Nº 2246 - 12 al 18 de Octubre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCamino por la feria de Tristán Narvaja en una búsqueda sin ilusiones. Los libros que quiero valen fortunas, la lapicera Parker ya la vendieron y los morrones deberían cotizar en la bolsa de Wall Street.
Vuelvo caminando por Gaboto con los brazos y las esperanzas caídos cuando lo veo, brillante entre tazas cascadas, ruleros de metal y championes gastados, increíblemente nuevo y brillante, de una buena marca.
Un walkman.
Me acerco a mirarlo, ¿dónde habrán ido a parar todos aquellos aparatitos? No recuerdo cuándo dejé de verlos, no puedo pensar en un momento preciso en que haya tomado conciencia de que estaban desapareciendo. Es como si de repente todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo en enterrarlos en el patio trasero. ¿Dónde fue a parar el mío? Juraría que alguna vez lo dejé, como lo dejaba siempre, en el estante más bajo de la biblioteca, y ahí debería estar cuando sufrió la abducción, cuando todos los de su especie se fueron a quién sabe dónde.
Hay cosas que ayer estaban, y hoy no. Agarro el aparato, lo reviso, hasta tiene un casete adentro. Y mi walkman, el que nunca más vi, ¿cuál habrá sido el último casete que leyó, el último que sonó en mis oídos?
Pienso en las cosas desaparecidas, en el triángulo de las Bermudas de la vida. Algunas convivían con nosotros hacía generaciones, habían sobrevivido a guerras, revoluciones, dictaduras, migraciones y divorcios, y hoy simplemente no están. La Spika de mi madre, por ejemplo. Otras acababan de llegar, recién se ponían de moda y se fueron tan rápido como habían venido. Los videoclubs, los Blockbuster.
El feriante se acerca, me saluda, me dice que todavía funciona. ¿Cómo no va a funcionar? El combinado de mi abuelo anduvo más de 50 años, y este aparato no puede tener ni la mitad.
El London París, el azúcar en pancitos, los visos de cintura, el guindado El Pobre Marino, las muñecas que caminaban y lloraban, ¿quién no oyó mencionar esas muñecas al menos? Yo las tuve en una era anterior a las Barbies: grandes y pesadas, con piernas que se movían y una cuerdita en la espalda que, si la tiraba, emitían un sonido de oveja, uááá. ¿Qué pasó con ellas? ¿Cuándo las sacaron para siempre de las vidrieras de las jugueterías?
Los buscadores Yahoo y AltaVista, las computadoras Compaq, los chocolates Colibrí, el jabón Bao. El tipo me habla, menciona un precio que ni siquiera registro. Pulso el on y la tapa se abre suavemente, debía ser de un niño porque el casete es de Xuxa. Ahora solo me falta llegar a la esquina y ver un dinosaurio.
Pero hay más cosas desaparecidas, pienso, los colchoneros y los cobradores a domicilio, las heladeras con las calcomanías de pingüinos, el lechero que dejaba la botella en la puerta, el pollo a la sal, los mocasines de Lumaconi, la ONDA y los trolley Amdet.
Hasta las plantas, sí, las plantas han sufrido esa evanescencia, ¿o alguien es capaz de decirme dónde hay un esqueleto de caballo? Sí, alguno me dirá que tiene uno en la casa, pero antes no había casa que no lo tuviera. Objetos que fueron cotidianos y un día dejaron de estar a la vista. ¿Dónde hay, por favor que alguien me lo diga, carpetitas tejidas sobre los muebles? ¿O un banco en la puerta para sacar a la abuela en las tardes frescas? ¿Bandejas del Corcovado hechas con alas de mariposas?
El fenómeno afecta también a personas, políticos, locutores de radio, actores, jugadores de fútbol que se esfuman sin dejar el menor rastro. Uno ya ni recuerda que existieron hasta que alguien le dice: “¿Qué habrá sido de Macaulay Culkin, el niño de Mi pobre angelito?”. Evitaré mencionar a los políticos uruguayos que no fueron reelectos y se precipitaron en el olvido. ¿Y las casas? La de la esquina está al borde del precipicio del no ser, muestra pedazos de muros que ayer resistieron a la topadora y donde perdurarán, por unas pocas horas, las huellas de sus habitantes: marcas de muebles contra las paredes, un póster de Queen clavado con chinches y casi suelto, escalones gastados que ya no llevan a ninguna parte, restos de existencias exhibidas impúdicamente antes de terminar de ser demolida. No solo desaparecen edificios y casas, también las calles y los parques. ¿Cuántos jóvenes saben que existió un parque Capurro donde ahora solo quedan una escalinata de mármol y algunas hamacas?
Hasta los países desaparecen: la Unión Soviética, Checoslovaquia, Zanzíbar, y la lista seguiría si yo fuera buena en geografía o tuviera memoria.
Las palabras también nos dejan. Hace ya tiempo mi hermano les dijo a mis hijos que alguno era muy piola. Ellos me miraron y me preguntaron qué era eso, porque ni siquiera sabían que era un hilo para atar (¿qué cosa se ata hoy en día?) ni muchísimo menos conocían la expresión. Mi madre decía “qué plato” cuando algo le causaba gracia, mi abuela le llamaba noticioso al informativo y tricota a los buzos de lana.
Desaparecen formas de vida. ¿Qué joven se haría hippie? ¿Qué viejo toma la fresca en el banco de la entrada? ¿Quién peregrina a la gruta de Lourdes?
Profesiones enteras se esfuman, y no hablo de los alquimistas ni de los constructores de catedrales, no, ¿dónde están los colchoneros que cardaban la lana en la vereda?, ¿y los perforadores de IBM? Acaso están viviendo en la Unión Soviética con Macaulay Culkin.
A esta altura el vendedor regatea solo, me pide una cifra tan ridícula que me da vergüenza. Saco un billete arrugado, se lo entrego, me voy casi corriendo. Lo paso de una mano a otra, trato de esconderlo entre la ropa, miro a un lado y al otro, ¿lo tiro?
Antes de llegar a 18 me cruzo con una nena, digamos de unos seis años, de la mano de su madre. Me acerco, sonrío a las dos y se lo tiendo.
—¿Qué es esto? —La niña lo mira y mira a su madre, como aquella vez me miraron mis hijos, pero no estoy segura de que la madre sepa tampoco de qué se trata. Se me traba la lengua tratando de explicarlo.
—Un walk... Algo para escuchar músi… Un pasacasete que es… Bueno, miralo, todavía tiene uno adentro y creo que es de Xuxa.
Escapo antes de que me pregunten qué es un casete y quién es Xuxa. Al llegar a la esquina me doy vuelta y veo a la mamá tirándolo en un contenedor de basura.