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    Histórico…, pero sin el nivel esperado

    N° 1999 - 13 al 19 de Diciembre de 2018

    , regenerado3

    Seguramente no sea esa la percepción de los hinchas “millonarios”, que deben estar festejando una nueva coronación de su equipo (la cuarta) como el mejor de Sudamérica. Quizás tampoco sea la de los miles de aficionados que pudieron vivir, en el legendario Bernabeu, ese acontecimiento inédito e irrepetible en la añeja historia de la Copa “Libertadores de América”. O incluso, la del grueso de seguidores de los dos equipos, caprichosamente obligados a seguir desde su país una finalísima jugada a miles de kilómetros de distancia, en un continente que no era el suyo.

    Pero para la globalidad del mundo del fútbol —que siguió esa insólita “finalísima” por TV— el choque entre River y Boca distó mucho del nivel que era dable esperar. Probablemente, la inacabable y tensa vigilia, plena de marchas y contramarchas, tras la cuestionada suspensión de la segunda final, haya hecho mella en la psiquis de los futbolistas, sometidos a la tensión de estar siempre preparados para un partido, que no se sabía cuándo ni dónde iba a jugarse, pero que…, ¡no se podía perder! Y lo anímico suele repercutir también en lo físico, plano este en el que pudo observarse un déficit llamativo, en el partido del pasado domingo.

    Sabido es que los cotejos “clásicos” —más si se juegan en instancias decisivas— no resultan ser el marco más propicio para observar una depurada exhibición futbolística. Sin embargo, las peculiares circunstancias que hicieron que esta final americana terminara disputándose en Europa, ofrecían una insospechada oportunidad para que Boca y River pudieran mostrarle al mundo el actual nivel del fútbol sudamericano, permanente surtidor de grandes jugadores a los más prestigiosos equipos del viejo continente. Sin embargo, ello no ocurrió, y el nivel de juego —tanto en el plano colectivo, como en el aspecto individual— no llegó ni por asomo a lo que podía aguardarse.

    El primer tiempo fue ciertamente penoso como expresión futbolística, por parte de los dos equipos, con alarmantes imprecisiones en el manejo del balón. Dentro de ese panorama, y en un plano de relativa paridad, lo único rescatable fue el gol de Boca, marcado por Benedetto ya sobre el final, culminando —con una soberbia definición— una milimétrica habilitación en profundidad de nuestro compatriota Nahitan Nández, ya a esa altura la figura más resaltable del partido (y un apunte al margen: curiosamente, un jugador caracterizado por su entrega inclaudicable y gran capacidad de marca hizo lo que tanto se le pide a los generadores de fútbol de nuestra Selección, para lograr habilitar debidamente a Suárez y Cavani).

    Con esa ventaja mínima en el tanteador —para la que no había hecho mayores merecimientos— Boca le cedió la iniciativa a su rival desde el comienzo mismo de la segunda etapa, sin que este llegara a armar alguna jugada de peligro frente a su arco. Pero, poco después, se produjo el ingreso de Juan Fernando Quintero en el equipo “millonario” y, de la mano del hábil futbolista colombiano, el fútbol de River se tornó más prolijo y con una mayor presencia en el campo adversario. No extrañó entonces que, apenas unos minutos después, tras una excelente combinación ofensiva, Lucas Pratto anotara el empate, poniendo justicia en el score, que se mantuvo incambiado hasta la finalización del tiempo reglamentario.

    En ese corto intervalo, previo al alargue, hubo algo que llamó poderosamente la atención y que, a la larga, influyó grandemente en lo que luego ocurriría en la cancha. A diferencia de lo que ocurría con los rivales, varios futbolistas xeneixes —Nández entre ellos— debieron ser atendidos por la sanidad, denotando no encontrarse en la mejor condición física para afrontar el pendiente y decisivo tramo del partido; tal como luego se observó. De todos modos, apenas reiniciado, ocurrió un hecho que resultó determinante para el resultado final, como lo fue la expulsión por doble amarilla del defensa boquense Wilmar Barrios, bien decretada por Cunha (su único acierto entre varios fallos que se le reclaman). De allí en más, el dominio de River se hizo más ostensible, siempre liderado por Quintero, con el buen aporte de otro uruguayo, Camilo Mayada, que había ingresado en el correr del partido.

    El primer tiempo suplementario concluyó con el partido empatado, aunque ya con un mejor juego “millonario”. Y apenas reanudado el alargue, el colombiano Quintero rubricó con una impresionante volea una excelente combinación ofensiva, para poner a su equipo en merecida ventaja. Boca sufría cada vez más, tanto por el hombre de menos como por las serias falencias de orden físico que acusaban varios de sus futbolistas. Con todo, con base en arrestos anímicos (siempre con Nández como abanderado, a pesar de estar físicamente maltrecho) Boca se lanzó en busca del empate, al tiempo que River malograba, una tras otra, varias chances de liquidar el partido de contragolpe. Tanta fue la desesperación del equipo boquense, que el corpulento golero Andrada, aún a falta de varios minutos para la finalización del partido, empezó a subir al área adversaria ante cada ejecución de pelota quieta, incluso estacionándose allí por algunos instantes. Cierto es que esa búsqueda frenética estuvo a punto de dar sus frutos, cuando Jara estrelló un remate en la base del poste izquierdo de la valla defendida por Armani. Pero ya en el final mismo del partido —ante otra temeraria aventura ofensiva del golero boquense— su colega Armani despejó con el puño un nuevo envío aéreo contra su valla, impulsando la pelota fuera de su área. Allí la recibió Quintero, quien se sacó hábilmente de encima a quien lo marcaba, levantó la cabeza y viendo el arranque de Pity Martínez, le sirvió la pelota en profundidad para que este, tras una larguísima corrida, llegara en solitario frente al desguarnecido arco rival, sellando la victoria de su equipo.

    Finalmente, ganó quien mejor hizo las cosas, y llegó más entero físicamente al tramo decisivo del partido, obviamente favorecido por el hombre de más. Sin conocer a fondo el medio argentino, nos pareció que River tenía un plantel superior y una conducción más certera, con un técnico ganador, como Marcelo Gallardo. Y algo resaltable: curiosamente las figuras más relevantes de esta histórica finalísima argentina… ¡fueron el uruguayo Nández y el colombiano Quintero!

    ¡Está claro que no fue un “clásico” más! River sabe que ganó, y lo disfruta, “el partido de todos los tiempos”; el que habrá de recordarse por siempre. Y Boca es consciente de que la secuela de este contraste será igualmente perdurable. Por suerte, todo terminó en paz, con los vencedores consolando a los vencidos en la cancha, tal como si fueran auténticos “caballeros del deporte”. Y mientras Boca ya retornó humillado a Buenos Aires, River está en Emiratos Árabes, para disputar la fase decisiva del Mundial de Clubes, intentando poner fin a la hegemonía europea de estos últimos años.