Nº 2236 - 3 al 9 de Agosto de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNi aun en el Renacimiento existió una personalidad intelectual como la de Leibniz. Su legado científico en matemáticas, mecánica, filosofía, teología, jurisprudencia, historia, política, lingüística, geología, paleontología, psicología y pedagogía es perdurable y perforó las generaciones hasta llegar con rozagancia a la modernidad. Es poco lo que se pueda decir de sus méritos en presencia del abrumador tamaño de su obra y de los dilatados resultados que ha tenido.
Nada del campo del conocimiento le fue ajeno. Fue abogado, político, diplomático, publicista, organizador de la ciencia, ingeniero, inventor. Mantuvo correspondencia con casi todos los filósofos, científicos y políticos de Europa en ese momento: escribió unas 20.000 cartas a 1.100 personas. Se puede decir que era un pensador que combinaba tres rasgos cuyos concursos nunca comparecen juntos: era tremendamente perceptivo, pues encontraba cosas nuevas en lo conocido y complementaba lo que se consideraba completo; a menudo expresó ideas, sobre la base de las cuales surgieron más tarde nuevas ciencias y direcciones científicas. Asimismo, tuvo plasticidad para combinar con armonía lo que otros consideraban incompatible: las ideas de la escolástica y la nueva filosofía, la fe y la razón. Y lo más asombroso: sacando materia comprensiva, no se sabe de dónde consideró una gama extremadamente amplia de temas, desde los principios fundamentales de la filosofía y la ciencia hasta el diseño de máquinas y la resolución de problemas actuales de política internacional. Su dimensión supera todas las escalas de los “sabios que en el mundo han sido”.
Leibniz introdujo la división de las verdades por su origen en verdades de razón y verdades de hecho. Criticó las escuelas filosóficas más extendidas en ese momento: cartesianas y sensualistas. “No hay nada en la mente que no esté en los sentidos”, dijo Leibniz del principio de los sensualistas, “excepto la mente misma”. Si los cartesianos consideraban la extensión (corporeidad) como el único atributo de la materia y la consideraban como una sustancia pasiva (de la que derivaba la ley de la inercia), entonces Leibniz afirmaba que es imposible explicar la interacción de los cuerpos con una corporeidad. Según sus ideas, el mundo consiste en mónadas, entidades únicas que se caracterizan por una actividad interna, en la que lo corporal y lo incorpóreo (espiritual), la materia y el movimiento se combinan inextricablemente.
También, en lo que sin duda es otro de sus aportes significativos, formuló la ley de razones suficientes, planteó la idea de matematización de la lógica y la construcción del cálculo lógico. En mecánica, Leibniz, junto con la cantidad cartesiana de movimiento (mv), introdujo una nueva medida de movimiento, “fuerza viva” (mv2), y formuló la “ley de conservación de las fuerzas vivas”, que supuso un paso hacia la ley de conservación de la energía. Desarrolló la teoría de la resistencia de las vigas a la flexión: introdujo la ley de Hooke y el momento de inercia de la sección de la viga en los cálculos. En geología, Leibniz fue uno de los primeros en expresar una opinión sobre la evolución de la Tierra y su existencia en el pasado en un estado líquido ardiente. En biología, introdujo la idea de la integridad de los organismos: la imposibilidad de reducirlos a un conjunto de mecanismos. En psicología presentó el concepto de “pequeñas percepciones” inconscientes y desarrolló la doctrina de la vida mental inconsciente. En lingüística, planteó la idea del origen histórico de las lenguas, dio su clasificación genealógica y en un tratado magnífico desarrolló la doctrina del origen de los nombres.
Y por si no alcanzara también fue un gran maestro y un maestro de maestros. Formuló el principio de la independencia del alumno, enfatizó que el maestro debe enseñar al alumno a aprender y desarrollar en él la necesidad de una constante reposición de conocimientos. En este plano criticó la declaración de Locke sobre el alma humana como una tabula rasa y comparó el alma del niño con un bloque de mármol, cuya belleza, escondida en las venas, puede ser revelada por el maestro.