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    La democracia y los radicalismos

    Sr. Director:

    Una escueta mirada a la evolución de los sistemas políticos imperantes en el mundo en los últimos cien años muestra, con avances y retrocesos, la tendencia hacia la adopción de sistemas democráticos de gobierno. En efecto, la caída de los autoritarismos fascistas y comunistas alentó el proceso de afirmación de valores de convivencia basados en el respeto a la libertad de los individuos y el derecho de los pueblos a elegir sus gobernantes periódicamente y cambiarlos cuando no colman sus expectativas.

    No obstante, pese al generalizado consentimiento sobre las bondades del sistema democrático, restan muchos desafíos por encarar. La revista inglesa “The Economist”, desde su Unidad de Inteligencia, realiza periódicamente el “índice de democracia” en el cual releva sesenta indicadores que hacen a la calidad democrática en 167 países en varias categorías; proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política. Distingue así distintos grupos de países: con democracia plena, con democracia defectuosa, con regímenes híbridos y países con regímenes autoritarios. En el primero existe vigencia plena del ejercicio democrático y en los segundos con algunas imperfecciones; representan ambos aproximadamente la mitad de los países y de la población mundial. En los regímenes híbridos y obviamente en los autoritarios, la calidad democrática es precaria o nula y representan la otra mitad de la Humanidad.

    Más allá de la consideración de este índice en particular, es ostensible que buena parte del orbe no goza aún de las libertades democráticas básicas. He aquí un enorme desafío.

    Pero, ¿cuál ha sido y es la salud de los sistemas democráticos, tanto “perfectos” como “en desarrollo”? Esta pregunta abre un abanico de debates que difícilmente pueda reducirse a este espacio y que sin duda superan mis capacidades. Quisiera sí reflexionar sobre una debilidad que la propia libertad expone a la democracia; el pensamiento “radical”. Éste se caracteriza básicamente por planteamientos deterministas y maniqueístas de la realidad, generalmente apoyados en consignas facilistas de alto impacto comunicacional.

    El factor económico parece clave en el avance de estos radicalismos. Tal vez el ejemplo paradigmático lo constituya la República de Weimar de la Alemania de 1919, la cual consagró una de las constituciones mas democráticas de la historia. Sin embargo, la crisis mundial de la época, unida a las exigencias del Tratado de Versalles, hundió a Alemania en una debacle económica y desesperanza profunda que condujeron al nazismo, basado en aberrantes prejuicios de raza y chauvinismo nacionalista. Hitler le expuso a los desesperados alemanes la “sencilla verdad” de sus padecimientos; la culpa la tenían los judíos y los traidores de Versalles que habían “apuñalado por la espalda” al pueblo. Esta mentira “repetida mil veces”, al decir de Goebbels, se transformó en una “verdad” creída por millones. El resto es historia.

    El impacto del factor económico-político no sólo se expresa en las crisis, sino también en la gestión oligárquica y corrupta del poder de ciertas élites gobernantes, lo que condujo en muchas sociedades a la exclusión de amplias capas sociales a los beneficios del progreso, tanto puramente económicos como en derechos sociales, aunque en varios de estos países existieran esquemas democráticos ciertamente de muy baja “calidad”. Esto alentó el caldo de cultivo de varios radicalismos, generalmente (aunque no exclusivamente) de identificación ideológica de izquierda y otros que en términos generales se denominan como “populismos” de vaga definición ideológica y doctrinal, pero todos ellos de neto tinte totalitario.

    Hasta aquí lo que a mi juicio son factores objetivos que ambientan el discurso radical con probabilidades de éxito. Pero, ¿qué decir de aquellas sociedades más avanzadas, tanto económica como socialmente, donde afloran actualmente con vigor estos discursos?

    Volviendo a “The Economist”, Europa y Estados Unidos son las regiones que registran los mayores índices de democracia y según el PNUD las de mayor índice de desarrollo humano. No obstante, aparecen fenómenos de radicalismo desconcertantes, de los cuales menciono sólo tres como ejemplo, todos de diferente signo. Los Estados Unidos están aún sorprendidos por la irrupción de Donald Trump, un patético personaje de ultra-derecha que con un simplista y agresivo discurso anti-inmigrantes no sólo aventaja ampliamente a sus atónitos contrincantes republicanos sino que ya está a seis puntos de la aspirante demócrata Hillary Clinton para las presidenciales. En la súper-estable Inglaterra de Tony Blair y David Cameron, la estrella ascendente es un poco conocido candidato laborista, Jeremy Corbin, de raíces y propuestas ortodoxas marxistas y que está poniendo en jaque a todo el establishment. Por último, y tal vez el más traumático por incomprensible, es la adhesión que miles de jóvenes europeos manifiestan por el Estado Islámico, dispuestos a engrosar sus filas como asesinos “combatientes” o prostitutas de éstos.

    Estos y otros fenómenos tienen causales profundas que exceden con mucho a las interpretaciones primarias económico-sociales y seguramente haya que analizar aspectos de la sicología social vinculados a procesos colectivos tales como la frustración frente a la complejidad creciente de las sociedades, el valor de lo inmediato como factor excluyente de satisfacción, individualismo extremo y sin valores como única alternativa, etc., etc.

    Estos son factores difusos en los cuales se fundamentan a mi juicio las mayores amenazas de las democracias contemporáneas frente a la siempre seductora tentación de los radicalismos.

    Uruguay. Nuestro país desde la salida de la dictadura ha avanzado consistentemente en su proceso de consolidación democrática. El referido índice de “The Economist” nos incluye dentro de los 26 países que gozan de “democracia plena”, entre 167. Los índices de desarrollo humano nos sitúan dentro de los primeros lugares en la región y destacado a nivel global. En la última década, de la mano de condiciones externas favorables y la aplicación de políticas activas, se ha constatado un neto avance tanto en términos de ingresos de las personas, como en políticas sociales y derechos. Esto en el marco de una estabilidad política y económica histórica unánimemente reconocida y elogiada en todos los ámbitos. No obstante, parte de la sociedad es receptiva aún a modelos de propuestas radicales y lógicamente a grupos políticos o de otra índole que las ofrecen.

    Para quienes valoramos profundamente la democracia como único sistema concebible de convivencia digna, justa y civilizada, creemos que es un compromiso ineludible defenderla, desde la opción filosófico-ideológica y partidaria que se tenga, contra el avance del pensamiento radical y totalitario a todos los niveles y provenga de donde sea, ahondando en sus causas y combatiendo sus premisas.

    Ing. Gabriel Vitar

    CI 1.557.573-1