La banalidad del apocalipsis

La banalidad del apocalipsis

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2126 - 10 al 16 de Junio de 2021

Leo que el iceberg más grande del mundo se desprendió de la Antártida, un pedazo de hielo del tamaño del departamento de Canelones. Y pienso que desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, e incluso mientras dormimos, hacemos uso de energía que no sabemos muy bien de dónde viene ni cómo se produce, ni mucho menos cuánto cuesta producirla en términos de daño al planeta, en términos de devastación.

Y, la verdad sea dicha, nos importa un pito.

O al menos nos comportamos como si no nos importara: usamos energía para ir y venir, nos movemos en auto o en ómnibus o en moto, como sea y al costo que sea. Consumimos mercaderías que fueron transportadas en contenedores que viajaron en barco o en avión. Usamos cada día más electrodomésticos, que tienen una vida útil cada vez menor. Nos vestimos con ropa hecha con fibras que consumen miles de litros de agua (una sola remera de algodón deja una huella hídrica de 2.000 litros), más la energía utilizada en el transporte. Consumimos alimentos producidos, transportados y almacenados con el uso de esa energía. Nos lavamos y perfumamos y desodorizamos con artículos hechos de vegetales, minerales y hasta animales, que han sido extraídos y procesados, y que han llegado a nuestras manos de alguna forma que, aunque nunca lo pensemos, involucra a cada paso la energía. Usamos teléfonos con baterías de no sé qué, que enchufamos a la red de electricidad que se produce no sé cómo, nos comunicamos gracias a satélites artificiales, a antenas de transmisión, cables y otras mil cosas que no sabemos a ciencia cierta ni de dónde vienen ni cómo se extraen.

Generamos basura, depredamos, contaminamos para vivir como vivimos.

Toda una cadena basada en la energía, un consumo constante e imparable que nos convierte en “energívoros” insaciables, con cuatro países a la cabeza: China, Estados Unidos, India y Japón. Nuestra civilización se asienta sobre la base de un gasto siempre creciente y, sin decirlo, actuamos como si creyéramos que las fuentes serán inagotables.

Eso sí, nos produce consternación leer que los polos se derriten, que los icebergs se separan, que el clima cambia y las especies se extinguen, que se queman los bosques y que sube inexorablemente el nivel del mar, que las emisiones de dióxido de carbono alcanzan un nuevo récord. Desde épocas preindustriales hasta la actualidad hemos calentado la Tierra 1.1 o 1.2 grados, con las consecuencias que menciono y otras que ni siquiera conozco, que ni siquiera sospecho. Todos lo hemos leído o escuchado, todos sabemos que se está destruyendo el planeta, lo sabemos, lo pensamos y sacudimos la cabeza preocupados, apenados, mientras apretamos el botón de on de nuestro aparato de aire acondicionado. Porque por ahora, digamos la verdad, el mundo sigue girando, y el desastre no se ve.

A veces, eso sí, nos cuestionamos. ¿Llegó la humanidad a un punto del que no hay retorno? ¿Nuestro estilo de vida tecnológico es sostenible en el tiempo? ¿O tienen fundamento las visiones apocalípticas? Sin entrar en detalles, podemos decir que la quema de combustibles fósiles supone la emisión a la atmósfera de enormes cantidades de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases que producen el efecto invernadero, y que contribuye al calentamiento global del planeta. Dada la rapidez con que se produce, el fenómeno podría desencadenar perturbaciones climáticas graves y potencialmente dañinas para nuestra civilización. “La única alternativa posible, desde el punto de vista económico, social y medioambiental, es la sustitución de los combustibles fósiles por las energías renovables, la eficiencia y el ahorro energético”, afirman desde Greenpeace.

No es utópico pensar que serán progresivamente sustituidos por energías renovables. Las preguntas que surgen entonces son las siguientes: ¿seguirá siendo posible el crecimiento del PBI mundial como en las últimas décadas utilizando otros combustibles? ¿Y qué pasará con nuestro consumo, tal como lo entendemos hoy? El Grupo de Investigación en Energía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid dice que, incluso pensando en las políticas más optimistas de sustitución del petróleo por biocombustibles y vehículos eléctricos que proponen las agencias internacionales, no será viable continuar con el ritmo del crecimiento económico ni mucho menos con los actuales patrones de consumo. Casi todas las opiniones coinciden en que habrá que cambiar hábitos, fomentar el ahorro y el uso racional para contener la actual demanda de energía hasta niveles razonables y sostenibles.

Me resulta difícil pensar en ese mundo futuro, hacerme una idea de la urgencia, de la magnitud del problema energético. Me resulta difícil imaginar el apocalipsis. Cuando se quema el Amazonas o se desprende un iceberg solo atino a pensar en Mad Max, a recordar las imágenes de aquel mundo destruido, la alegoría de una catástrofe causada por la escasez de combustible. Entonces sacudo la cabeza preocupada, consternada, y siento un escalofrío, un estremecimiento que dura hasta que tomo el control remoto, hasta que aprieto el botón de on del aparato de aire acondicionado.