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La inscripción dice “Uruguay Galápagos del Arte”. Tiene la fecha del día y la sigla “DENC” (“Departamento del Estado Natural de la Cultura”). Es una proyección contra una pared enorme. La imagen muestra una especie de caparazón. Es poco nítida, parece un fósil, bien podría ser un animal o el contorno de un territorio desconocido. La imagen es engañosa, como todo en el arte, hasta la propia definición. En la pared contigua, un contorno con la división política del territorio uruguayo. Al lado, el mapa desestructurado, con los departamentos desprendidos como islas, como si el país se fuera desarmando lentamente. Es un dibujo de gran tamaño que acompaña la proyección y el diseño de las islas Galápagos sobre el piso negro, en polvo de mármol blanco y un par de dibujos con anotaciones en la otra pared.
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El conjunto es cautivante y genera cierto desacomodo. Mientras el espectador recorre la muestra, un funcionario barre con cuidado un poco del polvo del centro del curioso archipiélago ecuatoriano, reproducido con delicadeza en el suelo frío y oscuro del Centro de Exposiciones del Subte Municipal. Alguien cuida de las islas, alguien cuida el proyecto de Alejandro Turell (1975), artista, docente, figura reconocida en el medio y a escala internacional. Un artista preocupado por la naturaleza y las diferentes formas de conocimiento, embarcado en proyectos de compromiso poco habitual, como el que puede compartirse en esta muestra. La proyección ofrece imágenes que vienen desde las islas ecuatorianas, reserva ecológica del mundo, donde está el artista desde el 6 de julio. Pero no es el único trabajo que llama la atención en esta propuesta colectiva propuesta por el artista Gustavo Tabares (1968), titulada Konkurso y que reúne proyectos de 21 creadores nacidos entre los años 60 y 70, la mayoría con varios premios y reconocimientos encima.
Cerca de las islas de Turell hay tres perros con lunares que se huelen y forman un círculo. Es una llamativa escultura o instalación en fibra de vidrio. La obra se titula “Historia de perros o esto no es un caballo” (2006-2014) y es del escultor Andrés Santángelo. Son perros a la altura de la circunstancia artística, intervenidos, sugerentes, de fuerte presencia en el espacio. La postura, la noción de círculo a punto de quebrarse, la escena en curioso movimiento. Cerca de las islas, sobre el negro frío como un espejo. Cerca también de unas huellas humanas enmarcadas en tablas de encofrado, como las que se usan para sostener la tierra cuando se hacen excavaciones (“Las huellas siempre están”). El trabajo es de Pablo Conde y las huellas se pierden rumbo a las islas, en el vacío oscuro del piso, en una profundidad desesperante. No hay más que algunos pasos que dejó alguien, el rasgo esencial de una historia, simples trazos de una vida, como los límites imprecisos de la proyección de Turell. Las huellas apuntan hacia allí, al archipiélago, pero están encerradas, enmarcadas por una imagen de tumba, de búsqueda antropológica.
Tal vez sea casual; lo cierto es que el contexto importa en ese caso, la gente deambula por el Subte entre perros vagabundos que se huelen y pueden desatar su furia en cualquier momento, entre huellas de humanos a ras de un suelo que se traga la vida, en un océano donde las islas blancas sobreviven a duras penas en el movimiento incesante, silencioso, amenazante del cambio climático. El arte anda por ahí, también, a ras del suelo movedizo, entre artistas que salen de las paredes y entregan una visión crítica, desajustada.
Un poco más allá, al margen del silencio y la quietud a punto de estallar, algo se mueve. Son unos largos tubos de nylon negro que Diego Masi (1965) cuelga del techo y deja que se inflen y desinflen en una secuencia predeterminada (“Autónomos”). La instalación es sencilla pero cautivante. Los cuerpos se mueven y el aire se desliza con un ruido y movimiento casi imperceptibles. Entre ellos y los perros y las huellas y el artista de las Galápagos hay un nexo indescriptible, como un hálito, una respiración que permanece, como si algo estuviera allí de ellos, observando al caminante solitario que deambula entre sombras. Los tubos respiran, esa es la idea, tienen algo de vida, algo hay allí que los hace vivir, les confiere esa existencia imposible, también oscura, de un material amenazante que paradójicamente se roba la vida. Algo lo une con especies en vías de extinción, con paraísos perdidos, con territorios que se expanden, quebrados, convertidos lentamente en otra cosa, con islas que antes no lo fueron, con tierra compacta que sostiene rastros de pisadas que se mantienen en algún lado, aferradas a un soplo de vida, como el aire que entra en las largas bolsas de Masi.
Es difícil ver esta muestra sin percibir un vínculo, un enlace que va más allá de la información a mano. La apuesta apunta a otro lado, a cuestionar la idea de “concurso”, sus reglas, sus “relaciones de poder”. Se plantea como un simulacro de concurso. El jurado son los propios artistas, a quienes se invitó a encontrarse, a reflexionar, a intervenir y cuestionar la propia idea tradicional de concurso. Aunque la discusión parece un poco descolorida en una época en la que escasean los concursos, el resultado es alentador. En la línea descrita más arriba y en otras, como la obra de Rita Fischer (1972) en video, una deliciosa representación de la muerte de Romeo y Julieta con fósforos que se consumen por su propia llama.
Hay una instalación casi monumental de Gustavo Jauge (1974) que organiza el espacio con cientos de biblioratos vacíos en una gran rueda burocrática, como una horrenda máquina gris y perfecta, tan perfecta como torturada, cruel, como islas apretadas y ya sin vida (“Hiperburocracia”).
También hay cuadros. Como el rostro juvenil de la chica de pelo luminoso que sostiene un pequeño Cupido de Sergio Porro (1970) o el nudo con la bandera en una tela grafiteada, gastada, apretada, que anuda nuestra orientalidad. O la obra de Martín Verges (1975), una gran tela pintada en naranja con pincelazos negros donde se delinean rostros que apenas pueden adivinarse o entreverse en una difusa y apretujada multitud. El nivel es parejo y atrae por la mirada diversa que se encuentra en una frontera indefinible, en un lugar extremo, distante, como un faro, como un llamado de atención ante la sociedad y sus islas, cada vez más alejadas. Haya o no concursos.
“Konkurso”. Muestra colectiva en el Centro de Exposiciones Subte (Plaza Fabini). Hasta el 10 de agosto. De martes a domingos de 12 a 19 h.