Nº 2230 - 22 al 28 de Junio de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace poco menos de un mes, el viernes 26 de mayo, tuve el privilegio de pasar casi 24 horas con Manu Ginóbili, la leyenda argentina del básquetbol que triunfó en Italia y en la NBA y fue medalla de oro con la selección de su país.
Muchas veces buscamos en libros, películas, charlas subidas a Internet e incluso en cursos de escuelas de negocios los secretos, los consejos y las claves que hacen que una persona se convierta en un gran líder, en un referente, en alguien que logra resultados fuera de lo común. Buscamos respuestas acerca de cómo personas que han logrado estar en el máximo nivel de sus carreras profesionales han podido, a su vez, inspirar, contagiar y desafiar a sus equipos y a quienes los rodean.
Durante su visita, y en el marco de un evento en el que participaron más de 1.000 ejecutivos, compartí con Ginóbili una conversación de unos 45 minutos en la que pudimos abordar varias de estas aristas.
Solemos, como directivos, menospreciar el poder transformador, cognitivo y emocional que tiene una verdadera conversación, ya sea con un par, un reporte directo o con nuestro propio jefe. La conversación desinteresada, profunda y frontal, tiene una potencia que habitualmente no dimensionamos en nuestros trabajos, empresas y equipos.
En su libro The Talking Manager, Álvaro González Alorda, profesor del IESE que se ha focalizado en temas de innovación y comunicación, aborda el milagro único y transformador que sucede cuando aprendemos a conversar. Conversar se convierte casi en un arte y requiere de práctica, dedicación y esfuerzo, pero además tiene una potencia especial cuando se trata de liderar y motivar a los demás.
Las enseñanzas que Ginóbili compartió en esa conversación sobre su rol de líder en sus dos grandes equipos durante más de 16 años, los San Antonio Spurs y la selección argentina de básquetbol, son tantas que la columna de hoy daría para tres o cuatro capítulos. ¿Cómo podríamos llevar esto a nuestra vida cotidiana? ¿Cómo nos interpela como líderes o referentes de equipos en nuestras empresas y organizaciones? ¿Qué pequeños pasos puedo empezar a dar hoy para llegar a donde quiero estar en los próximos cinco o 10 años?
La charla con Ginóbili fue transformadora. Para mí y para quienes pudieron escucharla o verla después. Lo interesante es que, si sacamos al interlocutor principal, que no es nada más y nada menos que un referente del mundo del deporte, no deja de ser una conversación que podríamos tener con cualquier persona que tenemos trabajando a nuestro lado. Dejarnos interpelar, asombrar y contagiar de la misma manera y con la misma sorpresa es el foco del aprendizaje que supone tener conversaciones de impacto.
A continuación, van algunas reflexiones de esa conversación, que a mi criterio reflejan los pilares fundamentales y los ejes centrales en la carrera personal y profesional del jugador argentino nacido en Bahía Blanca.
Ginóbili se define en sus orígenes como alguien obsesivo y extremadamente competitivo. Es algo que lleva en su ADN y que no reconoce como características que le fueron impuestas o enseñadas. En su niñez era notoria su preocupación extrema por la altura mientras iba desarrollándose, sumada a una dimensión de competitividad exacerbada en cada lugar donde le tocaba estar: colegio, deportes e incluso su familia. En mi caso, es la ansiedad la que me define desde pequeño. Saber y reconocer en nosotros estas dimensiones casi “incambiables” hace que podamos trabajar y apalancarnos sobre aspectos positivos, pero también reconocer los impactos negativos que tienen sobre nosotros y los demás.
Por otra parte, algo innato, eso que decimos que es casi genético, se va expresando en forma diferente y tiene impactos distintos en nuestra vida y en la de los que nos rodean según nuestro propio ciclo vital. Identificar sus distintas expresiones y poder saber qué es lo que está pasando con esa dimensión nos puede ayudar a entender el impacto y la repercusión que está generando en nosotros mismos y en nuestro entorno laboral.
“Ustedes están acá porque gané, porque salí campeón”, dijo el cuatro veces campeón de la NBA en un momento de la charla. Lo cierto es que estadísticamente, y así él mismo lo reconoce, perdió mucho más de lo que ganó. En cada una de esas derrotas, en cada una de esas malas noticias deportivas y personales, el arte de poder tener conversaciones incómodas con pares, líderes y compañeros de equipo fue para él algo fundamental.
Un líder debe aprender, casi como condición necesaria, a tener conversaciones incómodas. La comunicación implica el intercambio de puntos de vista, a veces, posiciones opuestas. A menos que seamos capaces de abrir nuestra mente a la perspectiva de otra persona o incluso a situaciones, puede ser difícil encontrar puntos de aprendizaje. Y encontrar puntos en común requiere de humildad para escuchar y para considerar de verdad la posición de otro.
Mientras alguien habla, tengamos la apertura de pensar: “¿Ya estamos evaluando cómo vamos a refutar sus opiniones?”. Estemos abiertos a la perspectiva de otra persona. Frente a la preocupación o tendencia de no tener la respuesta perfecta, siempre se puede decir: “No lo había pensado de esa manera antes. ¿Podés darme un día más o menos para pensarlo?”. Nadie se ha quejado nunca de que alguien escuche lo que ha dicho y se tome un poco más de tiempo para analizarlo cuidadosamente y responder.
Con el tiempo, escuchar de forma abierta y con atención a los demás ayuda a cultivar la confianza.
En el discurso de bienvenida al Hall of Fame de la NBA en setiembre del año pasado, Ginóbili tuvo una dedicación especial para Tony Parker, el base francés con quien compartió toda su carrera en los Spurs de San Antonio. Mirándolo a los ojos le dijo: “Con T. P. tuvimos nuestras prioridades claras. Nunca dejamos que nuestros egos se metan en el camino, cuando era tu tiempo, cuando era mi tiempo”.
Quizás este sea uno de los puntos neurálgicos que un líder, un ejecutivo, debe trabajar más en el día a día. Vivimos en un mundo que reconoce y premia los logros individuales. Estamos rodeados de rankings que premian a los mejores empresarios, de bonos en las empresas que se otorgan a quienes se desempeñan mejor que otros, de notas en los medios que destacan los logros de una sola persona.
El mundo de hoy es colaborativo y, en la medida que sigamos teniendo sistemas que premien los egos individuales y no los logros y desempeños grupales, estaremos deteriorando y yendo en contra de lo que las nuevas generaciones nos están pidiendo.
El manejo del ego implica también saber dar un paso al costado o tomar un rol diferente dentro de nuestra organización o lugar de trabajo. A partir del año 2010, y luego de una serie de lesiones que lo dejaron afuera en gran parte de varias temporadas, incluso de los Juegos Olímpicos de 2008, Ginóbili comienza a procesar la decisión de que su aporte dentro del equipo debía cambiar. El término “comienza a procesar la decisión” no es casual, ya que él mismo reconoce que esto es algo gradual. De ser el jugador que definía los partidos y era el máximo anotador a fines de 2010, el bahiense comenzó a aceptar el hecho de tener un rol menos protagónico. En efecto, con él se termina de instaurar en la NBA la figura del “sexto hombre” como ese jugador que viene desde la banca y aporta desde un rol más estratégico, con menos minutos, más pensamiento y menos desgaste físico.
¿Qué estamos haciendo en el aspecto personal para vencer o darle menos espacio a nuestro ego en nuestros ambientes de trabajo? ¿Estamos dispuestos a entender que puede haber en nuestros equipos personas que tomen nuestro rol, lo hagan de mejor manera y que nuestro desafío pasa ahora por reubicarnos y entender desde dónde podemos agregar más valor para los demás?
“Los chicos con los que comparto tiempo hoy en San Antonio ya no quieren al líder que se las sabe todas y que no sabe pedir ayuda”. Este concepto que en mí es clave y recurrente en varias de las columnas que venimos compartiendo, toma otro valor cuando lo dice alguien del calibre de Ginóbili. Que alguien que ganó todo, que jugó en las más altas esferas del básquetbol mundial, considere que la vulnerabilidad es un valor fundamental en los grupos y en los equipos habla por sí solo.
Vulnerabilidad no es fragilidad ni debilidad. Vulnerabilidad no significa dejarse vencer o resignarse porque algo nos supera. La vulnerabilidad trae consigo la humildad de saberse no acabado, de saber que no podemos con todo, de que no tenemos las respuestas para todo, de que es válido pedir ayuda. Al contrario de lo que creemos, la vulnerabilidad nos hace más grandes, nos hace más creíbles, más genuinos y, por lo tanto, nos saca del camino del ego para adentrarnos en el camino del ser. Y en esa frecuencia cualquier resultado es posible o alcanzable.
Ginóbili, que quiso venir a Uruguay en un vuelo comercial, que no pidió seguridad ni condiciones especiales en su estadía, que saludó y se fotografió con cada uno que se lo pidió, mostró que la sencillez y la humildad pueden con todo. Nos recordó que lo que más perdura son los vínculos, que los resultados son una excusa y que para ser de verdad un grande hay que vivir y demostrar que uno está preparado para soportar ser realmente “chico”: perder, frustrarse, dejarse ayudar. Para que esto suceda debemos darle al otro, al que está al lado, un lugar desinteresado en nuestra vida y creer en el poder transformador de las conversaciones que tenemos en cada una de esas instancias.