El mercado está en aprietos. La demanda de especialistas en rubros productivos como minería, petróleo y energías renovables exige más especialistas hoy que los que se están pudiendo formar pese a que hay avances para capacitar a egresados de ciencias e ingenierías mediante nuevos posgrados en esas áreas. Al mismo tiempo, los museos que cumplen un rol de investigación tienen un escaso apoyo y “a veces el sector político se olvida de reconocerle los logros” a la academia, opinó Gabriel Aintablian, licenciado en Biología y director de Innovación, Ciencia y Tecnología del Ministerio de Educación y Cultura. De la Dirección de Innovación, Ciencia y Tecnología (Dicyt) dependen el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, el Observatorio los Molinos, el programa científico del Instituto Antártico, el Museo Nacional de Antropología y el de Historia Natural.
A continuación un resumen de la entrevista que Aintablian mantuvo con Búsqueda.
—La política científica uruguaya apunta a poder generar un país innovador y tecnificado. ¿Cuál es su opinión sobre el ritmo con el cual se aplica?
—Me encantaría multiplicarlo por diez. En 1986 se diseñó el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Pasamos de una comunidad de 14 investigadores con estándares internacionales a hoy, que hay más de 1.600 acreditados. En 1987 se creó la Facultad de Ciencias y con el primer préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se equiparon los laboratorios y se formó gente. Tenían 130 docentes y muy pocos con dedicación total y doctorados. Hoy hay casi 700 con título de posgrado casi todos, algunos hasta posdoctorados. Hay 10 becas de posdoctorados financiadas por el Clemente Estable y otras por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) y el Instituto Pasteur. Son los primeros cargos de posdoctorados que hay en el país en 30 años. Podríamos ir más rápido pero a nuestra medida en 30 años hicimos una enormidad de cosas. A los académicos les gustaría que se los reconociera y a veces el sector político se olvida de reconocerles los logros.
Soy optimista en que vamos a seguir por el buen camino pero eso requiere inversión. Cuando se estableció el Plan Estratégico Nacional de Ciencia y Tecnología (Pencti) —decreto Nº82/010 del año 2010— se hablaba de biotecnología y forestación y hoy ya hablamos de minería, prospección petrolera y energías renovables. Es lo que pide el país.
—¿Falta adaptar los planes a la nueva realidad?
—La estructura productiva exige tiempos mucho más rápidos que lo que pueden responder los estamentos de formación. Un emprendimiento lo estableces en dos años y formar un ingeniero o biólogo especializado lleva seis. Tenemos que generar una ductilidad en las estructuras para formar y preparar gente para los nuevos emprendimientos. Hoy con la ANII —el brazo ejecutor— y el Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt) —el brazo deliberativo— estamos coordinando la adecuación del Pencti porque hay que hacerlo más flexible. Los políticos y la sociedad reclaman a la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) responder necesidades para las cuales están las mejores intenciones pero no hay gente preparada.
—Un atraso en responder a las demandas del mercado…
—Se le puede llamar así… Al momento de publicar en diciembre el manual de Especies Prioritarias para la Conservación en Uruguay —que cuenta con un inventario nacional de especies— ya había 10 especies nuevas. Esa es la velocidad con la que deberíamos actuar y con la que no podemos. Estamos generando con la ANII un programa en asociación con Canadá para abrir los primeros posgrados en políticas extractivas, en áreas que el país no tiene como la geología marina e ingeniería del petróleo. Vamos en abril a la primer misión a las universidades canadienses. Es un trabajo de hormiga de un equipo de gente, hemos avanzado muchísimo y el Estado está trabajando de forma coordinada. Además hay que buscar apoyos económicos. La academia no puede generar cargos para todas las personas que egresan. Las empresas públicas y privadas tienen que darse cuenta, y muchas se van dando cuenta, que precisan ingenieros químicos, geólogos y biólogos dentro de sus estamentos.
—¿Cómo está funcionando hoy el Museo Nacional de Historia Natural? Allí se hace investigación y la mayoría son voluntarios, no empleados.
—En el museo hoy hay muchos chiquilines honorarios que no se sabe si algún día van a tener un puesto de trabajo genuino porque la academia está saturada. La normativa de contratación del funcionario del Estado no piensa en investigadores, piensa en administrativos. ¿Cómo los contrato? ¿Con qué lógica? Hoy es 100% estatal. No hay forma de contratarlos y que estén sujetos a renovación.
Los mecanismos de contratación de investigadores tienen que tener una renovación de conocimiento permanente. Hoy lo tiene el Clemente Estable pero no es trasladable a todas las unidades ejecutoras del ministerio, salvo que al museo lo transformemos en una entidad pública no estatal como el Instituto Pasteur o el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA).
Los museos tradicionalmente se entendían como instituciones en donde se mostraban colecciones y patrimonio, hoy están acompañadas de investigación. El Museo de Historia Natural asiste a la Dinama en temas como parques eólicos, puerto de aguas profundas y asesoró cuando hubo brote de rabia en murciélagos en el norte.
—¿Cómo resumiría la situación del Museo de Historia Natural?
—Crítica. Una amiga paraguaya me informó que iban a recibir fondos para Itaipú y que lo van a destinar a educación. Paraguay está entre los 10 peores lugares de oferta educativa del mundo. Ella dice “estamos mal, pero nunca estuvimos mejor”. El Museo de Historia Natural es casi eso, tiene una exposición —en la fachada— y la gente está maravillada, la demanda para conocer lo que hay adentro es un infierno.
—¿Cuánto incide el apoyo político?
—Apoyo político tiene, falta económico, se requiere una inversión enorme. El de Historia Natural es la institución museística más vieja del país y ha vivido como un paria los últimos 40 años. No ha tenido un local apropiado —hoy está ubicado en una antigua casa de Ciudad Vieja— y el edificio es espantoso para un museo. Presentamos un proyecto y hoy estamos peleando para que haya un Museo del Tiempo (www.museodeltiempo.org.uy) y mudarnos para un edifico en el mismo predio al museo de Historia Natural para que coordinen. Puede ser una herramienta clave para acelerar los tiempos de educación en ciencia. Permitiría un diseño de museología totalmente distinto.
—El proyecto del Museo del Tiempo en la rambla de Montevideo está definido pero aún no hay novedades sobre la financiación. ¿En qué situación se encuentra?
—Hay un sí del presidente, está en manos del gobierno. La maqueta la sacaron de Dicyt y está en la Torre Ejecutiva. Las señales están pero no tengo la chequera para decir “hágase”. En cierta forma lo comprendo, es complicado. El uruguayo normalmente no piensa a largo plazo, nos hemos acostumbrado al cortito y mediano plazo. Este museo es una herramienta de divulgación científica nueva y la ubicación —sobre la rambla sur— transformará el turismo de la ciudad, cambiará la realidad de circulación y la lógica de la ciudad. Intervienen muchos actores, la Intendencia, los ministerios de Turismo, Economía, Educación, Industria, la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Cuanta más gente opina, más tiempo lleva la decisión.
Estoy convencido de que va a transformar a los jóvenes y su percepción de la ciencia. El Museo del Tiempo puede llegar a tener un rol dinamizador y ser un reconocimiento a quienes vienen trabajando desde tiempos inmemoriales casi honorariamente y en secreto en temas de museos, no porque se oculten, sino porque nadie los mira.
—¿Por qué cree que cuesta lograr los apoyos para proyectos a largo plazo?
—Porque cuesta entenderlo. Todo el mundo reclama innovación pero sin ciencia básica no hay innovación, no hay tecnología, no hay trabajo genuino en un sector productivo pujante. Tenés que ir acompasando la formación, las normas y los medios productivos para ir casi como en una rueda, uno alimentando al otro. Hay que generar demanda y oferta en simultáneo, pero los tiempos para generar oferta son mucho más lentos.
—¿Qué hace falta para impulsar estos proyectos científicos?
—Hay una cierta disociación en este país, un divorcio en el diálogo entre los políticos y la academia. En algún momento tienen que sentarse a la mesa. En todas partes del mundo existe una figura que es el asesor científico del presidente. No es la persona que sabe todo, pero es la que conoce el medio y puede decir quién es el que sabe de determinados temas. También existe este rol en parlamentos y congresos en varias partes del mundo. Acá falta. Quien cumple este rol de asesor acá es algún ministro pero no está solo para eso. En el caso de Ricardo Ehrlich él es un científico ministro de educación, ciencia, cultura, tiene 24 unidades ejecutoras. ¿Qué es más importante? ¿El Sodre, la Fiscalía, el Inau, los programas educativos? Es un desquicio.
—¿La ciencia pierde así protagonismo?
—No, pero va más lento. Al Parlamento, ¿le llama más la atención el Sodre o el Clemente Estable?