N° 1849 - 07 al 13 de Enero de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUna demostración palmaria de que se puede escribir sobre Esquilo luego de los estudios monumentales y luminosos de Gilbert Murray sin incurrir en la emulación sumisa y que algo más todavía se puede decir sobre la tragedia griega en general tras lo que fijaron para siempre Nietzsche y Jaegger sin ostentar una temeridad sin fundamento, es la correcta introducción al tema que propone la especialista norteamericana Ruth Scodel (La tragedia griega. Una Introducción, FCE, que distribuye Gussi), que es un excelente umbral para profanos y una interesante apertura para quienes están familiarizados con el asunto.
La obra está perseguida, es cierto, por una crispada necesidad de información, por comunicar muchos datos sobre una determinada cuestión, como si la falta de ello fuera un demérito, cuando se sabe que no lo es; pero esa innecesaria excitación se compensa con una apreciable capacidad para encuadrar y relacionar las piezas, ubicarlas en el contexto de las mentalidades y no meramente en su obligada referencia histórica, estética o política.
Esto, empero, no disimula la intención pedagógica; es evidente que esta pieza busca interesar antes que dotar; pero a la vez que sigue ese propósito logra conferir renovada perspectiva a la lectura de algunos textos. Nada mejor para alguien que tiene amistad con estos clásicos que medir las valoraciones y aportes sobre las obras más concurridas, como es el caso de la Orestíada, Antígona, Edipo, Medea. Y lo que se ve aquí es que la autora prefiere la prudencia y el homenaje callado antes que la desmelenada ruptura de la mirada más tradicional.
Por eso puede resultar tedioso encontrarse de nuevo con énfasis que nadie sensatamente podría disimular en un trabajo de esta naturaleza, a saber: los declives y la superposición de registros de tensión en el monólogo de Clitemnestra luego de cumplida la deseada faena, el diálogo final de Antígona con Ismena, las pocas y terribles intervenciones del pedagogo en Medea, la reacción de Edipo ante el cuerpo balanceado de Yocasta. Lo que se asienta sobre estos momentos está bajo los dominios de lo esperado, de lo consabido y se agradece en un libro destinado a visitantes nuevos del tema.
Tanto más interesante es lo que aporta en la lectura de Los Persas, título peculiar porque es el más antiguo de los producidos por Esquilo presentado en torno a la año 472 a.C. y que es el más dependiente de la realidad política de entonces, dado que tiene como escenario la batalla de Salamina ocurrida ocho años antes, esto es, un acontecimiento cercano, vívido y de efectos actuales para los espectadores de entonces.
Pero además Los Persas es una obra arriesgada en su estructura escénica, por cuanto se funda en el encadenamiento de raccontos y monólogos en un solo lugar. Y para más problema: siendo como es y quiso ser un homenaje al coraje, al patriotismo y al amor a la libertad de los griegos y en particular de los atenienses, la acción tiene lugar en la retaguardia de los persas, en el palacio donde la reina madre espera con angustia noticias de su hijo y de la suerte en el escenario de combate. Este trastrocamiento de la perspectiva ofrece un sesgo muy curioso, aún hoy, porque nos induce no al desprecio o a la denostación de los enemigos de Atenas, sino a la comprensión y a la piedad. Es cierto que los persas aquí distan mucho de compararse en heroísmo y constancia a los magníficos griegos, que son como leones asustando y persiguiendo; tal vez resulten un poco indolentes o majaderos. Pero ese efecto se advierte solamente cuando se los toma en conjunto, pero cuando la acción se personaliza y hace foco por ejemplo en la reina, tenemos grandeza, tenemos dolor, tenemos capacidad de admiración. Cualquier otro autor hubiera celebrado con fanfarreas el triunfo de Salamina, el superlativo gigante que es Esquilo nos sorprende con presentar los hechos por sus efectos en el bando antagónico, de resultas que la gloria que se quiere inmortalizar, que el homenaje que un combatiente ateniense brinda a sus compatriotas y a su comunidad toda por lo que significa, por lo que la anima, aparece diluida en el dolor y angustia de los vencidos, en la piedad que inspiran sus infortunios.
Ruth Scodel es cauta y prefiere dirigirse a los estudiantes cuando trata con estos asuntos y no a los que más conocen; con una prudencia que algunos lectores podrían agradecer, al final de su paseo por entre algunas de las connotaciones de las obras, se cobija en la recomendación de trabajos más especializados. Eso es bueno, pero deja entrever que podría haberse atrevido un poco más por su cuenta, no dejarse intimidar por el peso de la erudición abusiva, ya que dada a interpretar lo hace con solvencia.