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    La ilusión de las formas

    Rita Fischer en Galería SOA

    En un pequeño cuadro hay un cochecito rojo que llama la atención. El cuadro mide poco más de treinta centímetros y está colocado estratégicamente entre otros que marcan el estilo y enfoque de un momento de la artista. Es un cuadro con líneas que unen y desunen figuras blandas, suaves, en grises, salpicadas por manchitas negras como gotas de tinta que se mueven por el espacio, entre algunos triángulos de lados curvos. La imagen está dominada por una figura mayor recostada a un lado, a punto de salir, empujando para escapar del plano. Parece una fuerza superior que concentra el despliegue y lo devuelve, un agujero negro aunque es gris, un asteroide, una roca monumental al lado del mundo de breves geometrías desplazadas en su entorno.

    Curiosamente, tiene cierta semejanza con un mapa del país, tosco y elusivo. Nadie diría que es Uruguay, pero algo hay en ese triángulo regordete, de límite continuo sin ningún otro dato, de superficie plana, en su forma. Es un espacio dentro del espacio, un espacio con su propia frontera redondeada, indefinido, solo, vacío, de un vacío a punto de tragarse todo. Por allí sale o pasa un racimo de figuras pequeñísimas como una bandada de pájaros. Es un mundo, un universo, un cosmos. Aparecen las figuras de la nada y van hacia quién sabe dónde. No es un juego de palabras, es la sensación viva de un cuadro intenso, de una composición delicadísima, con una sintaxis despojada y precisa. El resto son figuras livianas, sueltas en un espacio claro, con cierto aire de cielo gris, de día gris tan típico uruguayo. El resto es como un viento que se lleva las cosas. De cerca, la ilusión aumenta, la dispersión, el movimiento, la dinámica. Es un espacio indefinible y por lo tanto, no parece lo que sugiere, como ese supuesto autito que ve el espectador fantasioso o el mapa o la roca. Es en principio nada más que una figura roja, otra construcción geométrica en el aire o en el viento que mueve toda la pequeña y sutil obra de la serie “Ningún lugar”.

    La obra es del 2013 y corresponde a una compleja trama de trabajos realizados por Rita Fischer (Young, 1972), artista de una personalísima mirada y de un estilo que hace años elabora desde la interminable trama de figuras veladas o imágenes construidas en planos que dan profundidad y sacuden saludablemente la percepción inicial del espectador. Algunos de ellos se exponen ahora en Galería SOA, en la calle Constituyente.

    Sus trabajos son de una calidad extrema, de un formidable manejo de las formas y el color, de diferentes materiales que interfieren en las nociones de pintura. Son cuadros y al mismo tiempo construcciones, collages, instalaciones, técnicas variadas que pasan o culminan en un supuesto encuadre pictórico. Y obligan al espectador a indagar, a meterse en las formas, en los remolinos, en los bosques de figuras y transparencias y opacidades. Los tonos son espectrales o de una fuerte carga emotiva, personales, bellísimos.

    Antes trabajaba sobre figuras reconocibles, recortes fotográficos, retazos de una realidad evidente. Ya no, ahora pinta o construye o elabora sobre imágenes elusivas, como si la realidad inicial se disolviera en líneas y formas de otra dimensión de la materia. Como si viera lo que otros no ven y reconstruyera, tarea esencial de todo artista de peso. En un punto donde lo figurativo y abstracto pierde sentido, todo es todo en cierta forma, miramos entre la niebla y lo que vemos es apenas lo que puede definir el lenguaje hasta donde nos dé. Más allá, es ese lugar de lo que no se puede nombrar, como si viéramos la vida desde un microscopio o en los inicios del universo y no tuviéramos palabras para comunicar lo que vemos.

    En este caso, el cuadro referido es parte de un conjunto de pinturas, por llamarlo de alguna manera. Son ejercicios de una disciplina exuberante en un límite extraño, sencillo y complejo a la vez. Es la mano de la artista con un material tan liviano como su estética lo exige. Pero sobre todo, es su mirada lo que importa y ese lugar que no es ninguno en especial, son lugares a punto de existir o fuera de la existencia corriente, conocida.

    El coche no es un coche entonces aunque pueda parecerlo. Puede ser una casualidad, un capricho de la propia materia. Como en el mapa, lo sugiere el contorno que es apenas eso, un límite difuso, una manera de nombrar pero desde ese “ningún” lugar donde lo que parece tomar forma se desarma en un momento. Cuando uno ve la obra expuesta en su totalidad, cuando recorre esa decena de soportes blancos donde van y vienen las figuras en tonos suaves, figuras pequeñas, sutiles, es posible que se arrepienta de ver un auto en medio del bellísimo espacio de lo inefable. Pero puede estar también, puede existir en ese lugar “ninguno”, sobre todo pintado así, sin anécdota, sin descripción, sin nada que lo distinga. Casi una imagen pura.

    Parece que esa solidez de la primera imagen, de la referencia cotidiana o de las obviedades se inserta en un contexto de disolución mágica, donde solo hay potentes mundos de figuras inexplicables que exige apelar a recuerdos difusos, difíciles de describir, de pura sensibilidad. Es un paisaje donde vuelan y se arremolinan las imágenes, cuadro tras cuadro. Y no paran nunca. Tienen la fascinación y el riesgo del tornado. Eso es lo notable.

    “RVP-Abstractas figuraciones”. En Galería SOA Arte Contemporáneo. Constituyente 2046, esq. Blanes. De lunes a sábados, de 11 a 18 h. Hasta el 20 de Agosto.