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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas declaraciones de la vocería del gobierno que surgieron el día 8 de julio anuncian, con bombos y platillos, la decisión de que se hará la inversión en infraestructura “más grande” de los gobiernos del Frente Amplio.
Como un ciudadano común y corriente, esta noticia me llama doble y poderosamente la atención.
En primer lugar, porque está más que claro que el fisco nacional enfrenta el déficit “más grande de los gobiernos del Frente”, con entes públicos (llamarles empresas a estas alturas es una grosera imprecisión además de inmerecido elogio) arrojando pérdidas millonarias en dólares, producto de malas administraciones y de la histórica actitud de utilizarlas a modo de cajas de recursos para el despilfarro, y la necesidad de convertirlas en sistemas perversos para procesar lo que, de no ser por su robusto plantel de empleados, sería una situación de desempleo masivo imposible de sostener en el país.
En segundo lugar, porque el escenario económico en lo macro y en lo micro anuncia una situación muy compleja, que inevitablemente afecta ya y profundizará aún más dicha afectación en los próximos meses a la recaudación fiscal, al empleo del sector privado y a los ingresos en general, tanto del sector público como del empresariado.
Ergo, cabe preguntarse cómo se pretende abordar este ambicioso plan cuando el modelo de participación público-privado está precisamente siendo amenazado por el contexto que se viene configurando.
Indudablemente, existe además un problema de “timing” que aumenta la pendiente en contra: mientras escribo estas líneas, hay rumores de “inquietud institucional” en Brasil, amén de que dicho país sufre una crisis que es más estructural que coyuntural (el Brasil industrial competitivo es hoy una quimera), y Argentina rema para llegar sin abolladuras considerables a las elecciones de octubre, de manera de pasar la bomba económico-financiera al “afortunado” sucesor de la actual presidenta. Con Venezuela, el sector cooperativista (ese otro gran salvavidas de tina) espera hacer los números que ya no hacen con el mundo de verdad y persiste en hacerse trampas en el solitario.
En general, todo el continente americano sufre la desaceleración del otrora veloz tren de los commodities.
Mientras, la crisis europea (porque no es griega sino que siempre fue europea) sigue sin resolverse y, de vivir los hermanos Marx, no habría dudas que serían los indicados para poner las cosas en un mejor orden que el actual clan, el cual, al mando de una inepta actuación, propia de una comedia de enredos, es incapaz de hacer. A la fecha, Grecia tiene apenas cuatro días antes de que el villano llegue al pueblo a cobrar su factura.
Como si esto no bastara, en China y algo tapada por el bochinche griego, se viene registrando en los últimos días una verdadera debacle bursátil, lo que obligó al gobierno chino a intervenir en la bolsa, congelando cotizaciones y operaciones por un valor equivalente a un tercio del valor del mercado.
Lo que nuestro gobierno viene pensando es el recurrir a la vieja receta tan vilipendiada por los economistas a favor del libre mercado, y tal como ya lo consideran utilizar actualmente otros países de la región con su economías igualmente amenazadas: simplemente romper el vidrio y apretar el botón rojo del keynesianismo.
El problema radical es que aun para practicar esta política de último recurso, se exige de recursos de los que hoy no se dispondría ni en el sector público ni en el privado, y pretender endeudarse a cambio de minimizar el desempleo, significa una arriesgada decisión que, en este contexto, puede presentar consecuencias aún peores que el problema que se intenta evitar.
Se acabaron los diez años de bonanza y una nueva realidad se instaló, que exige de cautela, equilibrio y sentido común. Los actuales anuncios carecerían de estos atributos.
John J. Moor
CI 1.383.444-4