Nº 2123 - 20 al 26 de Mayo de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáColombia está en estas semanas enfrentada a todos sus demonios en un paquete de disturbios y muerte. Los crecientes niveles de pobreza por la pandemia, el problema indígena, la sospechada influencia venezolana con su socialismo del siglo XXI, el problema de la guerrilla, exguerrilla e implementación de su costosísimo acuerdo de paz se van sumando para crear una situación insostenible, a la que se agregan imágenes de violencia de un poder que no parece tener un líder controlador.
El conocido y premiado periodista de aquel país Enrique Santos Calderón explica en su columna de Los Danieles: “En mis ajetreados 75 años de vida no he visto una situación semejante”. Es mucho para el caso de un observador de la realidad colombiana en todo ese tiempo. Incluso lo venía anunciando el llamado “presidente eterno” Álvaro Uribe, supuesto socio del actual presidente Iván Duque, cuando sostuvo que “con ciudadanos mercando en los basureros y otros disminuyendo el número de comidas, no hay democracia que se sostenga”.
¿Cuál fue el camino que decidió tomar hace un tiempo Duque? Lo que luego se convirtió en la chispa desencadenante y lo que parece ser la reacción natural, algo así como la cláusula gatillo de los políticos en todo el mundo y en especial de América Latina. Esto es: hurguemos en los bolsillos de la gente, de las empresas, sigamos explotando a los que producen y trabajan. ¿Para qué otra cosa están si no es para que el Estado pueda seguir con el dispendio, con el gasto descontrolado, tras sueños de gobernantes a espaldas de la realidad y alejados de la necesaria empatía con la gente?
Duque lanzó una reforma fiscal que implicaba un aumento masivo de impuestos a todo nivel, por más que algún vocero indirecto luego fuera a negociar con el Parlamento el verdadero alcance de las medidas. Esto, que es más propio de izquierdas populistas, puede haber sorprendido a algunos que habían visto en las políticas de Duque una mejora en el sentido opuesto, pero es una confirmación de su fracaso para llevar adelante una verdadera reducción del Estado, algo para lo que nuestros políticos no tienen mucha vocación. Las excusas ya las hemos visto en nuestros países, como el legado del gobierno colombiano anterior, que incluye en este caso un costosísimo acuerdo de paz.
Los anuncios fueron hechos en medio de una pandemia que el año pasado arrojó una caída histórica de 6,8% del PIB, entre otras cosas, y donde 3,6 millones de personas se agregaron a la línea de pobreza de acuerdo al Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia (DANE). La falta de tino político de Duque parece grande y le costó el cargo a su ministro de Hacienda. Pero sobretodo reveló una falta de empatía y hasta se podría decir que una cierta cobardía al no enfrentar el verdadero problema, que es el gasto. Algo que, como insistimos, va también para nuestros políticos (uruguayos) a la hora de reducir el costo del Estado.
Es fácil: si no alcanza, aumentemos los ingresos a prepo, esa parece ser la consigna. Consigna de la cobardía administrativa, desidia y, sobre todo, ineficiencia. Si esto se pudiera aplicar para el sector privado, facilitaría las cosas, pero nos haría perezosos y muy ineficientes también.
Los temas fiscales de nuestro continente —donde la pandemia dejó en evidencia que los presupuestos de Estado están pensados para épocas de vacas muy gordas y se convierten en nuestro peor enemigo en crisis— nos recuerdan la parábola de José, teóricamente el primer asesor de política fiscal de la historia. A José se le pidió que interpretara el sueño de su jefe, el Faraón. Soñó el semidios que siete vacas flacas devoraban a siete vacas gordas y más hermosas, con lo que José predijo que los siguientes siete años serían de abundancia, pero se debería hacer acopio de bienes durante ese tiempo para enfrentar los siete años de crisis que vendrían después.
Esa es una lección que aún hoy no la hemos aprendido en esta parte del mundo. Habría que prestar un poco más de atención a José.