Nº 2174 - 19 al 25 de Mayo de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa música y la poesía del tango buscan, esencialmente, movilizar las emociones de aquellos a quienes les agrada.
Hay veces, y ocurre sin dudas con los temas inscriptos a fuego en su mejor historia y que los gustadores conocen de memoria, en que alguno ingresa con más frecuencia al recuerdo y la emoción aparece dibujada de distintas formas que no solo conmueven sino adquieren una suerte de efecto sanador, reparador.
Hay otras veces, repentinas y menos frecuentes, en que se regresa a viejos y hasta divertidos e incluso absurdos debates.
Por caso, se ha dicho que hay tangos sobresalientes, compuestos entre los primeros años del siglo pasado y la década de 1940, que exaltan la extrañación —acción y efecto de extrañar— a Francia y su ambiente de fantasía y bohemia, particularmente París y, más en el detalle, Montmartre: La que murió en París, Araca París, Canaro en París, Madame Ivonne, Siempre París, a título de ejemplos entre muchos más.
Sin embargo, como sabiamente ha sugerido Manuel Adet, hay un tango, que lleva encima la rareza de ser el único entre los que integran ese universo, donde el protagonista expone su nostalgia de otro modo: desde París, donde ha quedado varado por las circunstancias, extraña Buenos Aires. Se trata de Anclao en París, cuya letra compuso en 1931 Enrique Cadícamo con música del guitarrista de Gardel, Guillermo Barbieri. Fue de los preferidos del gran cantor, que solía interpretarlo asiduamente y quien lo convirtió en un clásico.
Ah, pero… Hay otra polémica, a la que contribuyó el calificado poeta. ¿Cómo nació este tango? ¿De quién fue la idea?
La versión que al paso de los años ha logrado más consenso sentencia que el origen fue la tristeza que ganó al propio Gardel, que no podía regresar a Argentina por una cantidad de compromisos que lo habían hartado, en medio de la crisis desatada y extendida por la debacle de Wall Street en 1929. Según esta versión, el Mago le habría pedido a Barbieri una melodía que representara ese ánimo y que llamara a Cadícamo, por entonces en España, para escribir los versos.
Pero el letrista, en un disco grabado en 1955, conmemorativo del vigésimo aniversario de la muerte del cantor, dejó estas afirmaciones: “Siempre me preocupó sentimentalmente el problema de alguno de los tantos argentinos que pudieran quedar, por falta de dinero o lo que fuera, anclados en París (…). Yo estaba en Barcelona y no me era difícil ponerme en su lugar… Un poco de imaginación, el rincón de un cabaré, unos cigarrillos y ya estuvieron los versos. Gardel andaba por Niza y se los mandé. La emoción de la tierra lejana agrandó mi poesía y Carlitos se entusiasmó y le pidió a Barbieri que hiciera la música. Y ahí tienen la historia de un tango que añora Buenos Aires desde París y que nació en España…”.
Si alguien responde “y a fin de cuentas qué importa”, le asistiría razón; Cadícamo jugó mucho con “hoy digo una cosa y mañana otra” y al fin lo relevante es el tango:
Tirao por la vida de errante bohemio / estoy, Buenos Aires, anclao en París. / Curtido de males, bandeado de apremios, / te evoco desde este lejano país. / Contemplo la nieve que cae blandamente / desde mi ventana que da al bulevar. / Las luces rojizas, con tonos murientes, / parecen pupilas de extraño mirar…
Por si lo abundado sobre una de las obras cimiento de la historia del tango fuese poco, el ya mencionado Manuel Adet añadió un aspecto al borde de lo excéntrico. Refiriéndose a la inigualable versión de Gardel, mencionó otras que son hasta hoy muy disfrutadas, aunque marcando una inesperada preferencia: la de Luis Cardei, nacido en 1944 y fallecido en 2000, “un pedacito de cantor, una enormidad de ser humano”.
Ya me he referido a Cardei, que actuó toda su vida en cantinas, bodegones, el histórico Club del Vino y una única vez en España. Hemofílico desde niño, afectado por la poliomielitis en la adolescencia, con un humor sorprendente para superar desgracias, enamoró a muchos usando un tono intimista, de un fraseo delicado de fondo gardeliano, acompañado siempre por su amigo del alma, el bandoneonista Antonio Pisano.
Y cuenta Adet, que lo frecuentó, que Cardei acostumbraba a decir antes de interpretar Anclao en París: “Cuando llegue a Francia, lo primero que haré será cantar este tango al bajar del avión”.
Nunca ocurrió. Su prematura muerte, al amanecer de este siglo, le cortó el camino.