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    La hora del Ángelus

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2107 - 21 al 27 de Enero de 2021

    Heidegger se pregunta cómo es posible que el acaba de suceder y el a punto de suceder en cuanto a horizonte, considerado como el lugar a donde me despliego, hacia donde me dirijo, me proporcione el conocimiento inmediato del ahora. Es decir, cómo es posible que lo a punto de suceder o lo que acaba de suceder me pasen un dato que yo hasta ahora no he podido captar, que es el ahora actual, y no lo he podido captar por la teoría de la fugacidad que hace que mientras lo estoy diciendo el presente ya se fue. El río donde me bañé ya no es el mismo río. Heidegger pregunta qué hace posible que yo aprenda el ahora que se desvanece como aquello que acaba de suceder. ¿En virtud de qué puedo retener el ahora? ¿Una vivencia, una representación? No; lo que ocurre es que retengo al ahora en su transformación porque lo acompaño en el acaba de suceder, porque vivo en el acaba de suceder. Este pasado que no se escapa de las manos es el que hace posible mi recuerdo.

    Como estamos perdidos en los ademanes de la filosofía que se ha desviado del ser, y que ha incurrido en lo que Heidegger llama el olvido del ser, perdemos de vista que el centro de la acción es el hombre en su pensamiento, el hombre viéndose a sí mismo, existiendo, cargando con el peso de su existencia. Todo lo que podemos decir del tiempo es todo lo que hacemos, no es lo que podamos imaginar o la teoría que se nos ocurra. Hay dos operaciones radicales: retención del tiempo (lo que acaba de suceder); expectación (lo que está a punto de suceder). Habitar en ambas provincias es el presente sustancial de la existencia. Dice Heidegger que los seres humanos se encuentran en sus propios modos de esperar y retener, que eso los define, que eso es su Historia: “Esos modos les permiten reflexionar, liberarse de la entrega a lo que comparece en cada caso en una hora eterna”.

    Para que se entienda mejor: en la medida en que estamos presentes en la expectación y en la retención podemos hablar de un ahora, de un acaba de suceder, de un a punto de suceder, de un entonces, de un inmediato y de una sucesión en el tiempo; pero solo a condición de estar nosotros allí, no en una teoría. En ese presente o ahora es donde somos actores, centro, es donde las cosas están con nosotros. El ahora es la existencia, no es que ahora sea el ahora de la existencia sino que es la existencia. Dicho con más exactitud: Dasein y ahora son la misma cosa. La expectación y la retención convierten en presente, en ahora ambos campos.

    Habitamos en un ahora que viene a ser un presente ensanchado hacia atrás y hacia adelante mediante la retención y la expectación, y por la actualización de lo que ocurre en mí. El acto de ensanchar, de retener, de tener expectativa, es un acto del presente. Esta constitución fundamental del ser humano que remite al tiempo propio, al tiempo del Dasein, en cuanto temporalidad humana, es la condición para el tiempo del que comúnmente hablamos. Estar en el ahora es convertir en presente las cosas que están adelante o están atrás que para uno forman parte del horizonte existencial, de la realidad. Lo que va directo hacia la experiencia propia es lo que a uno le incumbe, en ese sentido, es lo que le afecta. Así, entonces, enseña Heidegger, hay dos cosas que comprendemos acerca del tiempo. Por una parte está el tiempo con el que estamos acostumbrados a calcular, ese tiempo de la hora entre las 5 y las 6 p.m., el tiempo en el que transcurren las cosas entre la naturaleza y la historia, y por otro tenemos la temporalidad en la que vive el ser humano mismo, la hora del té o del estudio, o del Ángelus. Son dimensiones, universos diferentes. Eso explica por qué en nuestra consideración de la historia introducimos el tiempo con tanta espontaneidad. No se trata del tiempo que puede utilizar el historiador para  determinar y comprobar por ejemplo que Carlomagno fue coronado emperador en la Navidad del año 800 después de Cristo; no, estamos hablando de la historia como nuestro pasado, del cual fue el destino de nuestros ancestros y por ende de cuál es nuestro propio destino.

    Aquí tenemos un sentido externo y también otro sentido existencial o personal del tiempo, que es la idea del tiempo como elemento que se vive; que individualiza.