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    La Ancap, el carbón y la Dama de Hierro

    Nº 2137 - 26 de Agosto al 1 de Setiembre de 2021

    A Ancap la fundieron durante el gobierno del Frente Amplio. Por eso hubo que inyectarle unos 900 millones de dólares para capitalizarla y que no fuera técnicamente a la quiebra. Hoy sigue perdiendo dinero, pero casi nadie se anima a ponerle el cascabel al gato. Ya no digo de cerrarla (que sería la mejor solución), sino al menos terminar con la sangría de la división Portland, el engendro de Alur o las varias empresas satélite que nadie controla. Y todo esto por el enorme temor que le tienen a las movilizaciones que hagan el PIT-CNT, el Frente Amplio y un grupo indeterminado de artistas, murgueros, estudiantes, ONG compañeras o intelectuales de academia o de boliche.

    Bien diferente fue la actitud y determinación que tuvo Margaret Thatcher cuando emprendió con las reformas imprescindibles que tuvo que realizar en Inglaterra para evitar el colapso del otrora Imperio británico, sumido en la recesión, el endeudamiento y el estancamiento económico al que lo habían conducido las políticas socialistas y estatistas impulsadas por el Partido Laborista.

    Entre esas reformas de cuño liberal (para darle más poder a los ciudadanos y menos a las corporaciones sindicales, de empresarios prebendarios y de empleados públicos), privatizó nada menos que British Airways (una verdadera empresa de aviación, no el mamarracho que era Pluna, con tres aviones alquilados y obsoletos, pero con 600 empleados abulonados a sus sillones). También privatizó las empresas estatales de teléfono, gas, agua, electricidad y desreguló el mercado financiero, pilar fundamental para que hoy Londres sea “la city” financiera de toda Europa.

    En este proceso de mejora de la competitividad, de baja de los impuestos, de eliminar regulaciones absurdas y subsidios no financiables, se tuvo que enfrentar a una tremenda huelga de los mineros del carbón, que nucelaba a unos 160.000 trabajadores, de los cuales más del 80% se adhirieron a un paro que comenzó un 5 de marzo de 1984 y duró un año entero, hasta el 3 de marzo de 1985, donde los sindicatos tuvieron que ceder y recibir la mayor derrota y la mayor humillación de su historia.

    Thatcher no enfrentó esta lucha por un tema meramente económico o político, sino moral: entendía que el Estado debía estar al servicio del individuo común y corriente (que era de donde ella provenía, siendo hija de un tendero) al afirmar que “no existe algo llamado sociedad, existen hombres y mujeres individuales y existen familias, y los gobiernos no pueden hacer nada más que a través de las personas, y son las personas quienes deben cuidar los unos de los otros”. Era una batalla entre la libertad y el socialismo.

    Con igual convicción enfrentó al borrachín, demagogo y dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri, cuando dos años antes, en abril de 1982, quiso invadir las islas Falkland para reavivar ese espíritu patriotero y chauvinista de sus conciudadanos y así lograr mantenerse en el poder unos años más. Pero no sabía con quién se enfrentaba.

    Hoy en Uruguay hay tímidas acciones para terminar con derroches y privilegios que goza la estructura estatal y en especial Ancap, donde su presidente está “marcando la cancha” al no renovar ciertos convenios laborales, al terminar con contratos ineficientes y no permitiendo que el sindicato sea una suerte de cogestor de la empresa. Dice Alejandro Stipanicic: “Lo que se negocia es lo que afecta a los trabajadores, pero las decisiones empresariales las toma el directorio de la empresa, no los trabajadores. El problema es que el sindicato cuestiona temas políticos y el presidente de Ancap no entra en temas políticos. El sindicato cuestiona o veta decisiones de la empresa y eso no lo aceptamos”.

    Con el afán de “no hacer olas” y “pensando en las próximas elecciones, más que en las próximas generaciones”, muchos políticos rehúsan dar estas batallas contra el statu quo, los privilegios y las prebendas. Pero más miedo que a las represalias sindicales, o a perder una elección, deberían temerles a las consecuencias que traerá aparejado el no hacer lo que hay que hacer. Piensen en una Argentina con Galtieri. Miren a la Argentina con los Kirchner.

    Para terminar, citemos una vez más a Winston Churchill cuando le respondió a Neville Chamberlain a su regreso de Múnich, blandiendo un “papelucho” (que él creía era un acuerdo de paz con Adolf Hitler) firmado ante el temor de ir a una guerra inevitable: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”.

    Uruguayos: no elijamos el deshonor.