La multinacional que vela por ti

La multinacional que vela por ti

escribe Fernando Santullo

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Nº 2131 - 15 al 21 de Julio de 2021

por Fernando Santullo

Desde hace ya un par de semanas, cada día en mi cuenta de Facebook aparece este aviso: “Música en Facebook. Haz que tu música esté disponible para su uso en Reels, Stories y más, sin costo para ti”. Me pareció curioso lo de “sin costo para ti”. Hasta donde sé, quien quiera usar una música o cualquier creación de un tercero para “decorar” o “ilustrar” su obra u objeto tiene que pagar por el uso o, como mínimo, pedir permiso y que este sea concedido. Lo de que el artista pagara era nuevo. Así que me metí en el aviso y ahí entendí mejor por dónde van los tiros.

Facebook da un pasito más y abiertamente te dice que lo normal, al menos según ellos y los grupos de interés que financia generosamente, es que vos pagues porque otro use tu música. Y que, gracias a ellos, que son los paladines de la justicia 2.0, ya no vas a tener que hacerlo. No, ya no vas a tener que pagar para que otro lucre con tu trabajo. Lo que vas a hacer es dar tu trabajo gratis para que el tercero o ellos mismos, como intermediarios que son, se lleven el dinero que se genere con ese contenido tercero en el que va a sonar tu música. Y vos, de tan suertudo que sos, no solo no vas a cobrar un mango porque la cediste, sino que además tenes que estar agradecido porque Facebook, en el colmo del desprendimiento, no te cobró nada por ganar guita con tu obra.

De alguna manera, este modelo de cesión de derechos a cambio de nada es peor incluso que el modelo pirata y ultraneoliberal que ya funciona en empresas como PedidosYa y otras apps. Mientras allí lo que hace la empresa es ser una suerte de intermediario más bien poco responsable entre la empresa y el cliente final, es decir el que hace el contacto gracias a su pique tecnológico, en el modelo que propone Facebook la cosa va un paso más allá, como si PedidosYa te dijera: “Vas a poder entregar comida bajo lluvia sin tener que pagar por hacerlo”.

Dije dar música a cambio de nada pero eso no es del todo cierto. La promesa que parece perfilarse allá en el fondo es que si regalas tus creaciones y otros hacen plata con ellas, quizá logres algo de visibilidad y entonces, con un poco de suerte y sin que se sepa bien cómo o cuándo, cobrarás algo por tu trabajo. Es la vieja táctica del palo y la zanahoria que empleaban las viejas multinacionales discográficas, solo que ahora la zanahoria carece de perfil y de color. Es solo una brumosa promesa y para llegar a ella hay que creerle a Facebook que las cosas son como ellos dicen porque son los buenos. Si serán buenos que ni te cobran por usar tu obra. Me pregunto qué interés puede tener un artista como, pongamos Ruben Rada, que cumple 78 años mañana, en que su obra pueda o no generar dinero en un futuro lejano. O en ser un poco más visible gracias a regalar su música para un reel de Facebook.

Un paréntesis que me parece pertinente: se suele decir que no es procedente que quien está involucrado discuta sobre aquello que lo involucra. Que esa cercanía hace que se carezca de perspectiva para hablar sobre el tema. Que esa persona en cuestión tiene intereses que atraviesan el problema y que por eso no debería hablar. Sinceramente eso me parece una tontería: quienes hablan sobre los asuntos que sea, en general suelen ser quienes se interesan por ellos. Es decir, gente que suele verse afectada por los vaivenes del tema de manera menos teórica que el resto. Más aún, ese interés específico suele ser la base sobre la que se construye una opinión sobre un particular. Y eso sin entrar en que Facebook o cualquiera de sus organizaciones satélite, que son generosamente regadas con sus recursos, también tienen una agenda de intereses que es cualquier cosa menos neutra. En resumen, es precisamente por dedicarme a la música que me intereso por este asunto. Sigo.

Es evidente que existe la libertad de hacer lo que Facebook propone. Si yo creo que mi camino es pagar para que mi música sea escuchada, lo que propone la red y sus satélites ideológicos cool no se ve tan mal. O incluso, quien no tenga la menor intención de cobrar por sus creaciones y tenga otro trabajo, puede ver en esto un camino a seguir. Según dice Wikipedia: “El término negocio deriva de las palabras latinas nec y otium, es decir, “lo que no es ocio”. Para los romanos otium era lo que se hacía en el tiempo libre, sin ninguna recompensa; entonces negocio para ellos era lo que se hacía por dinero”. Es decir, quien no tenga la menor intención de que el arte sea un medio de vida, puede ver como apetecible el modelo descaradamente extractivo que proponen Facebook y otras multinacionales de la buena onda.

Lo que no es tan evidente es que este modelo de regalar contenidos para que un tercero lucre sea un “modelo de negocio” de alguna clase para quien tenga pretensiones de cobrar, aunque sea tarde y mal (cuando la música se usa para algo hace rato que fue compuesta y producida y todo eso cuesta plata) por su trabajo creativo. De hecho, no existe la menor garantía de que este “modelo” sirva siquiera a los artistas que recién comienzan y que estén dispuestos a regalar su obra a cambio de la supuesta visibilidad que se obtendría en dicho trueque desregulado.

Una confusión de fondo que aparece en esto es mezclar la tarea de creación con las industrias culturales. Se confunde, quiero creer que de manera no intencional, la economía del artista con la economía de la industria, como si fueran lo mismo. Por un lado está el creador, que produce unos contenidos u objetos y los ofrece a la comunidad (o mercado, no se me vayan a ofender los liberales). Por otro lado la industria correspondiente los distribuye e intenta “venderlos” en esa comunidad o a cualquier otra (ah, la globalización). Ahora, de la buena salud de una industria no se deduce automáticamente la buena salud de ningún creador en particular. Y viceversa: la salud de un creador dice poco sobre la salud del sector.

El modelo que proponen las multinacionales de lo simbólico (Google, Facebook, etc.) es el de la piratería en clave cool. Supuestamente se preocupan por el acceso de todos a “la cultura” disponible, pero en los hechos desarman la trama de derechos que hasta hoy permite a los artistas cobrar lo mucho o poco que cobran, cuando cobran. Si de verdad existiera una preocupación por garantizar el acceso a la cultura, lo primero sería interesarse por sentar las bases de una cultura rica e independiente que luego pueda difundirse. Este modelo dinamita las bases mismas de la posibilidad de crear de manera mínimamente profesional. Eso sí, los cursitos que se dan para que aprendas a manejarte dentro de este modelo, se cobran siempre en dólares.

Cómo fue que una parte del progresismo local (y global) compró este despojo como la gran revolución cultural, cuando va directamente contra los derechos laborales más básicos de los creadores, es algo que me sigue resultando un enigma. “Terrorismo lucrativo” fue el término que usó el diputado Gerardo Núñez hace unos años para definir a los artistas. ¿Qué nombre debería tener entonces una corporación que se declara dispuesta a sacarte hasta el calzoncillo mientras te recuerda alegremente que no vas a tener que pagar para quedarte en bolas?