La soledad y el poder

La soledad y el poder

La columna de Andrés Danza

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Nº 2179 - 23 al 29 de Junio de 2022

A algunos lugares solo pueden llegar los más capaces. O al menos los que tienen una inteligencia por encima del promedio. Es mentira eso de que solo alcanza con la suerte o con estar en el momento indicado y en el lugar indicado. A eso hay que sumarle una cuota importante de talento y la virtud de saber exhibirlo. Porque son varios los que pueden tener el viento a su favor y todos los astros alineados para facilitarles el camino pero solo unos pocos llegan.

El ejemplo más claro al respecto es el del presidente de la República. Pero por abajo ocurre lo mismo con líderes o referentes de distintos ámbitos, como políticos, académicos, empresariales y sindicales. No es fácil alcanzar la cúspide, hay muchas pruebas a superar en el camino. Unos pocos lo logran, otros quedan a unos pasos y muchos más no arriban ni a la mitad del camino o sirven para mantener en vigencia el “principio de Peter”, aquel que dice que toda persona escala al máximo de sus posibilidades intelectuales y cuando sube un escalón más queda expuesta y cae estrepitosamente.

Por eso nunca hay que subestimar a los que tienen a sus espaldas una carrera victoriosa. Dicho esto, una vez que se instalan en esos lugares poderosos, corren un riesgo importante: quedarse solos. El poder suele generar distancia y aísla, además de hacer crecer demasiado rápido el ego. Al menos así lo dicen todos los que tienen experiencia al respecto. Repiten que son pocos los que se atreven a confrontarlos, que las principales decisiones suelen ser entre dos males y en solitario y que no hay casi espacio para el ensayo ni mucho menos para el error.

Por eso, lo fundamental para que esas personas logren avanzar y concretar sin perderse en el espejo son los que están alrededor. No necesariamente tienen que ser muchos pero sí estar a la altura. Un buen líder es aquel capaz de rodearse de otros igual o más inteligentes que él y tener la virtud de escucharlos y tomarlos en cuenta. Las gestiones concretas dependen de una persona pero para que sean exitosas tiene que haber un equipo atrás. De lo contrario, se pierden en declaraciones de intenciones.

La reflexión viene a cuento para poder analizar con un poco de contexto el sistema presidencialista con el que cuenta Uruguay. Si en algo coinciden casi todos los politólogos es que aquí el presidente centraliza el poder y que sobre él caen muchas de las decisiones más importantes. Así son las reglas de juego. No es un fusible como los primeros ministros de los sistemas parlamentarios. Todo lo contrario. Es casi imposible removerlo durante los cinco años que dura su mandato. Tiene que cometer atrocidades políticas o directamente delitos para que prospere un juicio político en su contra. No hay ni por asomo una figura igual de importante o al menos que se le asemeje en la estructura estatal.

Pero no está solo. Tiene a su disposición a un secretario de la Presidencia, a un prosecretario, a sus asesores personales y a un Consejo de Ministros que le responden. Ese es su equipo más cercano, son sus generales para atravesar el campo de batalla. A quiénes designa y qué protagonismo les da en el día a día depende de él.

Para poner algunos ejemplos recientes, el expresidente Tabaré Vázquez resolvió acompañarse en su primer gobierno de los principales líderes sectoriales del Frente Amplio en el gabinete. Cada uno de los conductores de las distintas tendencias internas del oficialismo tuvo su lugar de lucimiento y eso le produjo para el gobierno algunos resultados concretos. Más allá de los muchos conflictos de esos años, una parte importante de lo que hoy reivindica el Frente Amplio ocurrió en aquellos tiempos: reforma de la salud, reforma tributaria, creación del Ministerio de Desarrollo y el Plan Ceibal, por ejemplo.

Luego vino José Mujica, que delegó el manejo de la economía en su vicepresidente, Danilo Astori, y llenó las vacantes de su gabinete teniendo más en cuenta la política interna que sus afinidades personales, a tal punto que en alguna oportunidad hasta tuvo que leer de un papel el nombre de una de las nuevas ministras. Apostó de lleno al equipo que le ofrecía la fuerza política que lo llevó al poder. Vázquez en su segundo mandato hizo algo muy distinto. Se rodeó casi exclusivamente de sus personas de más confianza y les reclamó que tuvieran un perfil bajo. Optó por el camino de quedar él como el vocero del gobierno, sin que nadie le hiciera sombra. Como consecuencia, se quedó con muy poco para mostrar y con apenas algunos generales dispuestos a defender su gestión y el Frente Amplio perdió el gobierno.

El actual presidente Luis Lacalle Pou tuvo que armar una gran coalición para poder acceder al poder. Logró firmar un acuerdo entre cinco partidos muy distintos atrás de su candidatura. Es cierto que todos tenían un interés en común muy potente: sacar al Frente Amplio luego de 15 años en el gobierno. Pero ya lo habían intentado antes sin éxito. Así que formar equipos no parece ser una de sus debilidades.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte el funcionamiento interno de su gobierno está haciendo ruido. No ese zumbido natural de cuando un motor muy grande está en funcionamiento. Es algo más intenso y desafinado. Son muchos ya los que se quejan de la falta de comunicación dentro del oficialismo y la excesiva separación entre el Poder Ejecutivo y sus legisladores.

Algunas de las quejas van directas a Lacalle Pou y vienen de correligionarios importantes, aunque todavía dichas por lo bajo. Que no convoca casi nunca al Consejo de Ministros, que habla solo con unos pocos, que no tiene instancias sinceras y profundas de discusión política con los suyos, que está demasiado aislado, esas son evaluaciones que escuché una y otra vez durante las últimas semanas de algunos de sus correligionarios.

Otras son para al menos tres ministros. Que están demasiado callados, que no concretan ni avanzan, que no atienden el teléfono, que trabajan a espaldas de los legisladores oficialistas, que no quieren recibir a casi nadie en su despacho, de ese tipo de quejas y otras similares están atiborradas las conversaciones de pasillo entre dirigentes políticos oficialistas en el Palacio Legislativo y dependencias estatales.

Es obvio que hay problemas en el equipo. Son cada vez más los que lo reconocen. Todavía hay tiempo para enmendarlos y Lacalle Pou parece estar intentándolo. Lo hizo en forma expresa durante los últimos días al reclamar más diálogo de los ministros con los legisladores oficialistas y también entre los socios de la coalición. Es un primer paso positivo pero para lograr una corrección definitiva hay que cambiar en serio. Sea de personas o de formas de funcionamiento o de agenda presidencial, algo distinto hay que hacer. Para eso también es ahora.