Nº 2215 - 2 al 8 de Marzo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace ya muchos muchos años, asistí a una conferencia del escribano Álvaro Mastroianni (por ese entonces director nacional de Zonas Francas), en el hermoso edificio que ocupaban en las calles Acevedo Díaz y 21 de Setiembre, a pasos del parque Rodó. La charla era para explicar las ventajas del régimen de zonas francas y las reformas que proponía el gobierno de Julio María Sanguinetti para potenciarlas. También recuerdo que el Frente Amplio se oponía tenazmente, como se opuso luego a la ley de puertos, a la ley de forestación, a desmonopolizar el Banco de Seguros del Estado y a tantas otras iniciativas, de las que luego supo sacar buen provecho.
En esa charla Mastroianni hablaba de las ventajas de un régimen donde no regían los monopolios estatales (y por lo tanto podías contratar seguros, comprar combustibles o proveerte de energía eléctrica sin pasar por las voraces fauces del Estado), así como las ventajas fiscales de operar dentro de la zona y evitar ser esquilmado por impuestos.
Luego de mostrar cómo estos regímenes prosperaban en el mundo entero y lo genial que era este sistema, recuerdo que yo le pregunté: “Pero si este régimen es tan fantástico, ¿por qué no transformar a todo el Uruguay en una gran zona franca?”, a lo que me respondió que estaba de acuerdo.
Hoy, tres décadas después, sigue teniendo razón. En la edición de Búsqueda de la semana pasada, hay una nota que recoge comentarios del contador Sebastián Pérez (asesor económico de la Cámara de Industrias) sobre el crecimiento de la actividad en las zonas francas y el estancamiento de la actividad industrial fuera de ellas (el llamado “núcleo duro” de la actividad industrial). Dice Pérez: “Cada día que pasa, la importancia que tienen las zonas francas dentro de la industria es mayor (…), actualmente, más de un cuarto (27%) del valor de producción industrial se genera en las zonas francas”.
Por otro lado, la actividad industrial tradicional en territorio no franco está prácticamente estancada desde el año 2006, donde hubo una gran extranjerización de las unidades productivas, inversión en equipamiento y tecnología (con la consiguiente menor contratación de mano de obra) y la mutación de industriales en importadores.
¿Por qué se da este fenómeno? ¿Por qué trabajar en una zona franca (y en especial en Zonamerica) es como estar en el paraíso? Pérez lo resume así: todos los beneficios (laborales, salariales o impositivos que tienen los que operan en zona franca) son “a costa de que no les cobremos un peso de impuesto a la renta, de que le hacemos un marco legal como si no estuvieran en Uruguay y, además, nos cuesta plata poner la infraestructura al servicio de ellos. ¡Qué dejamos para el que está en territorio nacional!”.
Comparto lo que afirma el contador Pérez, al punto tal que el 5 de octubre de 2017 escribí la columna ¿Y si a todos nos trataran como a UPM?, donde sostenía que si a un tambero, a un panadero o una pequeña fábrica les dieran el mismo régimen que el Frente Amplio le dio a UPM, no tengo dudas de que la inmensa mayoría de los comerciantes se aventurarían a invertir más, a desarrollar nuevos proyectos y a contratar más gente. Pero con el régimen impositivo, burocrático y laboral actual esta faena queda reservada para los muy osados.
No puede ser que un proyecto sea viable solo cuando el Estado le quita sus pesadas garras de encima. Por eso existe el régimen de promoción de inversiones, el cual no debería existir, porque solo beneficia a proyectos de cierto porte y, en realidad, toda inversión es bienvenida, sea la de un jardinero que cambia su cortadora de pasto hasta quien construye una planta de pasta de celulosa.
En los últimos años “hay pocos fenómenos de reconversión (de industrias y/o modelos de negocios). Al revés, diría que la típica reconversión industrial fue cerrar la fábrica y pasar a ser importador”, concluye en la nota el asesor de la Cámara de Industrias.
Por eso es cada vez más cierto esa frase que dice: “El Estado te quiebra las piernas y luego tienes que agradecerle que te de unas muletas”. ¿Cuándo vamos a terminar de aprender que el Estado casi nunca es la solución y casi siempre es el problema?