La patria (casi siempre) es la tumba

La patria (casi siempre) es la tumba

escribe Fernando Santullo

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Nº 2127 - 17 al 23 de Junio de 2021

Hace unos cuantos años, allá por mi primera juventud (voy por la tercera o cuarta), entre mis amigos era muy común despreciar la idea de patria. Quizá fuera por influencia de Numa Moraes que cantaba “la patria te dijeron y te dijeron mal, la patria la de Artigas la tendremos que hallar”; el hecho es que en caso de existir, fuera de las consignas que se lanzaban desde el poder, la patria estaba en otra parte. Incluso más allá de ese matiz deslocalizador, en general la patria era percibida como una farsa, una idea que algunos que estaban en el poder usaban para afirmarse en ese lugar. Mis amigos y yo queríamos terminar con esa patria y sustituirla por… No había mucho consenso en cuanto a qué debía sustituirla, pero estábamos de acuerdo en que la patria era un concepto trampa que servía para que unos pocos controlaran lo que, en rigor, nos pertenecía a todos.

Cuando me fui a vivir a Barcelona, a comienzos de los 2.000, pude reafirmar esas ideas en un marco mucho menos teórico que el uruguayo: la patria podía ser usada para excluir de manera muy real y explícita a quien no comulgara con la definición que de ella se daba desde el gobierno y el poder locales. En Cataluña la patria, la patria catalana en particular, era (y es) usada como arma arrojadiza para señalar como antipatriota a todo aquel que no comulgue con el ideario del nacionalismo, en el poder desde el final del franquismo. Todo aquel que cuestionara la sacrosanta norma patriótica nacionalista era acusado de ser víctima del autoodio. Si uno no se ahormaba a lo que decía el nacionalismo local, era porque odiaba esa patria pura y gloriosa que nos sobrevuela a todos. Y si uno odia a la patria se odia a sí mismo en tanto siervo de esa entelequia que se define desde el propio poder. Lo que podríamos llamar “hacer un ouroboro”, la serpiente que se muerde la cola.

Años más tarde, cuando regresé a Uruguay y en el gobierno ya no estaban los partidos tradicionales, para muchos de mis viejos amigos aquella patria engañosa se había convertido en algo a defender a capa y espada. Aquellas tradiciones que habíamos señalado como ridículamente conservadoras e impuestas desde arriba, de pronto eran algo valioso. La patria no era mala, decían los antiguos profetas de su destrucción, ahora la patria la hacemos entre todos. Especialmente ahora que aquellos que considero “los míos” están instalados en los resortes del poder estatal. Y ojito con señalar a esa patria como algo negativo. La invitación a que te fueras del país, del que esa gente tan inclusiva se sentía legítima propietaria, eran habituales cuando se cuestionaba a la patria. La patria es de todos, y si no te gusta, rajá de acá.

Señalar la conexión funcional que existe entre la idea de patria y los intereses de quienes están en el poder, algo que era moneda común en el Uruguay de los 90, fue de pronto algo problemático. Las esencias patrias, sus rituales, ya no debían ser abandonados y tirados al tacho de la historia. Al revés, debían ser aggiornados para que funcionaran como línea de defensa ante la globalización neoliberal o algún concepto parecido. Las naciones, que habían sido denostadas por la izquierda internacionalista durante 100 años, de pronto eran un precioso refugio ante los veloces cambios que ocurrían en ese mundo cada vez más globalizado.

Recuerdo haber escrito unas líneas sobre el golpe de Estado posmoderno (según la muy precisa definición de Daniel Gascón) que se produjo en Cataluña en 2017. Y recuerdo la catarata de gente progresista que se asomó para llamarme antipatriota y antipueblo, que es la variación populista de la patria. Intentar convertir en extranjeros a 40 millones de compatriotas a los que acusas de robarte lo tuyo por la vía de los impuestos no parece el summum de la sensibilidad social-progresista. Pero, en un mundo urgido de patrias/refugio de algún tipo, parecía que sí. La patria convertida en un significante vacío que se rellena a piacere, con lo que necesite la ideología propia en ese instante. Y quizá la patria fue siempre eso, a pesar de nuestros mejores esfuerzos.

Como era de esperarse, siendo un significante vacío que se rellena desde el poder, con el más reciente cambio de gobierno en Uruguay la patria cambió de manos otra vez y desde la coalición multicolor fue usada, nuevamente, como tomahawk. Entonces tuvimos a una senadora llamando antipatriota a todo aquel que cuestionara cualquier medida del gobierno. También a la hinchada multicolor diciendo que todo aquel que no siguiera las recomendaciones sugeridas por el GACH era un enemigo de la patria. Eso hasta que el GACH insistió con recomendaciones que el gobierno no siguió y entonces el GACH fue el enemigo. Es el problema que tienen las esencias, son un material tan puro e inasible que en cualquier momento se convierten en un boomerang irónico que te pega de canto en los dientes.

Por supuesto, todos estos malabares que acomodan la idea de patria para que sirva a un proyecto político que tiene poco de proyecto común casi nada tienen que ver con la definición más básica del concepto. Según la Real Academia Española, patria tiene dos acepciones: 1) “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”; y 2) “Lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. La primera definición deja claro el carácter voluntario del vínculo que uno puede o no tener con la patria. La idea de que uno puede no sentirse ligado a esa “tierra natal o adoptiva” es explícita. No existe un nexo obligatorio entre la patria y los ciudadanos, es puro sentir o no sentir. La segunda definición es banal, una simple cuestión de geografía y oportunidad que ni siquiera depende del gusto. Uno no elige cuándo ni dónde nace.

Así las cosas, sigue siendo perfectamente válido cuestionarse sobre la fidelidad que se le deba o no tener a los proyectos políticos que se presentan en nombre de la patria. Parafraseando la definición de pueblo que daba el filosofo español Manuel Arias Maldonado, la patria solo existe porque queremos creer en ella. Cada maestrito con su librito y cada uno con su propia definición de patria como piedra que se lanza, cual anatema laico, a quien se para en la vereda política de enfrente. En esas condiciones, más que casa y refugio común, la patria se parece cada vez más a un recurso retórico que disfraza el proyecto propio del proyecto de todos. Con estos mimbres en juego, más que a una construcción colectiva, voluntaria y basada en la cooperación, la patria va a terminar pareciéndose cada vez más a la tumba.