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    La renuncia de Adrián Peña (I)

    POR

    Sr. Director:

    Hace unos seis años conocí a Adrián Peña, cuando apenas comenzaba a armar la estructura de lo que después fue Ciudadanos. Fue en un almuerzo en Scaramuza.

    En ese momento —debo decirlo— tal vez uno de los pocos compañeros que apostaba a Talvi era Peña, que empezaba a mostrar su perfil “político”, saliéndose de ser un Ceres Boy.

    Recuérdese que, en una charla, Talvi le planteó a Julio Sanguinetti que solo aceptaría su figura como “socio”, prescindiendo de todo el aparato de “Batllistas”. Era la primera señal de Talvi, que decía a todos quienes lo querían escuchar que él no era político y que no aceptaría como “socios” a políticos “mañosos”.

    Adrián Peña, un “canario” de laburo y de esos que gastan suela, en manga de camisa, había sido candidato a Diputado por Canelones en Vamos Uruguay en las elecciones de 2014 formando su propio grupo Destino Canelones.

    A pesar de haber sido electo diputado, mantuvo intacta su empresa de distribución de pollo en San Bautista y aún —como él mismo me lo dijo— manejando el camión repleto de aves cuando tocaba.

    Después de eso, vino el fenómeno Talvi en las internas —que ganó con aire— y Peña se consagró legítimamente, para ocupar en 2019 una de las dos bancas al senado (la otra correspondió a Talvi).

    A poco de ser senador, se proclamó candidato a Intendente de Canelones por el Partido Colorado, sector Ciudadanos.

    Casi enseguida Lacalle le dio forma al “Ministerio de Medio Ambiente”, cuya cartera debería recaer en un compañero batllista por acuerdo coalicionista.

    Peña abandonaba la carrera municipal en Canelones, para convertirse en el primer ministro de Medio Ambiente del Uruguay, ocupando su cargo en el senado el entonces Diputado floridense Pablo Lanz.

    Hasta allí la carrera de Adrián Peña hasta llegar al ministerio aludido, carrera que corrió paso a paso sin que nadie le regalara nada hasta llegar a donde llegó.

    Lo que llama la atención, es que Peña se “auto tituló” Licenciado en Administración, aunque que esta falsa denominación jamás le sirvió para nada, ni le generó mejoras en sus salarios, solamente la sensación de sentirse importante cuando lo llamaban licenciado.

    Un amigo mío del Frente Amplio me dijo que “a Peña se lo tragó el personaje” y en cierta forma tiene razón.

    ¿Qué fue del “canario” de San Bautista, de alpargatas, medio barrigón, que usaba camisas de manga corta (con bolsillo para la lapicera para tildar los pollos que vendía) y matera, que se transformó en modelo de Mutto, con costosos trajes, camisas cuello italiano, corbatas de seda, y experto mundial en Medio Ambiente?

    En la conferencia en la que anunció su renuncia al Ministerio de Medio Ambiente, a Peña se lo notó triste, sincero y arrepentido, condiciones que muestran cómo debe comportarse un hombre que se equivocó.

    Anunció que hará ese famoso curso de cinco días en la Católica para recibirse, pero Peña no necesita ser licenciado para ser un buen dirigente.

    Es de esperar que vuelva al mundo de las empanadas frías, el mate y los guisos de lentejas, ese en el que recogió el 90% de sus votos y jamás le exigió un título, más que el de “Licenciado de la Vida”.

    José Luis Ituño