La raíz de la prosperidad

La raíz de la prosperidad

La columna de Rodolfo M. Fattoruso

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Nº 2228 - 8 al 14 de Junio de 2023

Para comprender el punto desde el que parte Smith para elaborar su teoría moral y desde allí forjar su apertura hacia la economía como expresión preferente de la acción humana en el sentido que la define Mises, es preciso retroceder un peldaño en el debate filosófico del iluminismo y centrarnos en la provocación e influencia directa que sufrió este pensador cuyos 300 años de nacimiento estamos celebrando. Me estoy refiriendo a que para hablar de manera adecuada del pensamiento de Smith es preciso discurrir por la reflexión previa que Hume propone como salida al dilema del sentido y peso valorativo de la acción.

David Hume considera al hombre como un ser social por su propia naturaleza. Al mismo tiempo considera que se debe hacer frente a la naturaleza “egoísta” del hombre, tan vigorosamente discutida por sus predecesores y contemporáneos. Está de acuerdo en que, entre las primeras propiedades significativas de una persona, naturalmente inherentes a ella, se puede nombrar el egoísmo. Y, al mismo tiempo, Hume está convencido de que “la descripción de dicha cualidad fue demasiado lejos…”. Él, como filósofo, escritor, historiador, está mucho más interesado en una descripción y comprensión sobrias, no exaltadas, pero confiable de otro proceso que en descripciones impresionantes de la villanía de una persona egoísta. Se refiere al progreso lento, desigual, pero al final constante, que la raza humana logra al cultivar en sí misma la más importante de todas las cualidades.

Hume considera que la cuestión de cómo y por qué una persona es capaz de tales propiedades y virtudes es mucho más importante para la doctrina de la sociedad y la moralidad que todas las disputas intraéticas comunes en su tiempo. Parecería que las virtudes sociales expresadas por los epítetos —“sociable, bondadoso, filantrópico, compasivo, agradecido, amistoso, generoso, benéfico”— han sido conocidas por las personas desde la antigüedad y son profundamente veneradas por ellas. Hume está dispuesto a estar de acuerdo con esto. Sin embargo, cree, no sin razón, que los mecanismos de las acciones virtuosas se estudian en ética tan superficialmente como los principios de “utilidad pública”, las normas de interacción y asistencia mutua se estudian en las secciones de filosofía dedicadas a la sociedad, el Estado y la propiedad. Se queja Hume de que la cuestión de los motivos de las acciones virtuosas y filantrópicas es muy difícil. ¿Quizás, en el hombre, desde el principio, reside “naturalmente” “el afecto del amor por la humanidad como tal?”. A esta pregunta Hume responde inequívocamente en forma negativa. “Debemos reconocer que el sentido de la justicia y la injusticia no surge de la naturaleza, sino que aparece artificialmente, aunque con necesidad, de la educación y los acuerdos humanos”.

Uno de los primeros fundamentos de la necesidad es el beneficio que las personas invariablemente y con la conciencia de su interés obtienen de la asociación en sociedad, lo que en modo alguno cancela las contradicciones, carencias e inconvenientes asociados a esta. “Gracias a la asociación de fuerzas, nuestra capacidad de trabajo aumenta, gracias a la división del trabajo, la capacidad de trabajo se desarrolla y, gracias a la ayuda mutua, somos menos dependientes de las vicisitudes del destino y los accidentes. El beneficio de lo social y el orden reside en este aumento de fuerza, habilidad y seguridad”. La gente, sin embargo, debe darse cuenta claramente de este beneficio, que solo es posible en una asociación social civilizada.

Sobre este eje habrá de articularse también la reflexión de Adam Smith acerca de los sentimientos morales, que es producto de sus conferencias y que se convirtió en uno de los libros de mayor influencia en la historia de la ética. En efecto, esta obra capital de la ilustración y ante todo distintiva de las ideas de Smith se clasifica en importancia junto con la Ética de Spinoza y la Crítica de la razón práctica de Immanuel Kant. Allí se argumenta que la genuina ambición no reside en la necesidad de lograr la prosperidad material, sino sobre todo en el deseo de sobresalir, de llamar la atención, de despertar aprobación, elogio, simpatía o de recibir los beneficios que los acompañan.

Según Smith, el objetivo principal de una persona es la satisfacción de la vanidad y no el bienestar o el placer. La riqueza pone a la persona en primer plano, convirtiéndose en el centro de atención de todos. La pobreza significa oscuridad y olvido.