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    La siesta interminable

    N° 1849 - 07 al 13 de Enero de 2016

    , regenerado3

    Unas profundas —y acertadísimas— reflexiones del afamado arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, publicadas en la última edición de Búsqueda (Nº 1.848), deberían producir un efecto que, al menos en el corto plazo, no ocurrirá: sacudir la modorra suicida de la sociedad uruguaya y, esta vez sí, “hacer temblar hasta las raíces de los árboles”.

    Viñoly es, además de un gran arquitecto, uno de esos individuos cuyos tremendos éxitos profesionales (en el país y fuera de él), su talento innato y su capacidad intelectual constituirían en cualquier sociedad más o menos avisada motivo de orgullo genuino. Sería colocado, además, como ejemplo a imitar en escuelas y liceos. Y los gobiernos prestarían atención a sus consejos.

    A sus 71 años, el arquitecto —que ha concretado portentosos proyectos en Londres, Tokio y Nueva York, además de diseñar el Aeropuerto Internacional de Carrasco— habla sin pelos en la lengua sobre el nudo gordiano que impide al Uruguay colocarse en el pelotón de los países que avanzan.

    Muchos utilizamos a menudo la expresión “nudo gordiano”. Pero, ¿sabemos qué quiere decir? Pues refiere a un obstáculo difícil de salvar o de difícil solución. “Cortar el nudo gordiano” significa resolver tajantemente y sin contemplaciones un problema. “Nudo gordiano” viene de una leyenda griega según la cual, muchos siglos antes de Cristo, los habitantes del reino de Frigia (actual Anatolia, Turquía) necesitaban elegir a un rey. Un oráculo les anunció que un hombre llegaría acompañado por un cuervo que se posaría en su carro y les dijo que lo eligieran a él. Se llamaba Gordias, quien apenas poseía una carreta y sus bueyes. Ya ungido rey, Gordias fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior; era un nudo tan complicado que nadie lo podía soltar, aunque, se decía, quien lo consiguiera conquistaría toda Asia. En el año 334 antes de Cristo, Alejandro Magno conquistó Frigia y cortó el nudo con su espada. Según la leyenda, esa noche una tormenta de rayos simbolizó que Zeus estaba de acuerdo con la solución. Alejandro dijo entonces: “tanto monta cortar como desatar” (o “da lo mismo cortarlo que desatarlo”). Moraleja: da igual cómo se haga; lo importante es conseguirlo.

    En su conversación con el periodista de Búsqueda Guillermo Draper, Viñoly definió con claridad cuál es el “nudo gordiano” de la sociedad uruguaya: la burocracia “kafkiana” en función de la cual “los mecanismos de impedir son mucho más grandes que los mecanismos de producir”.

    El arquitecto consideró “increíble” la existencia en Uruguay de “una especie de inercia burocrática indescriptible, que está totalmente por afuera de los estándares internacionales”. Y también le pareció “increíble” que “la gente no reaccione”. Viñoly comparó con otros países donde también hay procesos lentos de regulación y control, pero advirtió una enorme diferencia en contra de Uruguay. “Acá es una cosa completamente fuera de lógica, es un proceso kafkiano”, insistió.

    Como cualquier observador mínimamente informado, Viñoly sabe que, después de más de una década de bonanza económica, al gobierno uruguayo se le está acabando “la oportunidad de utilizar condiciones de coyuntura que eran impresionantes”. Ahora, con menos plata ingresando al país y con Argentina recibiendo nuevos flujos de capitales por haber elegido un gobierno “normal” después del desenfreno kirchnerista, Uruguay la tendrá más difícil.

    “Más vale que acá tengan una idea. Es fácil tener una idea en Uruguay porque tiene muchísimas condiciones especiales, únicas en la región y en el mundo, y es poca gente. El problema es que si la gente tiene esta especie de tendencia a desacelerar el proceso siempre, por diseño, no se puede hacer nada”, advirtió.

    Lo que falla —y falla fatídicamente— es “la cultura del empleado público”. En Japón, los burócratas sienten el orgullo de serlo y buscan que los proyectos se concreten; en Uruguay, “decirle a alguien que es un burócrata es un insulto”, porque “acá la gente toma la actitud de proteger su propio reducto de poder sin entender que hace falta un nivel de flexibilización en todo el proceso regulatorio”. Los burócratas planificadores uruguayos, dijo Viñoly, “están completamente metidos en este sistema, en el que es más fácil no hacer que hacer”.

    “No se puede creer cómo se impide todo”, se asombró.

    Cuando el periodista Draper le preguntó cómo explica a los inversores por qué tiene en Uruguay varios proyectos detenidos, la respuesta del arquitecto no pudo ser más descorazonadora e indignante: “no les explico. No se puede explicar. Hay que decirles que no se puede hacer nada”.

    Según Viñoly, “si este procedimiento no cambia, la siesta va a seguir; todo el mundo durmiendo la siesta. Para mí ese es el tema más importante: no hay alternativa para las generaciones nuevas”. Claro está que, como él dice, hay un hondo problema “ético” y “moral” alrededor de toda esta cuestión. Y alerta: “desconectarse de la realidad es, por lo general, una mala receta, salvo que se tenga la vaca atada, y en este lugar nunca la tuvo nadie. Ni siquiera hay aristocracia acá; este es un lugar que se arregla en tres horas”.

    Después de reclamar “un liderazgo activo”, Viñoly precisó que “esto no se arregla con la cordialidad del mate y el conocimiento personal; hace falta un shock de eficiencia, que es completamente un tema cultural”.

    “Este es un país que necesita un plan de ordenamiento físico y de ordenamiento de gestión que se arregla en cuatro días, para lo cual hace falta una actitud política que considere este tema de la urgencia estratégica seriamente. Pero hay un adormecimiento. Mi sorpresa es que es el mismo que existía en el año ’50, cuando yo me fui de acá. ¡No puede ser! El mundo cambió de forma radical. A mí me parece que esto es una cosa de administraciones que tengan la capacidad de montarse en el tema político de una forma diferente y tiene que haber una renovación de cuadros que vean este tema con una perspectiva mucho más pragmática. Siempre hay lugar para las disquisiciones filosóficas, pero acá hacen algo o queda como un museo de la imagen de un país de los años ’30. No se puede creer”, remató.

    Viñoly sabe de lo que habla porque conoce cómo funciona el mundo que funciona. No está payando. Y el mundo que funciona no va a esperar ni un segundo al Uruguay del mate en el cordón de la vereda, de la siesta, del adormecimiento, del “más o menos sale”, de la pachorra y de la inacción política.

    No va a esperar nada a un país avejentado, con un poco más de tres millones de habitantes, cuya educación se hunde, cuyas empresas públicas monopólicas se funden, cuya población se fragmenta todos los días un poco más entre el horrible número de uruguayos marginados socio-económico-culturales y la descendente cantidad de uruguayos con chances de salir adelante. No va a esperar un solo instante más a un país que discute eternamente —en debates bizantinos— la obvia necesidad de abrir su comercio al mundo para, simplemente, existir.

    Uruguay tiene una sola chance: quebrar rápida y definitivamente el sistema cómodo e inmovilista alimentado por una dirigencia política que lo ha creado y protegido en base a un conjunto de “códigos” que ya no resisten el menor análisis.

    Desgraciadamente, nada de esto es posible divisar en el horizonte inmediato. El Uruguay seguirá nadando en su piscina de dulce de leche y condenado a una creciente insignificancia, hasta que un gobierno bajo un liderazgo democrático y decidido le pegue una patada a esta bolsa infestada de charlatanes, avivados, burócratas inútiles, “empresarios” ventajeros, “sindicalistas” fascistoides y mediocres de toda laya.

    ¿Quién será el Alejandro Magno que corte con su espada el “nudo gordiano” que atenaza el progreso de este país?