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    Homenaje al horror

    Nº 2096 - 5 al 11 de Noviembre de 2020

    El comunismo es un horror. En aras de la igualdad de clases, la justicia social y la superior ideología materialista del marxismo leninismo, han cometido los peores crímenes de la historia de la humanidad: más de 100 millones de asesinados, gigantescas hambrunas, destrucción de la economía donde gobernaron y un deterioro social, cultural y moral que el propio régimen produce.

    La falta de libertades de todo tipo que se sufre bajo estos regímenes, es agobiante. El “gran hermano” te observa a toda hora: quieren controlar lo que haces, lo que dices y hasta lo que piensas. Es que para ellos el individuo es un mero engranaje de la sociedad colectivista. Nadie vale por sí mismo sino si es parte de un cuerpo mayor: la empresa, el sindicato, el partido o el Estado.

    Para el comunismo, el gran enemigo del ser humano es la propiedad privada. Ellos creen que sin propiedad privada, las sociedades serían menos egoístas, más productivas y el “hombre nuevo” sería más generoso y solidario. Pero matar a la propiedad privada es matar al individuo. Quitarle cualquier medio de producción, sean herramientas, tierra o capital, es quitarle la posibilidad de valerse por sí mismo. Y esto es lo que quieren los comunistas: eliminar todo vestigio de individualidad.

    Lo anterior lleva necesariamente a que exista un pensamiento único, una única verdad: la de ellos. Por eso existe un partido único, monopolios y economía centralizada, donde unos pocos “genios” creen que pueden planificar la vida de los demás: qué van a consumir, cuánto y cuándo.

    Los “planes quinquenales” fueron un gran fracaso. Lo que fue “el granero del mundo”, bajo el comunismo no lograba dar un trozo de pan a su población. Al igual que sucede hoy en Venezuela con el petróleo, en Cuba con el azúcar y hasta en Argentina con la carne: la producción cae a niveles mínimos porque se pierden los estímulos a arriesgar, producir y reinvertir.

    El comunismo se ha ocupado más en adornar su relato para disfrazar sus pésimos logros y sus peores intenciones. Las obras faraónicas desde la época de Stalin, la “fatal arrogancia” de creer que pueden planificar, controlar y preverlo todo los lleva cada día a mejorar sus estrategias de simulación. Y lo siguen logrando

    Nunca son culpables de nada. Cuando todo fracasa (y siempre fracasa), la culpa no es del sistema o de las ideas, sino de las personas. Por eso siempre están buscando (o inventando) un nuevo Mesías, un líder que los conduzca, porque no conciben que la gente pueda conducirse por sí sola.

    ?Como bien dice Fernando Díaz Villanueva en su libro Historia criminal del comunismo, “el comunismo, sin embargo, mantiene una suerte de bula justificada en algo tan simple como las intenciones. La intención del comunista es construir una sociedad más justa. Punto. Eso les ha salvado de la quema, y del disponer de una técnica propagandística depuradísima y un transformismo político digno de encomio. Ese es el secreto de que la momia siga vivaqueando”.

    Esta momia cumple 100 años en Uruguay. Y el Parlamento, símbolo de la democracia que los comunistas quieren destruir, permite que en su seno le hagan un homenaje?. Un homenaje al horror; al horror pasado, al horror presente y al horror futuro.