N° 2031 - 01 al 07 de Agosto de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl tiempo asumido desde la fenomenología no es un concepto sino un dato de la existencia; no una nota o propiedad, sino la condición misma de la existencia. En Ser y Tiempo (1927) Martin Heidegger analizó largamente el asunto y pocos años más tarde propuso distintos desarrollos, uno de los cuales aparece en el seminario que dictó entre los meses finales de 1933 y los inicios de 1934, que lleva por título Naturaleza, Historia y Estado (Editorial Trotta, Madrid 2018).
Explicó en esas clases que la forma que tenemos de vivir el tiempo nos lleva a revisar nuestro concepto de la historia como retrospección, recuperación o actualización del pasado. La historia, bajo la mirada de Heidegger, es muy otra cosa. Habla Heidegger de un horizonte como escenario en el que se abre y a la vez se proyecta lo que llamamos tiempo. Copio un fragmento de la quinta sesión del seminario en el que establece los elementos que componen la épica espesura del presente que somos: “¿Cómo es posible que yo me encuentre en este horizonte temporal? ¿Cómo es posible que el ‘acaba de suceder’ y el ‘a punto de suceder’ —en cuanto horizonte— me proporcionen el conocimiento del ‘ahora’? ¿Qué hace posible que yo aprehenda el ‘ahora’ que se desvanece como aquello que acaba de suceder? ¿Una vivencia? ¿Una representación? No, una retención. Yo retengo el ‘ahora’ en su transformación porque lo acompaño en el ‘acaba de suceder’, porque vivo en el ‘acaba de suceder’. Este pasado que no se escapa de las manos es el que hace posible mi recuerdo. A su vez, la relación con lo ‘a punto de suceder’ es la expectación. Así, los seres humanos se encuentran en sus propios modos de esperar y retener; esos modos les permiten reflexionar, liberarse de la entrega a lo que comparece en cada caso en un ‘ahora’ eterno. En la medida en que estamos presentes en la expectación y la retención, podemos hablar de un ‘ahora’, un ‘acaba de suceder’, un ‘entonces’, un ‘inmediato’ y una sucesión en el tiempo”.
Bajo esta concepción ya no se puede, no se debe hablar de la medida del tiempo para referirse a la existencia. Es cierto, hay un tiempo de proceso en la naturaleza y un tiempo de perspectiva en la historia, es verdad que hemos instruido fragmentaciones del tiempo ante la observación o comprensión de procesos y hechos: la distancia que transcurre entre la siembra y la floración, el tiempo que emplea la Cruz del Sur para trasladarse de un punto a otro de la bóveda celeste, el tiempo y las intrigas y fatigas que le llevó al reino de Castilla hacerse con las últimas taifas musulmanas o a Carlomagno obtener la corona de emperador; o reconocer la fecha de la asamblea en la que se produjo la caída en desgracia de Robespierre (que parecía invencible), o el atentado de Sarajevo, el putsch de Münich, el estreno de La flauta mágica, de Mozart, o la aparición del primer cuadro abstracto de Kandinsky, la inauguración de la Tour Eiffel y la fecha (2 de febrero de 1922) de la primera edición de la novela de Joyce que remoza en clave de abnegación y desencanto contemporáneos las aventuras de Ulises, fecundo en recursos. Todas estas acepciones, insisto, remiten a una misma operación que está ligada a la lógica o esencia de la naturaleza (procesos) y a la medición y división del tiempo para establecer fechas, horas, referencias de posición en las líneas geométricas convencionales sobre las que organizamos nuestro relato del pasado; el naturalista y el historiador común creen comprender el mundo desde ese marco.
Pero esto no tiene nada que ver con la existencia. La historia, para ser tal de modo fecundo, tiene que ver con nuestro pasado, con el destino de nuestros ancestros, y por ende se ata felizmente a nuestro destino. El tiempo, en este sentido, ya no es un marco, dice Heidegger, sino “la constitución fundamental propia del ser humano. Y solo un ente cuyo ser es el tiempo puede tener y hacer historia”. En puridad, lo que nos está mostrando Heidegger es la noción básica de toda su teoría: no estamos hechos de la materia de los sueños, sino del tiempo, somos el tiempo que vivimos y que proyectamos. Lo dice con claridad: “El futuro es la característica fundamental del tiempo y para nosotros el futuro está conectado directamente con el pasado. Existimos desde el pasado hacia el futuro, y solo así existimos en el presente”.
Esa conciencia es la que da sentido y fuerza a nuestra libertad. Lo que nos identifica.