Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSin el menor entusiasmo y en medio de la vacunación masiva contra el Covid- 19, el pueblo israelí se acerca a su cuarta elección nacional en dos años. El largo desacuerdo entre el premier, Bibi Netaniahu, y su principal socio político, Beny Gantz, para aprobar el presupuesto estatal, llevó a la disolución del Parlamento (Knéset). Los partidos Likud y Kajol-Labán intentaron sin éxito un acuerdo, pero la desconfianza entre ambos era ya absoluta. Ninguno quería elecciones, pero tampoco ceder, lo cual condujo nuevamente a las urnas.
Para comprender el mapa político israelí hay que asumir que la antigua dicotomía izquierda-derecha ya no significa, particularmente allí, diferencias de fondo en temas sociales. Representa más bien la mayor o menor disposición de ceder a Palestina territorios disputados en Cisjordania (las bíblicas Judea y Samaria). En particular, casi la totalidad de los partidos apoya anexar el estratégico valle del río Jordán —límite con Jordania— y mantener el casco viejo amurallado de Jerusalén, donde se encuentran el Muro Occidental, la Iglesia del Santo Sepulcro y la mezquita Al-Aksa.
La base ideológica de Israel es el sionismo, movimiento nacional de liberación que condujo a la creación del moderno Estado. Su idea fundamental es el derecho del pueblo judío a una patria en la Tierra Prometida. Aunque sus orígenes son bíblicos, el movimiento político fue creado por el periodista Theodor Hertzel a fines del siglo XIX, impresionado por el “caso Dreyfus” y las persecuciones antisemitas en Europa oriental. No puede ser definido como un movimiento de izquierda o derecha, ni laico o religioso, pues alberga diferentes corrientes, atravesando horizontalmente el espectro político del país.
Todos los partidos políticos judeo-israelíes son sionistas. Existen matices en los grupos religiosos ultraortodoxos, pero solo los partidos étnicos árabes no lo son. En consecuencia, el antisionismo no se opone a un gobierno concreto, sino que niega la legitimidad de Israel y su derecho a existir como Estado. Por ello la actual definición de antisemitismo elaborada por la IHRA, integrada por 36 países y adoptada por Uruguay, sostiene: “El antisemitismo es una percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los mismos. Las manifestaciones físicas y retóricas de antisemitismo se dirigen a las personas o bienes, instituciones comunitarias y lugares de culto (…). Expresiones contemporáneas pueden consistir en apoyar agresiones, realizar acusaciones generales estereotipadas, achacarles el mito de la conspiración mundial, minimizar la realidad histórica del Holocausto, negar derechos de ciudadanía en sus estados, aplicar un doble rasero con Israel exigiéndole un comportamiento no esperado de ningún otro país, o negar el derecho a la autodeterminación y la propia existencia israelí. Sin embargo, las críticas similares a las dirigidas contra cualquier otro Estado no deben considerarse antisemitismo”.
En resumen, expresar desacuerdo con ciertas acciones del gobierno israelí es absolutamente legítimo. Ahora, si la prédica defiende destruir al Estado hebreo —como los ayatolás de Irán o la extremista María Delgado Sonora—, constituye sin la menor duda antisemitismo.
Israel es una democracia parlamentaria, con un presidente electo por la Knéset —Reuven Rivlin— que cumple una función básicamente protocolar. La jefatura del gobierno recae en el primer ministro —Bibi Netaniahu— junto con su gabinete. Aprobados por el Parlamento, los ministros son responsables ante el Premier.
El Poder Legislativo se compone de una sola cámara, con 120 legisladores, elegidos por cuatro años mediante el sistema de representación proporcional, aunque todo partido debe superar el 3,25 % de los votos para ingresar.
El abanico político actual lo integran básicamente nueve partidos:
— Likud, nacionalista de derecha. Sus raíces provienen del movimiento juvenil Betar, fundado por Zeev Jabotinsky.
El primer líder triunfante fue Menájem Beguin (1977), quien firmó el histórico tratado de paz con Egipto (1979).
El partido acepta un estado árabe-palestino manteniendo las zonas estratégicas del área C en Judea y Samaria, en particular el valle del Jordán. Apoyó el mapa propuesto por Washington en el denominado “Acuerdo del Siglo”, rechazado por la “Autonomía Palestina” (AP) con sede en Ramalla.
— Kajol-Labán, partido centrista, liderado por Beny Gantz, cuyo ingreso al gobierno lo llevó al quiebre y posible desaparición en las próximas elecciones.
— Tikva Jadashá (Nueva Esperanza), es un nuevo partido creado por Guideón Saar, exdirigente del Likud, con la misma ideología, pero que enfatiza que Netaniahu debe abandonar el cargo.
— Yesh Atid (Hay Futuro), dirigido por Iair Lapid y Bugui Yaalón. Se separaron de Gantz cuando ingresó a la coalición oficial en mayo pasado. Es un partido laico, contrario a las presiones de los partidos “haredim”, con la meta de realizar una política más ética. No están dispuestos a aliarse con Bibi bajo ningún concepto, aunque sí con otro líder del Likud.
— Yemina, nacionalista y religioso moderado. Defiende, debido a las décadas de fracaso en lograr un acuerdo de paz con la Autoridad Palestina, anexar unilateralmente por motivos históricos y de seguridad el área C de Cisjordania, que comprende el valle del Jordán y las principales poblaciones (asentamientos-hebreos). Su líder es Naftalí Benet, quién afirmó que ahora el desafío es superar la pandemia y reencauzar la economía, postergando la definición de fronteras.
— Israel Beiteinu, es un partido nacionalista laico. Su líder, Avigdor Liberman, se opone a la influencia religiosa y propone un intercambio de territorios y población con la Autoridad Palestina que gobierna Abu Mazen.
— Meretz, partido de izquierda laica, acepta retornar a las fronteras previas a 1967, con mínimos ajustes, si los palestinos aceptan un acuerdo de paz total.
— Shas, religioso ultraortodoxo sefaradí (descendientes de judíos orientales y de naciones árabes). En especial, defiende el mundo de las yeshivot (centros de estudio religioso), que considera la fuerza espiritual que garantiza la protección divina.?— Iahadut Ha-Torá (Judaísmo Bíblico), religioso ultraortodoxo ashkenasí (descendientes de judíos occidentales). Al igual que Shas se presenta como defensor de los mandamientos bíblicos. A los votantes de ambos partidos se los conoce como “haredim” y cargan con la antipatía de la opinión pública por negarse a servir en el ejército, una institución básica dado los desafíos que enfrenta Israel.
La carrera electoral ya comenzó, a pesar de la pandemia y la apatía general, con la dureza característica de las discusiones políticas en Israel. El panorama fue alterado por la irrupción de un nuevo jugador, el partido Tikvá Jadashá, del exdiputado Guideon Saar, que según los sondeos podría emerger como la segunda fuerza política, pese a haberse formado este mismo diciembre.
Es posible que, pese a su desgaste, el actual premier obtenga la mayor cantidad de diputados. Especialmente ahora que comenzó la vacunación masiva y tras haber logrado acuerdos de paz con Sudán, Emiratos Árabes, Bahrein y Marruecos, los cuales se suman a los viejos tratados con Egipto y Jordania. De todos modos, va a estar lejos de los 61 mandatos que le permitirían gobernar y, salvo los “haredim”, los demás partidos no desean aliarse con él. Los cambios en el tablero ponen en duda que vuelva a formar gobierno. Su base electoral se mantiene estable, pero sigue dependiendo del apoyo de tres o cuatro partidos para lograr una mayoría absoluta.
Azul y Blanco parece ser quien pagará el mayor precio por estos siete meses de frustrada alianza. Según Aluf Ben, del diario Haaretz, “la carrera política de Gantz ha llegado a su triste final y por un momento se puede sentir la satisfacción de que la política contiene recompensas y castigos (...), firmó un acuerdo de poder compartido con un hombre que no puede compartir el poder. El trato estaba muerto desde el principio”.
Las próximas elecciones parecen estar divididas, más que por temas ideológicos, entre quienes están dispuestos a gobernar con Netaniahu y quienes buscan que —tras más de una década de gobierno— se retire de la vida política.
Nadie sabe hacia qué lado se inclinará la balanza.