Nº 2238 - 17 al 23 de Agosto de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá¿Cómo debe ser el vínculo entre los partidos políticos y las organizaciones sociales? Durante las últimas dos semanas este tema, de gran interés desde el punto de vista teórico, se puso al rojo vivo en el Frente Amplio (FA). Primero, fue la discusión sobre si el FA debe o no definirse como partido feminista. Luego, a partir de la decisión del PIT-CNT de impulsar un plebiscito sobre la seguridad social, recrudeció el debate sobre la relación entre la coalición de izquierda y las organizaciones de trabajadores. El problema teórico, como suele ocurrir, además de connotaciones normativas de primer orden desde el punto de vista del funcionamiento de la democracia, tiene importantes consecuencias electorales.
Carlos Vaz Ferreira, en un pasaje de Fermentario, escribió que buscar el “justo medio” entre tesis contrarias no aseguraba “encontrar la verdad”, pero podía servir para aproximarse a ella, para “tantearla”. Esta recomendación puede ser útil para intentar responder a la cuestión que nos interesa. ¿Cuáles serían, en este caso, las dos posiciones extremas? Sencillo. Una de las tesis sería que los partidos deben ser completamente autónomos respecto de las organizaciones de la sociedad civil. La tesis opuesta sería que deben reflejar a la perfección los intereses de los grupos que aspiran a representar.
Veamos. Por un lado, es evidente que los partidos no pueden estar aislados por completo de la sociedad. No hay manera de representar sin tener contacto. Los partidos que pierden sus raíces sociales dejan de captar los nutrientes que los mantienen vivos. Luego se marchitan y hasta pueden morir. Por otro lado, es igual de evidente que los partidos políticos, si quieren prosperar, precisan extender sus raíces por suelos diferentes. Los partidos, cuando quieren ganar elecciones, deben ingeniarse para articular intereses de grupos sociales diversos. El caso extremo es el del partido catch-all.
No hace falta leer un manual de ciencia política para entenderlo. La historia de la política uruguaya ofrece excelentes ejemplos. Blancos y colorados han logrado sobrevivir casi dos siglos porque supieron ser atrapatodo y conservar sus raíces sociales. Hilando un poco más fino, podría afirmarse que los nacionalistas pudieron hacerlo mejor que los colorados. Los blancos han logrado mantenerse en torno al 30% del electorado, captan votos en todos los segmentos sociales, pero tienen un claro sesgo hacia el interior. Los colorados, otro gran partido catch-all “avant la lettre”, han visto menguar las extensas y profundas raíces que supieron tener en el mundo del trabajo. El Frente Amplio, a lo largo de un extenso proceso de adaptación partidaria, pasó de tener apoyo básicamente en las clases medias montevideanas y el movimiento obrero a convertirse en un partido con una enorme y variada base social.
En los tres casos mencionados se verifica la misma regla. Conexión sin sumisión, empatía sin pleitesía. Antes de discutir lo prometido (feminismo, sindicalismo y FA), quiero poner un ejemplo del gobierno actual. La coalición que lidera el presidente Luis Lacalle Pou tiene una base social amplia y diversa. Pero una de sus partes fundamentales es el empresariado del campo que obtiene su renta de la exportación. Estos empresarios esperaban, y siguen esperando, un tipo de cambio más alto al actual. No ocultan su descontento. Sin embargo, el gobierno no parece dispuesto a modificar de modo significativo su política cambiaria. Aunque es posible que esto obedezca, al menos en parte, a razones de orden teórico (hay quienes interpretan esto, simplemente, como dogmatismo), es como si la política económica intentara articular los intereses de esta parte del electorado con los de otros sectores sociales, en particular con los asalariados, que son quienes más sufren los procesos inflacionarios.
Aterrizo, ahora sí, en el FA y su vínculo con movimientos sociales. El FA no nació feminista sino clasista. Siguió sin ser feminista durante al menos sus primeras tres décadas de vida. Pero el feminismo, poco a poco, como en otras izquierdas de otras partes del mundo, ha pasado a ser una parte muy importante de su identidad. El camino recorrido ha sido largo, y en zigzag. El FA pasó de pedir la cuota de género a practicar la paridad en sus listas. Hoy por hoy, hay mucha presión para que, finalmente, adopte la definición de partido feminista. ¿Debe dejarse llevar hacia allí por la argumentación de su propia militancia y de las organizaciones sociales que forman parte de su círculo más cercano o distanciarse un poco de ellas en aras de no tomar el riesgo de restringir su convocatoria electoral? Para mi gusto es un dilema de manual entre principios y cálculos, identidad y competitividad, corazón y razón. Desde luego, este razonamiento tiene dos a priori sobre lo que sería ideal tener, en algún momento, información de opinión pública: I) que la mayoría de los electores no se consideran feministas; II) que la mayoría de los electores que, a la postre, decidirán la elección (centristas y poco interesados en la política) no se consideran feministas.
El FA enfrenta un problema similar en su relación con el PIT-CNT. Su histórica cercanía con los trabajadores organizados, por un lado, le asegura un piso electoral elevado y, por el otro, puede ser un problema para alcanzar la mayoría absoluta. Pero la posición que acaba de adoptar la central sindical en relación con el tema seguridad social lo coloca en una situación todavía más delicada. Me parece evidente que el FA no puede pretender ganar un balotaje el año que viene si respalda el planteo sindical de eliminar las AFAP y de volver a llevar la edad de retiro a 60 años. Los comunistas perdieron la votación en la Mesa Representativa, pero ya se alinearon con la decisión mayoritaria. En cambio, algunas de las fracciones frenteamplistas más importantes, como el MPP y el “seregnismo”, tomando nota del riesgo, se apresuraron a tomar distancia. Pero el ala izquierda tiene mucho peso en la estructura del FA. Y, en el acierto o en el error, son muchos los dirigentes frenteamplistas que consideran que una de las principales razones de la derrota electoral de 2019 es, precisamente, su “alejamiento” respecto a la sociedad civil y sus organizaciones. Sobre los hombros de Yamandú Orsi y Carolina Cosse, los principales precandidatos a la presidencia, y los de Fernando Pereira, que lidera la estructura frenteamplista, cae una responsabilidad muy especial.