Nº 2211 - 2 al 8 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNuestra llegada al mundo antiguo viene confundida por las confusiones de los pioneros del humanismo del siglo XIV, personajes que, como Petrarca, Alberti, Bocaccio fueron encontrando textos que reflejaban de modo indistinto la trabazón de las deidades greco-latinas. La mitología del mundo antiguo es una especie de simbiosis compleja y multifacética de las mitologías de la Antigua Grecia y la Antigua Roma, la primera de las cuales tiene el honor de crear la mayoría de los mitos y leyendas en una disposición moderna, más como novelas de aventuras. El honor del romano se preservará, en su período de mayor esplendor, con Horacio y Virgilio, y mantendrá intacta y santa esta riqueza.
Los griegos consolidaron en fases relativamente tempranas su reconocimiento de las fuerzas naturales y de las características universales de la existencia y del destino humanos en la formulación antropomórfica, creando sus dioses a imagen y semejanza de las personas, dotándolos de una belleza e inmortalidad indispensables y duraderas. Muchos de ellos vivían al lado de simples mortales y ayudaban en las distintas incidencias de la conducta de los hombres, tomando parte activa y directa en las minucias de sus vidas. Esa sensación de cercanía y los relatos que se construyeron en torno a sus poderes e intervenciones al día de hoy siguen admirando por su profunda e incesante sabiduría y también por el encanto de sus figuras y personajes. No se puede decir lo mismo de la despojada y distante religión de los romanos, avara en leyendas y sorprendente por la falta de cercanía y empatía de unos dioses que nunca mostraron su voluntad de contacto directo con simples mortales. Esas fuerzas de la naturaleza se limitaban a enviar buenos o malos auspicios, a facilitar las cosechas, al bendecir a tropas y naves que partían a la conquista, a desalentar a los enemigos que buscaban cebarse en las incipientes riquezas de la urbe. Tan poco calor tuvieron los dioses para con los romanos, que los gobernantes se hicieron adorar como dioses exigiendo la construcción de templos, esculturas y altares en su honor y dispensando auspicios con gestión y promesas, y también convirtiendo sus vidas en materia de las leyendas que tanto parecían echarse de menos.
Todo esto explica, creo que de manera suficiente, el surgimiento en distintos momentos de clanes de aficionados a la cultura griega, personas que se reunían para ahondar en la mitología y por ello también en la literatura, en la filosofía y en la ciencia de los griegos. Figuras como Caton, Cicerón en tiempos de la República, o como los ya mencionados Horacio y Virgilio, se convirtieron en verdaderos estudiosos del vasto universo griego, al que alabaron en todas sus horas y en todas sus obras.
Los arquitectos romanos, aunque tenían su propio caudal de conocimientos técnicos y resoluciones estéticas admirables, tampoco escaparon al influjo de dialogar con los aportes que venían de aquella otra realidad que con el tiempo se fue idealizando hasta convertirse en modélica.
En ese contexto entra el arte magnífico de Ovidio, poeta que discurrió, brilló y sufrió en los años de senectud del emperador Augusto. La historia ha sido injusta con el emperador debido a las quejas de Ovidio, que fue obligado al exilio por haber ventilado indebidamente sinuosidades nocturnas de Giulia, nieta amada de Augusto. El mismo emperador que entronizó a Virgilio y le propuso la hazaña más osada de toda la historia de la literatura, que fue nada menos que solventar la fundación de Roma en el linaje juliano y hacerlo desde la autoridad y contenidos de la obra de Homero, medio siglo después firmó el edicto por el que confinaba en la Dacia (Rumania) a este poeta que tanto supo admirar por su Arte de amar, por sus composiciones líricas y apasionadas, por su hondo conocimiento de la cultura griega. Pero nada de esto fue más fuerte que el honor familiar.
Las tristezas del destierro Ovidio las convirtió en la ensoñación perfecta a recoger el hilo de la mitología griega y salvarlo, enriquecido, para la memoria universal. Las metamorfosis, que llevo en sus alforjas y a la que dedicó años amorosos de corrección, es la obra en la que glosa y canta las transfiguraciones de los dioses y de los héroes míticos, y es, en parte, el resultado venturoso de una soledad enojada que se resistió al silencio.