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    La justicia celta

    Columnista de Búsqueda

    N° 1979 - 26 de Julio al 01 de Agosto de 2018

    , regenerado3

    Entre los antiguos celtas prevalecía un sentido de justicia y de reparación de faltas muy distinto al que peligrosamente ha ganado terreno en la época contemporánea. Los usos y valores prevalecientes en esta pesadillesca realidad invertida, donde lo correcto es el mal y lo abominable es el bien, como lo querían las brujas que perturbaron la mente de Macbeth, contrastan con los modos y criterios que existieron desde siempre en las sociedades organizadas. Es increíble apreciar cómo el conocimiento de la historia, aun el conocimiento de la historia más lejana y quizá menos ejemplar, como la de las tribus que habitaron en las brumas de Escocia y en las soledades de la sufrida Irlanda, hoy generan legítima envidia entre quienes todavía sostienen que la abyección y la maldad en lugar de premiarse deben castigarse.

    De los dos estudios clásicos que leí sobre la realidad material, institucional y cultural del mundo celta y druida —uno de ellos es La Diosa Blanca, de Robert Graves, un monumental trabajo sobre la poesía épica y sagrada de los druidas; el otro es la completísima investigación de Henri Hubert titulada Los celtas (Biblok, que distribuye Gussi)— puedo concluir sin esfuerzo que para aquel pueblo la justicia era el pilar sobre el que pretendieron edificar su paz interna y su desarrollo como comunidad organizada. Los celtas no fueron ni atenienses de los tiempos de Pericles ni romanos de la época de Cicerón; en verdad, en todos los aspectos resultaron muy modestos y brutales en relación con esos contemporáneos. Pero en comparación con lo que padecemos los habitantes de este siglo incomprensible y desviado, su salvajismo parece virtuoso.

    Como todo ejemplo copio una página del magnífico libro de Hubert: “El Estado céltico no tiene magistrados, sino solamente árbitros: druidas en el origen, hombres buenos o brehones. Estos solo intervienen cuando son solicitados por ambas partes o por lo menos por una de ellas. Normalmente, aquel contra el cual la ley ha sido infringida, tiene el derecho de tomarse la justicia por su mano. El pago de una compensación se halla en la base misma del derecho penal céltico. Es, además, el medio de evitar la efusión de sangre. (…) Para los hombres libres de clase superior, al precio del cuerpo se añade el precio del honor proporcional a la dignidad de la víctima. En Irlanda, todavía en el siglo XVI, cuando se trata del asesinato de un hombre el brehon hacía concluir una transacción entre el asesino y los parientes del difunto, en forma que, mediante una indemnidad, el crimen queda borrado. En la Galia de la época de César, los druidas fijan las penas, es decir, al parecer, la compensación pagada por el defensor, si este pierde el proceso y si es solvente, o que paga su familia en su lugar, si ella por su parte no es insolvente; al propio tiempo, fijan el suplicio que sufrirá en caso de insolvencia. Los druidas fijan igualmente lo que los latinos llaman los praemia, es decir, la suma que se partirá la familia del difunto y que recibirá la persona lesionada o injuriada. La compensación no repara solamente el daño, sino que paga el honor ultrajado y enriquece a la familia o al individuo perjudicados. Para escapar a la compensación, a cuyo pago están obligados (…) todos los miembros de la familia, el culpable o incluso a veces una parte o la totalidad de la familia, deseosa de sustraerse a esta responsabilidad colectiva, se expatriaba (…). Por el asesinato de un hombre libre, el precio del cuerpo (irlandés dire) es de siete mujeres esclavas. A esto se añade el precio del honor (enechlann o legeneich). Este se halla graduado según el rango de los individuos muertos o lesionados: hay un precio del honor del rey de tuath, fijado en Irlanda en siete mujeres esclavas o veintiuna vacas, treinta y cinco animales bovinos de valor medio”. (Págs. 492-93).

    Recomiendo la lectura de este buen libro. Es quizá el proyecto más autorizado para conocer aquel tan lejano mundo que sobrevivió como orgullo y memoria en el renacimiento nacional irlandés. Gran parte de la tarea de investigación folclórica de William B. Yeats y el tema y tratamiento de varios de sus poemas, así como algunas alusiones de Stephen Dedalus en el final de la parte inicial de Ulises (Telémaco) y en las groseras intervenciones del Ciudadano (Polifemo) nos traen algún eco, alguna noticia emocionada sobre aquella heroica forma.