Nº 2161 - 10 al 16 de Febrero de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa aldea se agitó en estos días con un, aún presunto, caso de violación, que derivó en un juicio contra el periodista Ignacio Álvarez por divulgar audios del episodio ocurrido entre una mujer y cuatro hombres.
Las decenas de miles de denuncias por violencia contra las mujeres, como los cientos de casos de violación que se registran cada año, no alcanzan para representar el drama cotidiano que sufren mujeres de todas las edades ante una sociedad violenta que las tiene como una de sus víctimas más vulnerables. He tratado durante 25 años de leer todo lo que he podido sobre las causas de la violencia y el delito en estas sociedades y, quizás también por eso, entiendo la reacción destemplada de quienes arremeten contra los que buscan poner un matiz al color dominante y solo por eso son tildados de machirulos. En lo personal, no tengo dudas en cómo educar a mis hijas e hijos acerca de cómo actuar ante el género opuesto. Sos hombre y vas por una vereda oscura y viene de frente una mujer, cruzá la calle, solo ella sabe el miedo que le provocás.
Nunca me importó la opinión de los extraños y casi que me fortalezco con las agresiones recibidas, pero hay quienes sufren dramáticamente los ataques de la turba que pulula en las redes sociales.
Es opcional, se puede insultar o se puede intentar entender qué pasa con la violencia en el país. ¿Son las mujeres, en cantidad, quienes sufren más actos de violencia? Posiblemente no, si tomamos en cuenta todos los tipos de violencia, dentro de los cuales, por ejemplo, solo en los homicidios el 80% de las víctimas son hombres. Es cierto también que el 90% de los victimarios pertenecen al género masculino. Hombres y mujeres son victimarios a su vez de los niños, entre quienes un 60% sufre algún tipo de violencia, según Uruguay Crece Contigo. No serán manada, pero abundan los dúos de hombre y mujer que abusan sexualmente y les quiebran los brazos a indefensas criaturas un día sí y otro también. Pero claro, nunca habrá una presión social sobre esto porque no hay colectivos infantiles.
¿Quieren hablar de violencia? Ok, pero dejen el corporativismo a un lado si quieren ser serios y serias.
La pobre y desinformada mirada que la sociedad tiene sobre la violencia en general atenta sobre la que se ejerce contra las mujeres.
El discurso ideologizado (“el feminismo es de izquierda o no es”) sobre el patriarcado y sus alrededores, dándole a la violencia contra la mujer un carácter distinto al de la violencia en general, es reduccionista y su visión radical terminará con el tiempo arrumbada en el lugar en el que han terminado otros radicalismos, y con la perspectiva del tiempo se revelará contraria a los intereses que busca defender.
Un ejemplo de lo compleja y contradictoria que es esta visión de la violencia por parte de algunos grupos feministas y de izquierda, es la posición de quienes están en contra de la Ley de Urgente Consideración (LUC).
Por un lado, piden penas más severas contra los violadores, pero quieren derogar una ley que justamente los sanciona más duramente por diversas vías. Por otro lado, si creen que la mano dura no es el camino para solucionar el fenómeno del delito en general, ¿por qué en este caso sí reclaman mano dura y no ponen el énfasis, como en otros casos, en la recuperación? Sabemos que el tipo de delito que es la violación lo hace abyecto hasta para el resto de los delincuentes que hacen su propia justicia en las prisiones. Justamente por eso, el Estado, con la distancia emocional necesaria, debe hacer un esfuerzo especial por su recuperación. Y debe hacerlo porque cierto tipo de violaciones provienen de hombres agredidos cuando niños, esos niños que no tienen corporación que los defienda, muchos de los cuales pasan, con los años, de nenes violentados a hombres violentos. Y por otro lado, el Estado debe esforzarse por rehabilitar a los violadores porque si no, un día saldrán de prisión para volver a atacar a otra víctima. Penoso fue el espectáculo que dio la fiscal del caso hablando del asunto, luciendo como una militante, reclamando más cárcel, cuando ella mejor que nadie sabe que por más años que le pongan, el violador saldrá luego a repetir su conducta. Ese es el efecto del discurso militante, tan entendible en su reacción como ineficiente en su acción de patear el tema para adelante. Lamentable oírlo de una magistrada que tiene tanto una obligación funcional como una social.
Pero el caso deja expuesta otra situación que trasciende ampliamente la violencia contra las mujeres. Cuando en una sociedad un fenómeno cobra dimensión pública de una manera tan avasallante que hasta los tapados se ven obligados a sumarse al discurso políticamente correcto, cuando la presión social aparenta hacerse insostenible incluso hasta para la Justicia, se configura el escenario de la tormenta perfecta para que en el tornado vuelen por los aires derechos elementales, como la presunción de inocencia, el respeto a los derechos de los presuntos victimarios y la posibilidad siempre latente de que se cometa uno de los peores pecados de un Estado de derecho: la condena de un inocente.
La atención, con lógica, está tan centrada en los derechos y el cuidado de la víctima, que, sin quererlo, podemos estar destrozando una vida que vale igual que la de cualquiera. Hoy podemos relatar con distancia el histórico episodio de las brujas de Salem, pero en aquel momento, posiciones como las reivindicadas por esta columna eran vistas como actos del demonio. La hidra social, la Fuenteovejuna reaccionaria, la turba, no mira presunción de inocencia de un acusado ni admite errores de un periodista, como los que personalmente he cometido en mi carrera. Es en estos momentos en que se necesita alguna voz disonante. Más de una vez me acosó la turba, pero aunque no lo hubiera hecho, lo voy a escribir con simpleza y sin dobleces para que se entienda: entre un hombre equivocado en su proceder y la horda, estaré siempre del lado del hombre. O sea, para ponerle nombre a las cosas: entre Ignacio Álvarez y las antorchas enarboladas por la caterva, estaré siempre del lado de Álvarez. No es un acto de valentía ante la evidente cobardía, sino uno que pretende la razón ante la comprensible reacción. En estos días he leído al periodista salvadoreño Óscar Martínez, uno de cuyos consejos lo trasladaría a algunos colegas, no a todos porque son legión los que utilizan su trabajo para canalizar su necesidad de ser queridos: “Recomiendo a todo colega, a toda colega, que se den un baño de odio. No le teman, es muy liberador, déjense odiar por sus lectores, sientan ese odio, abrácenlo, les va a fortalecer”. ¡Y cómo!, agregaría yo.
Otro capítulo de esta tormenta de verano fue el allanamiento de una radio violando la ley de prensa que protege las fuentes de los periodistas, una preocupación en sí misma para la libertad de prensa, y esto nada tiene que ver con el delito que pueda haber cometido el periodista. Cuando la Justicia viola la ley, la democracia se tuerce en una pendiente harto peligrosa. Da que pensar si la presión social está haciendo que se acentúe aún más la preocupante fragilidad de un servicio como el sistema de Justicia, afectado por la falta de recursos económicos y la carencia intelectual, técnica y de coraje de algunos de sus integrantes.
En suma, y volviendo al asunto de cómo se pretende combatir la violencia contra la mujer: ¿Si tocan a una tocan a todas? Estoy de acuerdo. Siempre que tengamos presente que el día que toquen a un inocente habrán tocado a todos los inocentes, aunque en el fervor de la revuelta casi nadie se detenga en ello. Hace seis siglos que el jurista inglés William Blackstone marcó la senda del derecho moderno, que le debe erizar los dientes a quienes piden justicia con la mente turbada de quien quiere venganza: “Es preferible que cien personas culpables puedan escapar a que un solo inocente sufra”. Al bueno de William lo habrían linchado en las redes cloacales.