La misma piedra

La misma piedra

escribe Fernando Santullo

7 minutos Comentar

Nº 2117 - 8 al 14 de Abril de 2021

En una canción de finales de los 90, que nunca llegó a ser grabada oficialmente, la banda uruguaya Tercera Piedra cantaba: “Hombre, único animal que tropieza tres veces con la misma piedra”. La letra jugaba con el nombre del grupo y la vieja idea de que solo los humanos somos capaces de cometer el mismo error más de una vez. Tercera Piedra se disolvió sin llegar a editar material, pero la idea que vociferaban en aquel estribillo sigue siendo vigente: ¿por qué solemos repetir los errores que cometieron nuestros abuelos y nuestros padres?

Una de las razones para que esto ocurra puede ser educativa: de alguna forma, nuestra formación no logra transmitir con la adecuada claridad en qué consistieron esos errores pasados y, por tanto, esas explicaciones quedan fuera de nuestra formación. O, avanzando un poco más en esa idea, que esos errores no sean considerados tales, sino desvíos: los totalitarismos europeos de la primera mitad del siglo XX no habrían sido “errores” que terminaron en millones de muertos, sino excesos que no deberían necesariamente poner en cuestión lo que latía detrás de ellos. Malas aplicaciones de ideas que, después de todo, no estaban tan mal, ya que las intenciones de quienes las sostenían eran nobles. Por supuesto, esta clase de vaguedades no se aplica a los totalitarismos que perdieron la Segunda Guerra Mundial, sobre esos no hay duda de que fueron disparates totales. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los otros, los que terminaron del bando ganador.

Quizá por eso no es raro encontrarse con gente (de carne y hueso, no fantasmas anónimos de redes) que maneja con soltura esa metafísica que es capaz de distinguir dictaduras buenas de malas. O que manifiesta un desprecio absoluto por los mecanismos liberales de las democracias consolidadas en las que vive. Tan es así que el solo hecho de recordar que vivimos en un sistema democrático que se sostiene sobre la separación de poderes, el sufragio universal, las elecciones competitivas libres y la defensa de los derechos individuales, más allá de que se defienda o no el liberalismo como el conjunto de ideas sobre lo que es deseable en lo social, lo convierte a uno en un tipo peligroso, un demócrata vulgar.

Es probable que el factor educativo pese en el sentido apuntado: como no logramos ponernos de acuerdo en qué cosas estuvieron realmente mal, muchas de esas cosas no son percibidas como problemas por quienes son educados en esa ambigüedad. Inevitable ambigüedad diría yo: es difícil construir consensos sobre todo lo ocurrido en el pasado y sus razones. Y ahí entra en juego un factor que no es estrictamente educativo: no es lo mismo recibir una visión teórica sobre lo que son las dictaduras que haber vivido una. No lo es porque la experiencia que atraviesa el cuerpo propio pertenece a una categoría distinta de conocimiento. No es lo mismo haber vivido una guerra que leer sobre ella. Por eso tampoco es raro encontrarse gentes que dicen, con total certeza (y frivolidad), que esta pandemia en la que estamos es la guerra que nos tocó vivir.

Se ha escrito bastante sobre la peligrosa pinza que implica el auge de los populismos de izquierda y derecha para democracias liberales como la nuestra. Ambos sostienen que los aspectos liberales de nuestras democracias son irrelevantes y apuestan, de manera cada vez más evidente, por un supuesto contacto directo entre los liderazgos y “el pueblo”, en donde los procedimientos representativos no tienen cabida ni sentido: ninguna institución democrática puede ser tan auténtica como la conexión entre el líder y la masa. Si la realidad dice que esta forma de mirar la política nos deja a los Village People invadiendo el Capitolio, peor para la realidad.

En ese sentido, la pandemia está resultando una suerte de test de fuerza para las soluciones que pueden ofrecer las democracias liberales. Es bastante claro que este año pasado ha venido creciendo cierta querencia por las soluciones autoritarias al estilo chino. El miedo no es la forma, siempre que no se trate del mío, parece ser la nueva consigna. ¿Por qué un test de fuerza? Porque las “soluciones” siempre van a ser más expeditivas cuando se está en una dictadura que ni se plantea ese asuntillo de la libertad. En un contexto de alto riesgo como el actual, en donde el manejo fino de las situaciones puede ser visto como una debilidad, la mirada democrática liberal tiene mucho terreno para perder. Y nosotros con ella.

¿Quiere esto decir que alcanza con invocar la “libertad responsable” como suele hacerse desde el gobierno uruguayo? Yo creo que no, ahí están los números que dicen que eso no está resultando suficiente. Tampoco es cierto que eso sea lo único que han hecho los gobiernos que han apostado por esa suerte de camino del medio que ha elegido el gobierno uruguayo, cerrando y abriendo sectores según evolucionen los datos. Se trata siempre de hilar fino, no de tirar al bulto. Para hilar fino es que fue constituido el GACH, no para gobernar, que es otra cosa. Y es desde ahí, desde el gobierno, que deben ser tomadas las medidas que traten de mejorar las cifras, cifras que esconden personas reales y su sufrimiento.

Como dijo Rafael Radi, portavoz del GACH, “disminuyendo mucho los contactos y aumentando mucho la velocidad del plan de vacunación eso da un escenario de mayo que tendría que ser significativamente mejor que el de abril”. El propio Radi ha recordado que el gobierno aún tiene cartas en la manga para lograr esa disminución, ese “blindaje” del mes de abril que propuso hace unas semanas. Sin embargo, Radi ha sido igual de claro con que el hilado fino que su grupo aporta no sustituye de ninguna manera el ámbito de la toma de decisiones, que es la política. Radi sabe que, así como el político y el científico deben trabajar juntos, la política no se reduce a la ciencia. Y que esas decisiones, que son políticas, deben tomarse en el marco legal constitucional que tenemos, por los representantes electos. Y, agrego yo, que cuanto más amplio sea el acuerdo político detrás de las decisiones, más sólidos serán sus efectos en el colectivo.

Es justo en esa clase de reduccionismo donde late el peligro iliberal: si la política no es el ámbito en donde se toman las decisiones para el colectivo, será otro. Muy seguramente, uno que no sea resultado del voto en unas elecciones libres. Por eso es bueno recordar que en el poder no existen vacíos, que el espacio es siempre ocupado por alguien, de una forma u otra. Por eso es relevante no caer en la tentación iliberal de eliminar la representación en nombre de algo brumosamente autoritario que se supone más directo y mejor. Una sociedad más autoritaria nunca es un avance, incluso si se supone que nos protege de nosotros mismos. Deberíamos saberlo incluso si no lo vivimos e incluso si no fueron claros contándonos el asunto en la escuela. Ante tanto ruido de tambores pidiendo más control, más Estado y más autoridad acá y allá, conviene tenerlo presente. A ver si al menos una vez logramos no tropezar tres veces con la misma piedra.