texto de las modificaciones al detalle, todo lo posterior pierde un poco de sentido. La imagen que queda es que el intercambio político que surgirá de aquí en más no logrará cambiar en nada el destino ya anunciado y eso es muy negativo para la democracia.
Genera daño porque, de concretarse la reforma, juntarse las firmas y convocarse al referéndum, lo más probable es que esa consulta popular sea en simultáneo con las próximas elecciones nacionales. Eso significa que la discusión se va a teñir del clima electoral, lo que distorsionará los verdaderos problemas de fondo a solucionar. Es muy difícil, por no decir imposible, que una reforma de este tipo sobreviva a unas elecciones nacionales. Es muy alto su costo como para que la mayoría del sistema político lo quiera asumir en medio de una campaña proselitista tan importante, así que su pronóstico sería reservado.
Para terminar, quizá el peor daño que genera sea seguir arrastrando por años una agonía desesperante. Si nada se hace con respecto a la seguridad social en el actual período de gobierno o lo que se hace es derogado por referéndum, la próxima administración va a asumir con una bomba arriba de su principal mesa de trabajo. No importa si es de la coalición multicolor o del Frente Amplio, el daño lo tendrá que abordar el que quede a cargo del poder y lo hará demasiado tarde.
Entonces, ya no habrá espacio ni para firmas apresuradas, ni para modificaciones de la edad jubilatoria, ni para retoques, ni mucho menos para reformas bien planificadas. El sistema previsional ya estará definitivamente fundido y solo eso es lo que habrá para repartir.