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    La política y la religión

    Sr. Director:

    El domingo envié al diario “El País” una solicitud por una carta de respuesta a una columna escrita por Francisco Faig, publicada el sábado 26. No tuve suerte hasta ahora. Creo importante informarle este aspecto. Agradezco pueda entonces publicar mi respuesta que está en el adjunto. Gracias.

    Jorge Rodríguez Meléndez

    Francisco, Daniel y la laicidad positiva. El sábado 26 de abril leí una columna de opinión en la página editorial del diario “El País”, firmada por Francisco Faig, titulada “El obispo político”. Debo confesar que me impactó. Me pareció entrar en el túnel del tiempo al leer una opinión tan intolerante, tan anticlerical y tan reaccionaria. Supongo que fueron opiniones como estas las que llevaron hace un siglo a José Enrique Rodó a escribir su recordado “Liberalismo o jacobinismo”, donde defiende la tolerancia como un valor básico para nuestra sociedad.

    Se tocan muchos temas en esta columna. A ellos nos referiremos. En primer lugar afirma que “el nuevo obispo mantiene la tradición de inmiscuirse en temas políticos y sociales heredada de su antecesor”. Y a continuación califica las opiniones de Cotugno de “retrógradas” y las de Sturla de “más progre” e ironiza sobre sus efectos en la izquierda. Creo que es muy significativo que el Sr. Faig nunca consideró necesario escribir una columna titulada “El obispo político” mientras sus opiniones coincidían con su línea de pensamiento y sí sale al ataque cuando considera que las opiniones son “más progre”. Parece una actitud hemipléjica, vinculada al interés de acallar opiniones contrarias. Hay que salir a dar batalla si, además de dar opinión, el obispo se desmadra y se sale de lo “retrógrado”. Muy revelador.

    Pero eso es secundario. Lo principal es la opinión de fondo sobre el papel de la Iglesia en la sociedad y su concepto sobre la República laica. Faig se sorprende porque Francisco “se ocupa de cuestiones terrenales y políticas”. Grave error cometería el papa Francisco si no lo hiciera. ¿Es que alguien puede concebir a la Iglesia alejada de las cuestiones terrenales? Imposible. Obviamente no corresponde que incursione en política partidaria, pero ¿en conceptos generales políticos? Siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Está en su esencia. Todos los Papas del último siglo lo han hecho.

    León XIII, en la Rerum Novarum (1891), ante la cuestión obrera dice: “Nosotros estimamos que, permaneciendo en silencio, faltábamos a nuestro deber”. Es toda una definición. No inventó nada: 2000 años antes el apóstol Santiago advertía a los patrones que no habían pagado salarios: “El salario de los obreros fue defraudado por vosotros y clama en los oídos del Dios de los ejércitos”. Con un lenguaje de épocas diferentes expresan lo mismo. Ante cuestiones injustas, la Iglesia debe pronunciarse.

    Pío XI en 1931 se pronunció sobre el papel del Estado y los gobernantes y habla que debe “velarse por los débiles y los necesitados” y se pronuncia sobre la necesaria distribución de la riqueza. Pío XII en 1941 reivindicó para la Iglesia “la indiscutible competencia de juzgar las bases del orden social existente”. Juan XXIII en 1961 escribió sobre la Iglesia: “Aunque tiene como misión principal santificar las almas… se preocupa de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres…”. Juan XXIII y Pablo VI se expresaron sobre el desarrollo, el capitalismo, la economía, las relaciones laborales, el comercio, las relaciones internacionales, la demografía, las migraciones y tantas otras cosas “terrenales”.

    Juan Pablo II afirmó en 1997: “Cuando la Iglesia se ocupa del desarrollo de los pueblos no puede ser acusada de sobrepasar su campo específico de competencia, y mucho menos, el mandato del Señor”. En Laborem Exercens (1981) y en Centesimus Annus (1991) se pronuncia sobre las relaciones laborales y sobre todos los temas sociales y políticos de nuestro tiempo.

    Podríamos seguir hasta el cansancio. La crítica a Francisco es absolutamente infundada. Faig pretende del papa Francisco y del arzobispo Daniel Sturla que abandonen lo terrenal, o sea, pide lo imposible. Sería ir contra la esencia.

    El otro aspecto de fondo que plantea es su visión sobre la República laica y establece que “las opiniones que importan son las de los representantes electos por el pueblo”. Avanza y dice que “Sturla y el PIT-CNT… no representan al pueblo” y culmina diciendo: “¿Por qué diablos hay que dar trascendencia a las opiniones de un obispo sobre temas eminentemente políticos?”.

    Creo que Faig se aleja de las mejores tradiciones nacionales. Uruguay se caracteriza, y es también una cuestión de esencia, por su pluralidad y por haber construido una sociedad hija de las diversas tradiciones culturales, ideológicas, partidarias, religiosas, etc. Esa construcción plural se basa en el respeto y la consideración sobre los aportes que todos hacen, más allá del origen de cada uno.

    ¿Solo pueden opinar políticos electos? ¿Nada tienen que aportar a nuestros debates las organizaciones sociales, las sindicales y las empresariales, las cooperativas, las barriales, las religiosas, las que expresan diversas realidades nacionales? La democracia necesita una sociedad civil fuerte, activa y aportando en todos los campos. Grave error sería restringirnos exclusivamente a escuchar la opinión de los partidos políticos, como preconiza Faig.

    Seguramente expresa una visión de laicidad tan restringida que lo lleve a un concepto de “laicismo”, o sea la visión de que los temas y opiniones religiosos jamás deben mezclarse con el transcurrir del Estado y el gobierno. Esa es una visión pobre. Creo que hoy todos los uruguayos defendemos el principio de la laicidad. La separación del Estado y la Iglesia es hoy indiscutible y se lo ve como algo característico de nuestra sociedad.

    Sin embargo esa idea de laicidad debe ser vista de forma positiva. ¿Es lógico ignorar la existencia del hecho religioso en nuestra sociedad? ¿Se puede olímpicamente ignorar que más de la mitad de la población profesa una religión y que sus instituciones realizan relevantes aportes a la sociedad? Creemos que no. Que por el contrario, esa realidad debe ser integrada armónicamente al conjunto social, junto a ateos y agnósticos. La riqueza del Uruguay estará en aceptar el aporte de todos.

    La presencia del presidente y vicepresidente de la República, de la intendenta de Montevideo y de las máximas figuras de todos los partidos políticos y de buena parte de todas las colectividades en la asunción de Daniel Sturla fueron una magnífica demostración de “laicidad positiva”. La sociedad, en todos sus matices, fue a la Catedral. Es bueno también que el arzobispo se reúna, dialogue, opine y acepte invitaciones de todos los matices de la sociedad.

    Quiero aclarar, por las dudas, que creo firmemente que la Iglesia no debe identificarse con ningún partido político, como tampoco ningún partido puede pretender la representación de la Iglesia. Ambas cosas serían graves errores. Como pertenezco al Partido Demócrata Cristiano, que realiza su acción política desde la perspectiva del humanismo cristiano, me parece imprescindible realizar esta aclaración. Como escribió Juan Pablo Terra, “no acepto una concepción teocrática que pueda convertir al grupo religioso en partido político”.

    Por último, quiero decir que sí coincido con la afirmación de Faig sobre la comunión que existe entre Francisco y Daniel. Son evidentes y son muy bienvenidas. Nos recuerdan las fantásticas coincidencias entre León XIII y Mariano Soler, en especial en su intransigente defensa de los obreros explotados y la de Pablo VI y Carlos Partelli, con su gran compromiso con la realidad social de sus tiempos. Ojalá la coincidencia de Francisco y Daniel sea profunda y dé buenos frutos para el conjunto de nuestra sociedad.

    Jorge Rodríguez Meléndez