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    Garúa en el Tibidabo

    Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021

    En los alrededores de Barcelona está la sierra de Collserola, un área montañosa, prolongación de la cordillera del litoral, con varios macizos que dan marco a uno de los parques metropolitanos más grandes del mundo.

    El macizo principal lleva, desde tiempos inmemoriales, el nombre de Tibidabo.

    ¿Qué tiene que ver todo esto con el tango?

    En el Río de la Plata, y particularmente en Buenos Aires, ese nombre se hizo famoso a partir de 1942 y quedó en libros y en la memoria desde 1955.

    En abril de 1942 se inauguró, con la orquesta de Aníbal Troilo, el Café Corrientes, en la calle homónima, entre Libertad y Talcahuano. Sin embargo, a los pocos días, el socio principal de la empresa propietaria, Juan Serrat, cambió ese nombre por Cabaré Tibidabo. Serrat era catalán y su decisión fue un homenaje a aquel macizo de su tierra natal, donde con su familia tanto había disfrutado antes de emigrar.

    El Tibidabo alcanzó rápida fama. Siempre se escuchaba tango y lo frecuentaban hombres de la burguesía porteña, atraídos por la música, el baile y las llamadas “alternadoras”, que recorrían la sala e invitaban a beber y a veces acordaban encuentros privados para cuando bajara el telón.

    El cabaré decayó en 1952, cuando Troilo dejó su escenario para iniciar una gira; obviamente, tocaron allí otras orquestas —incluso antes, como complemento del espectáculo de Pichuco—, caso de Maffia, Francini-Pontier, Stampone-Federico y Pugliese, pero, aunque todas exhibieron su calidad, la ausencia del bandoneonista gordo no pudo ser disimulada: en 1955, época dramática tras el derrocamiento de Perón, el cabaré fue demolido y allí se instaló el restorán La Churrasquita.

    No obstante, como siempre pasa en el tango, durante sus 13 años de vida, el Tibidabo reservó varias curiosidades.

    Pese a su éxito posterior, Troilo no fue el primer elegido como número central: Serrat llamó a Juan D’Arienzo, quien rechazó la oferta, pues estaba muy cómodo en el Chantecler; luego convocó a Ángel D’Agostino, quien tampoco aceptó. Recién entonces fue el turno de Pichuco, que tuvo una luminosa y extensa repercusión.

    No es todo. Al Tibidabo concurría Enrique Cadícamo, prolífico letrista y amigo de Troilo, con quien departía a diario. Sin embargo, y no todos lo saben, ambos solo compusieron juntos tres tangos: Pa’ que bailen los muchachos en 1942, Garúa en 1943 y Naipe en 1944. Todos fueron ideados durante las noches en el famoso cabaré, destacando la anécdota de Garúa, que creo ya haber contado, pero paga la pena repetirla.

    Una madrugada, durante un intervalo, Troilo, apurado y ansioso, llamó a Cadícamo:

    —Vení, que tengo una melodía. Me salió de un tirón. Quiero que la escuches para que le hagas una buena letra. Le tengo fe… Eso sí: la quiero pronta para mañana a la mañana, para ensayarla durante la tarde… Vamos hasta la “rebotica”…

    La “rebotica” era una pieza donde los artistas se cambiaban, descansaban o ensayaban algo que interpretarían después. La llamaban así porque estaba detrás de la botica del Tibidabo, un sitio de primeros auxilios que atendía eventuales necesidades de la concurrencia.

    Al poco rato Cadícamo salió y mientras caminaba hacia su casa lo sorprendió una fina llovizna. Y de pronto, le brotó la primera frase del tango planeado: —Garúa… / Solo y triste por la acera…

    El poeta cumplió. Al mediodía siguiente entregó “el monstruo” a Troilo, denominación de los tangueros del “cuerpo” de la letra todavía sujeta a ajustes. Y hubo que hacerlos: ensayando el músico con su cantor Fiorentino hallaron dificultades y el estreno de la obra se demoró. Y fue por iniciativa de Cadícamo que se hizo una modificación en los ocho compases finales de la segunda parte, para que la cosa cerrara con justeza.

    Garúa se estrenó meses después en el Tibidabo, con un éxito fenomenal. La orquesta de Troilo, con la voz de Fiorentino, hizo una primera grabación, aún estimada insuperable, el 4 de agosto de 1943; y esto pese a que grabaciones posteriores han sido —lo siguen siendo, a decir verdad— múltiples y con variados y valiosos arreglos.

    El histórico cabaré ha seguido fresco en el recuerdo hasta hoy.

    Merece recordarse una pincelada del tango de Roberto Chanel y Aldo Queirolo, Corrientes bajo cero, de 1958, como cierre de esta evocación que, quizás, la emoción ha enredado un poco:

    —El bandoneón de Pichuco / ondeaba en el Tibidabo, / mi corazón embargado / se escurría de emoción…