Nº 2102 - 17 al 23 de Diciembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMás allá de su retórica amenazante y su política exterior expansionista, la dictadura de Irán vive su peor momento. Con una crisis social profunda y un descontento masivo, el régimen se mantiene mediante una represión feroz. La filtración de datos secretos y el asesinato de su principal científico nuclear representaron una dura humillación para sus fuerzas de seguridad. El “líder supremo”, ayatolá Ali Jamenei (81), ha transferido el poder a su hijo, Sayid Jamenei, por su delicada salud. En las últimas semanas fueron ejecutados dos opositores; el campeón nacional de lucha y el líder de las protestas masivas de 2017.
La realidad geopolítica del Medio Oriente ha cambiado radicalmente. Los aliados financiados por Teherán son ya una carga: Hizbolá en el Líbano, Hamás en Gaza y el dictador sirio Bashir Assad, que continúa gobernando un país en ruinas. Del lado contrario a los ayatolás están Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel.
La tensión con Washington aumentó desde que el presidente Donald Trump abandonó el acuerdo nuclear en 2018 —“nunca vi un acuerdo peor”, afirmó—, y repuntó cuando eliminaron con drones al general Kasem Suleimani, jefe de la Guardia Revolucionaria. Hace semanas fue asesinado Mossen Fakrizade, el mayor experto del programa nuclear persa, en un operativo atribuido a Israel. Estos hechos, más sofisticados ataques cibernéticos, evidencian la inferioridad iraní en materia de inteligencia. No deja de ser un Estado peligroso, responsable de múltiples atentados en el mundo, pero el precio por sus acciones es muy superior al beneficio que le reportan.
Recientemente, Trump afirmó en la Casa Blanca que están identificados “52 puntos clave”, cuya destrucción implicaría la eliminación del poder militar persa. Entre los principales objetivos se señaló Natanz, donde la Agencia de Energía Atómica denunció un nivel de uranio doce veces superior al permitido.
Arabia Saudita e Israel apoyan un ataque americano contra Irán desde hace tiempo. El exvicepresidente Dick Cheney escribió en sus memorias que él mismo apoyó la idea, pero George Bush la rechazó. En su lugar autorizó un plan de infiltración cibernética que dañó seriamente el proyecto atómico y continuó bajo las administraciones de Obama y Trump.
La pandemia golpeó a Irán más que a nadie en la zona. La crítica popular, tras el aumento de las sanciones económicas y la pérdida de aliados, llevó a los iraníes a cuestionar la política exterior del régimen, que solo les trajo privaciones. Una inflación descontrolada y un sistema sanitario deficiente no se tapan con consignas. Según Juan Pastor, analista de la Universidad Complutense de Madrid, “las élites religiosa y política se hallan sumidas en una continua lucha de intereses, y sus decisiones erráticas han generado indignación. Los ayatolás conservadores dominan la República Islámica, que enfrenta una crisis comparable a la guerra con Irak en los años 80. El régimen ha puesto en marcha la maquinaria para su supervivencia, mediante la vieja crítica contra el demonio americano, un recurso perpetuo en su política desde 1978”.
Las sanciones internacionales han afectado al sector financiero y exportador, con el consecuente aumento de la inflación. La caída del petróleo a mínimos históricos golpeó también a un país cuyas exportaciones son 75% petróleo o derivados. El mercado negro farmacéutico vende a precios triplicados los remedios europeos. Irán ha pedido —por primera vez— un préstamo al FMI de U$S 5.000 millones. La contracción económica alcanza el 20% y el desempleo superó los 5 millones de trabajadores.
Washington ha confiado en que la campaña de máxima presión haga colapsar a la dictadura iraní. La actual postura islámica es que ante todo se eliminen las sanciones, se compense al Estado por el daño económico y luego podrían negociar con Washington. En este tema la diferencia entre Joe Biden y la política republicana es menor a lo que marcó la retórica electoral. Ambos están interesados en un acuerdo nuclear mejor al anterior y en detener la producción de misiles persas. Biden y Kamala Harris se oponen radicalmente a la posesión iraní de armas nucleares. La postura del equipo demócrata hacia la seguridad de Israel no es muy diferente a la republicana, salvo en su oposición a cambios territoriales no acordados con la Autonomía Palestina. Al mismo tiempo el presidente electo es amigo personal de Netanyahu hace cuatro décadas y ha prometido que mantendrá su embajada en Jerusalén, un hecho que irritó a los palestinos.
Aviv Kojavi, jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), destacó en su balance de 2020 el debilitamiento de Irán y una reducción en la cantidad de víctimas del terrorismo. “El establecimiento iraní en Siria está en una clara desaceleración, pero todavía queda un largo camino por recorrer (…). El año se cierra con un saldo positivo en relación a la seguridad estratégica del país”. Dijo que este año el Ejército “atacó unos 500 objetivos en todos los frentes y realizamos muchas operaciones secretas; gracias al poder de disuasión de las FDI hasta el momento los iraníes se abstuvieron de responder”. A su vez, Kojavi se refirió a los ciberataques que realizan las FDI: “Llevamos a cabo muchos operativos ofensivos exitosos”.
Por otra parte, los aliados de Washington en Medio Oriente presionarán a Joe Biden para impedir que Irán se fortalezca, un compromiso presidencial de décadas que la Casa Blanca no puede eludir.
Una guerra directa entre Jerusalén y Teherán es improbable, pues sería sumamente destructiva. Tanto en palabras como en acciones, Israel está comprometido con sus líneas rojas. Y la más roja es no permitir armas nucleares iraníes ni que Siria se convierta en base de agresiones. La República Islámica aspira a lograr ambas metas. Si la lucha estallara, sería el fin de una era iniciada por el tratado de paz con Egipto (1979), que marcó el fin de las guerras entre los estados musulmanes e Israel, favoreció el pacto con Jordania (1994) y los actuales Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, a los que ya se sumaron Sudán y Marruecos. En la misma dirección avanza Arabia Saudita.
Una guerra de misiles —ambas naciones no tienen fronteras comunes, por lo cual la hostilidad iraní es fruto del dogmatismo— y el uso del poder aéreo hebreo sería muy duro para ambas naciones. Irán es vulnerable a pesar de su enorme población en comparación con la de Israel (82 millones frente a nueve) y la diferencia sustancial en territorio (1,65 millones de km2 iraníes contra 25.000 de Israel; similar este último a la superficie sumada de Canelones, San José, Maldonado y Rocha).
¿Por qué Irán es tan vulnerable a pesar de estas diferencias? Ante todo, porque exporta el 90% de su petróleo y gas desde un solo puerto, Kharg, sobre el Golfo Pérsico. Además, es la principal vía de su comercio exterior. La aviación hebrea, equipada con aviones F 35, podría destruirlo fácilmente. Israel es vulnerable debido a su tamaño y su densa población, especialmente en la zona costera. Pero tiene una ventaja: el consenso ciudadano en caso de hostilidades. Este no es el caso del régimen iraní, cuya población ha pagado cara su ambición expansionista y no desea una guerra. Para evitar su propia caída, Teherán debería eludir un enfrentamiento directo.
Jerusalén mantiene desde siempre una política de “ambigüedad nuclear”, pero en realidad no hay dudas. Hace unos años se filtraron varios correos personales del general y exsecretario de Estado estadounidense Colin Powell. Allí escribió: “Dudo mucho de que el régimen iraní utilizara una bomba atómica, aunque pudiera conseguirla, ya que los chicos de Teherán saben que Israel tiene unas 200, todas dirigidas a ellos, y nosotros tenemos miles (…). No podrían usarla debido al abrumador arsenal israelí”. Powell no negó la autenticidad de los correos, confirmando así un dato clave sobre el equilibrio de fuerzas regional.
Kamala Harris, en quien se supone Biden delegará gran poder, prometió lograr un “acuerdo mejor con Irán”, con cambios que lo “fortalezcan y lo extiendan en el tiempo (…). Se debe detener el enriquecimiento nuclear, frenar la producción de misiles y abandonar todo apoyo al terrorismo”.
Cliff Kupchan, presidente del Grupo Eurasia —consultora de riesgo político— afirmó que dada su situación “Irán está desesperado por un acuerdo”. No obstante, agregó, Washington se enfrentará a enormes dificultades en toda negociación que busque restringir sus actividades nucleares. “Ya vimos esta película, y la segunda parte será más difícil”.