N° 2034 - 22 al 28 de Agosto de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPara Aristóteles, el espacio es “el límite inmóvil que abraza un cuerpo”, queriendo significar con esto que es un lugar determinado, un ente entre otros entes. La misma franja teórica es la que sostiene Descartes, que deriva su concepción del espacio de la geometría; dice que el espacio es la expresión de la materia por oposición al pensamiento o dominio del espíritu, la res extensa como distinta de la res cogitans.
El mundo que define Descartes, el lugar en el que ocurre todo, es el de la res extensa. Se refiere el filósofo a un conjunto de cosas extendidas, las cuales se despliegan en un perfectamente inteligible espacio geométrico. Heidegger va a controvertir esta reducción al introducir la figura del Dasein, el existente, ente muy distinto de todos los otros entes por cuanto su ser no es la resultante de una suma de propiedades dada sino obra de su libertad, de su acción.
Según su propuesta para el Dasein, no hay objetos que están en un espacio sino entes-a-la-mano, esto es, entes con los cuales nos relacionamos por su utilidad o necesidad; lo que para el Dasein existe es únicamente aquello con lo que trata, no meramente lo que hay en un lugar; su ser-en-el-mundo es relacional, lo que existen son relaciones significativas con los útiles, de algún modo son parte de su vida. En términos teóricos los tigres, las bicicletas y los candados son entes que simplemente están ahí, físicamente presentes, ocupan silenciosamente un espacio geométrico. Pero el Dasein casi nunca encuentra ese tipo de ente en su existencia cotidiana, para él todo lo que hay en el mundo son los útiles, es decir, los entes que están a-la-mano, aquellas cosas con las que se relaciona.
Dicho con mayor claridad: los entes en el espacio tienen entre sí una relación geométrica, cada uno se encuentra a una cierta distancia del otro; para el Dasein esa geometría es incomprensible, pues la relación que guarda con los objetos no está medida por distancias sino por modos existenciales, es decir por proyectos, por la valorización que hacemos de ellos, por las metas que establecemos en nuestra relación. El Dasein vive el espacio desde los sentidos que asigna. Si algo está cerca o lejos, no es materia que refiera a distancias, a metros y centímetros sino de preocupación, de sustancial incumbencia.
Es fácil de comprender. Imaginemos una ida a la ópera con nuestra pareja, a ver por ejemplo Parsifal o, mejor si es de a dos, Tristán e Isolda, que es todo un símbolo de la tenacidad iluminada del amor. El programa a priori parece insuperable, pero por culpa de alguien que demoró en arreglarse, en darse el touch final al atuendo y luego por culpa de la densidad del tránsito y más tarde por culpa del empleado del estacionamiento, que demoró en recibir el auto, llegan lastimosamente tarde y para colmo los últimos dos asientos que quedan libres están en diferentes partes de la sala; uno en la platea y el otro en uno de los palcos. Con respiración entrecortada nos sentamos al lado de una persona desconocida y nos arrellanamos para disfrutar de la impar tragedia wagneriana. Geométricamente, desde un punto de vista externo, la desconocida persona que nos tocó en la butaca de al lado está más cerca que nuestra pareja; pero en términos existenciales nuestra pareja, que se encuentra al otro lado de la sala y todavía un piso más arriba, está deliciosamente más cerca, mucho más cerca que todos los espectadores.
La realidad espacial es en puridad una realidad habitacional; no es el lugar que la geometría compone sino el que construimos con nuestros lazos, intenciones y afectos. Lo que reverbera del llanto final de Isolda en nuestro pecho estamos seguros que es sentido y calibrado por nuestra pareja a varias decenas de metros; la sabemos cerca, la sabemos íntimamente conectada con la emoción exacta que estamos teniendo en ese momento. El teatro, bajo ese aspecto, se ha vuelto pequeño y prácticamente exclusivo para nosotros dos; estamos bien cerca uno del otro entregados al llanto de la soprano al pie de la tumba y no hay nadie más en la sala, solo nosotros con Wagner, solo nosotros agonizando junto a Isolda.
Tal es la realidad del espacio significativo, de ese lugar en el que se vive y que nada tiene que ver con las distancias que hay entre las cosas porque existencialmente todo lo que es está enteramente con nosotros.
Recomiendo el estudio de la segunda parte del tercer capítulo de Ser y Tiempo para comprender en detalle cómo opera este fenómeno.