N° 2033 - 15 al 21 de Agosto de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl terremoto que generó el resultado de las elecciones primarias del domingo 11 en Argentina, en las que la fórmula kirchnerista Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner superó a la dupla del presidente Mauricio Macri y el senador Miguel Ángel Pichetto por más de 15 puntos porcentuales (47% a 32%), sacudió fuertemente los mercados financieros de ese país y aumentó las dudas respecto a cuál será la salida de una situación económica y financiera que ya se presentaba como muy delicada.
Así como el pronunciamiento de la gente en las urnas fue contundente, también lo fue la “votación” de los inversores, que provocaron el lunes 12 la mayor caída de la historia para la Bolsa de Buenos Aires (superando incluso a la que se dio en el default del 2002); una enorme depreciación del peso (el dólar spot llegó a cotizar por encima de los $ 62 y casi $ 77 a futuro), y el “riesgo país” se duplicó hasta niveles superiores a los 1.900 puntos básicos, un máximo en 10 años. Evidentemente, los recuerdos que tienen los inversores de los gobiernos kirchneristas no son para nada buenos, y la diferencia que marcaron los PASO luce como muy difícil de descontar en las 11 semanas que quedan para las elecciones generales del domingo 27 de octubre, lo que explica la huida generalizada de los activos financieros argentinos.
Por ahora, las ventas de dólares al contado y en futuros realizadas por el Banco Central argentino, así como la suba de las tasas de interés sobre las Leliq (a 75% nominal anual, algo así como 107% anualizado) no han sido suficientes para calmar la situación, lo cual es lógico porque el problema ya ha dejado de ser económico y financiero para ser político. Más que importar lo que vaya a hacer el actual gobierno, mucho más relevante es lo que hará el casi seguro gobierno de los “Fernández”, quienes, por supuesto, quieren que la bomba le termine de explotar al presidente Macri, tanto para asegurar definitivamente su triunfo en la elección de octubre como para empezar con buena parte del ajuste cambiario realizado y la deuda en pesos “licuada”.
Pareciera que solo un milagroso repunte en las encuestas de Macri y una caída de la intención de voto hacia la fórmula kirchnerista por debajo del 45%, que habilitara expectativas de un eventual balotaje en noviembre, podría calmar transitoriamente el nerviosismo de los agentes financieros. Pero ese escenario hoy por hoy luce casi que imposible.
Para Uruguay, desde el punto de vista económico ese panorama es una muy mala noticia, ya que acentuará las influencias negativas que va a “importar” desde el vecino, ahora mucho más pobre y mucho más competitivo, a su vez, por el ajuste cambiario que de diciembre se adelantó a agosto. La próxima temporada turística posiblemente será tan mala como la pasada o peor; los exportadores uruguayos (salvo el caso de la celulosa) sufrirán la mayor competencia de los argentinos en el mundo, y el comercio local sentirá el impacto del creciente número de uruguayos que cruzará el charco para hacer compras. A diferencia de lo que ocurrió luego de la crisis de 2002, difícilmente se repita la llegada masiva de inversores argentinos, ni al sector agropecuario (los precios de las materias primas, y sobre todo los costos de producción en Uruguay, ya no son los mismos que en aquella época) ni a la construcción y el sector inmobiliario (tanto por una razón de costos como por el tratado de intercambio de información tributaria entre ambos países).
La crisis argentina complica mucho más las cosas a una economía uruguaya con varios flancos débiles. Y, quizás, haga más duro un casi seguro ajuste por el lado fiscal y para corregir el “atraso cambiario”.
Con una situación financiera y bancaria totalmente diferentes, en términos económicos Uruguay está conceptualmente en una situación similar a la de 1999, aunque con una situación fiscal mucho más comprometida por el nivel récord de gasto público y presión tributaria actual. Los desafíos que enfrentará el próximo gobierno serán enormes. De “despilfarrar la abundancia” habrá que pasar a “administrar la escasez”, y a su vez tener la audacia y visión para restaurar las condiciones para poner a andar a la economía tanto a corto como a mediano plazo.