Nº 2107 - 21 al 27 de Enero de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas religiones y la literatura, el cine y la pintura, la educación, los relatos oficiales, sociales y familiares nos han trasmitido la idea de una maternidad tan idealizada como preceptiva, casi obligatoria. La consecuencia necesaria de un cuerpo fértil no puede ser otra que parir, una obligación de la naturaleza, de la supervivencia. Debe ser la razón de ser de su vida. Porque una mujer podrá ganar el Nobel de matemáticas o ser elegida presidenta de un país o llegar en un vuelo a la luna, pero si no tiene hijos será vista como ser humano incompleto por una gran parte de la sociedad. Décadas de pensar que tenemos libertad para decidir sobre nuestros cuerpos, vidas y sentimientos, pero la ecuación mujer=madre se mantiene incólume.
Lo vemos a diario. La misma prensa que nos bombardea con noticias de mujeres golpeadas, baleadas, quemadas, asesinadas en su propio hogar, al aproximarse alguna fiesta como la Navidad o el Día de la Madre, sostiene el relato clásico que entroniza a la mujer-madre, publica fotos de mamis con los nenes, artículos y entrevistas que describen la dicha suprema que produce el vínculo.
Existe una sucesión interminable de lugares comunes que asocian la maternidad con la realización suprema de la mujer y, más allá de éxitos laborales, sociales o sentimentales, parece no haber felicidad mayor que la de tener un hijo.
Es el deber ser en estado puro.
Sin embargo nadie, ni la familia ni la educación ni la prensa, ni mucho menos las religiones, avisan que la aventura de la maternidad no tiene por qué ser positiva ni agradable, que requerirá un esfuerzo sobrehumano, que absorberá décadas de la vida. Sin contar con que el edulcorado relato pasa por encima de algunas realidades: madres solas, madres abandonadas, madres violadas, o simplemente madres que no quisieron serlo, que no quisieron asumir el compromiso vitalicio del amor sin condiciones, de los cuidados sin plazo, del esfuerzo sin fecha de caducidad.
Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales es un estudio de la socióloga israelí Orna Donath que bucea en ese aspecto de la maternidad: 23 mujeres entre los 26 y los 73 años y de todas las clases sociales que declaran estar arrepentidas. “Es el mayor error de mi vida”, dicen muchos de los testimonios recogidos entre mujeres israelíes, aunque se podrían extrapolar a cualquier lugar del mundo occidental. La autora distingue el arrepentimiento del sentimiento ambivalente característico de la maternidad, porque este no implica necesariamente un pesar.
Donath analiza la pesada carga social que, además de obligar a las mujeres a reproducirse para alcanzar la plenitud, las amordaza, les prohíbe expresar su disconformidad o arrepentimiento. La autora no entrevista solamente a madres jóvenes extenuadas por el llanto y las demandas de sus bebés; algunas tienen hijos ya mayores, otras son abuelas, y el sentimiento es el mismo: no desean ser madres.
Al leer los testimonios uno se pregunta si ellas no aman a sus hijos, y resulta que sí: “Las participantes distinguen entre el objeto (los niños) y la experiencia (la maternidad). La mayoría destaca su amor por sus hijos y su odio por la experiencia de la maternidad”, dice Orna Donath.
Charlotte, 44 años, divorciada y madre de dos hijos adolescentes, explica su experiencia: “Me arrepiento de ser madre, pero no me arrepiento de ellos, de quiénes son, de su personalidad. Yo amo a esta gente. Incluso a pesar de que me casé con un imbécil, no me arrepiento, porque si me hubiera casado con otro tendría otros niños. Y yo amo a estos. Es realmente una paradoja: me arrepiento de tener hijos y de ser madre, pero amo a los hijos que tengo”.
La investigación se publicó en el 2015 en Alemania y colapsó las redes con un violentísimo debate. Con la publicación llegaron los insultos y las muestras de rechazo, las madres arrepentidas eran llamadas mujeres egoístas o dementes o trastornadas, hasta se las llamó inmorales. Pero también salieron a luz mensajes de agradecimiento, testimonios de solidaridad y de comprensión de madres que también se arrepentían de serlo, y que nunca se habían animado a decirlo.
Las 23 mujeres cuentan historias que son de incomprensión, pero también de pesar y de remordimientos. La autora destaca el esfuerzo por superarlo, dice que son mujeres física y emocionalmente sanas empujadas por preceptos u obligaciones sociales, primero a la maternidad, luego a la soledad. Agrega que su arrepentimiento es una señal de alarma que debería hacernos plantear una maternidad diferente, despojada de ese carácter obligatorio, necesario.
“Aunque la libre elección se presenta envuelta en principios de libertad, autonomía, democracia y responsabilidad personal, ese concepto resulta ilusorio porque pasa por alto ingenuamente la desigualdad, las coacciones, las ideologías, el control social y las relaciones de poder. Se nos dice que debemos interpretar nuestra historia personal como producto de una elección individual, como si fuéramos las propietarias exclusivas de los derechos de autor sobre el guion de nuestra vida y sobre cualquier desgracia y tragedia. Pero al mismo tiempo se camuflan normas estrictas, conjuntos de conocimientos morales, discriminaciones y poderosas fuerzas sociales que nos afectan profundamente tanto a las mujeres como a las decisiones que tomamos”, dice Donah.
Estas madres arrepentidas hablan sobre el derrumbe de sus expectativas, destacan las exigencias desmedidas que se les imponen, exhiben el desgarro entre el amor a sus hijos y las cadenas que las anulan como seres autónomos. Y sobre todo echan luz sobre ese pacto de silencio de la sociedad sobre sus sentimientos. Porque la investigación es, en definitiva, una reivindicación del derecho a expresar emociones que hasta ahora habían sido silenciadas. Y uno podría preguntarse de qué sirve el arrepentimiento si ya no es posible volver atrás, pero tal vez el mero hecho de empezar por nombrarlo y reconocerlo, de hacer un juicio reflexivo sobre decisiones tomadas en el pasado sea el comienzo de un camino para aprender a vivir con él.