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Ganó fama y reputación de chico malo del arte en Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX. Fue considerado el artista más importante de su tierra natal, Polonia, durante los años previos a la II Guerra Mundial. Luego vio cómo el trabajo de toda su vida fue destruido y borrado de la historia. Hasta que un coleccionista de arte pop estadounidense redescubrió parte de su obra. Stanislaw Szukalski quizás sea uno de los artistas más sorprendentes del siglo pasado. De hecho, hay quien lo define como el Miguel Ángel del siglo XX. “Y, probablemente, del futuro”, expresa Ernst Fuchs en Struggle: la vida y el arte de Stanislaw Szukalsk, del documentalista Irek Dobrowolski.
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El título refiere a Struggle (Lucha), una de sus piezas más famosas: una mano tensa, filosa, fibrosa, entre mecánica y orgánica, con monstruosas criaturas que emergen gritando de manera dramática desde la punta de cada dedo. Esa tensión también ilustra la idea que Szukalski tenía del arte (“Debe ser exagerado, debe doblarse hasta que se quiebre”) y el choque de fuerzas que agitó, desde su interior, buena parte de su vida.
Uno de los argumentos de promoción de este notable documental que se exhibe en Netflix y que comprime más de 200 horas de entrevistas a Szukalski, junto con testimonios de otros artistas, es el nombre de su productor, Leonardo DiCaprio. Era un niño cuando conoció personalmente a Szukalski. Su padre, George DiCaprio, escritor y editor under, entabló amistad con el artista en la década de 1970 a través de otro amigo en común, Glenn Bray, coleccionista de arte y cultura pop. Fue Bray, precisamente, quien redescubrió a Szukalski.
En 1968, en una librería de Hollywood, se topó con un libro marrón con una serpenteante inscripción en caracteres dorados en el lomo. El libro contenía fotografías de esculturas y bocetos para monumentos y puentes descomunales. Bray quedó fascinado y asombrado. Y más fascinado y asombrado quedó al descubrir que el creador de esos dibujos y esas esculturas tenía 80 años y vivía cerca de su casa. Y que era un viejito simpático que hablaba con calidez y amabilidad. Y que decía maravillas como: “Soy la mayor autoridad en cualquier materia que tenga valor pictórico. Nunca me llamaron de otra forma que no fuera genio”. Pronto se hicieron amigos. Las 200 horas de entrevistas en video usadas en el documental fueron grabadas por Bray.
Szukalski tenía mucho que contar. Nació y se crio en Polonia hasta que, en 1906, a los 12 años, se mudó a Chicago, junto a su padre y su madre. En la escuela creó su propio alfabeto, que perfeccionó en la secundaria. Lo usó toda su vida. En ese alfabeto estaba escrito el título del libro que Bray encontró en aquella librería. El artista regresó a Polonia en 1910 para estudiar en la Academia de Bellas Artes de Cracovia. Le atraían los símbolos mesoamericanos: representaban un arte puro, salvaje, sin contaminar. Buscó hacer lo mismo, rastreando en el pasado polaco, con sus trabajos. De esa polinización surgieron obras de una potencia atávica, de una macabra y amenazante belleza, donde caben rasgos modernos y barrocos junto con elementos del futurismo, del surrealismo y del realismo socialista. Hay bestias que parecen cíborgs, arañas biomecánicas, criaturas cornadas, placas de músculos hipertrofiados, y cascos y armaduras de samurái. Y también, metida por ahí, alguna esvástica.
Durante años viajó entre Europa y Estados Unidos exhibiendo sus inusuales obras. Construyó algunos decorados para una película que nunca vio, pero que recuerda que era sobre un mono gigante. Se hizo muy amigo de Ben Hecht, “el Shakespeare de Hollywood”, su mayor promotor en la década de 1920. En su autobiografía, Hecht habla de su amistad con un “genio escultor” de Cracovia. Lo describe con “nariz de un oso hormiguero” que “camina como un Frankenstein”. En palabras de Hecht, además de genio, es un joven “con comentarios radicales”. Comentarios que se volvieron más radicales cuando se hizo mayor, como se aprecia en el documental. Szukalski menospreciaba a los críticos de arte (“parásitos que no saben nada”), disfrutaba del jazz estadounidense (según sus palabras, no se podía enseñar), y consideraba a Picasso un “fracasado castrado” (lo llamaba “Pic-asshole”).
El gobierno de su país lo proclamó “el artista más grande de la nación” y le construyó el Museo Nacional Szukalski. Y fue en Polonia, en 1929, donde, guiado por la búsqueda de un arte puro, salvaje, no contaminado, fundó la Tribu del Corazón Encornado, un movimiento artístico inspirado en el paganismo precristiano polaco. A su vez, fue convocado por el Tercer Reich para construir un monumento a Hitler. Recibió un pago por adelantado y envió bocetos. Pero fueron rechazados. “Hice a Hitler como un bailarín de ballet, con pollerita...”, recordaría. Luego, el trabajo de casi toda su vida fue destruido durante la guerra. Volvió a Estados Unidos, se instaló en Los Ángeles y se encerró a profundizar en sus estudios sobre culturas antiguas.
Obsesivo del lenguaje e infatigable estudioso de historia y teología, habituado a seguir sus propias reglas, desarrolló algo llamado zermatismo, una pseudociencia abocada al estudio del origen de la civilización. El zermatismo sostiene que la cultura humana derivó de la isla de Pascua después del diluvio bíblico que destruyó a todos los seres, con excepción de los que encontraron resguardo en el arca de Noé. Todos los idiomas provienen de un único y antiquísimo idioma, el protong, creado por esta civilización primigenia. Y todo el arte, sostiene el zermatismo, no es más que una variación de símbolos de aquellos habitantes.
Hay más. El zermatismo tiene su propia teoría acerca de las diferencias étnicas y culturales. Los primeros Homo sapiens eran prácticamente perfectos. El asunto es que los yeti violaron a unas mujeres humanas, dando lugar a una subespecie de “gente muy fea” nacida para matar, destruir y exterminar. “Así se volvieron asesinos seriales, comunistas, nazis”, explica Szukalski. Ninguna de sus teorías ha recibido el respaldo de alguna fuente medianamente confiable. Y todas están reunidas en Protong, una obra que sobrepasa los 40 volúmenes, el corpus que sostiene y respalda sus hipótesis.
Murió en mayo de 1987. Todavía es considerado un héroe por el movimiento neopagano y neofascista de Polonia. Bray, en cambio, asegura que nunca escuchó salir de su boca una palabra antisemita. En la tensión y la lucha entre la megalomanía y el misticismo, la pasión por la creación y el nacionalismo más delirante radica el arte y la verdad sobre este insólito personaje.