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    La sumisión rusa de Natalia Oreiro

    Nº 2165 - 10 al 16 de Marzo de 2022

    Algunos personajes del mundo del espectáculo rara vez opinan con fundamento sobre temas medulares, salvo cuando militan políticamente. La mayoría tira carnaza informativa. Se centran en peleas internas, en el rendimiento sexual de sus parejas o en infidelidades para mantenerse vigentes ante el público. Son las reglas de juego en ese negocio que consiste en vender espejitos de colores.

    En una publicación en Instagram del 25 de febrero Natalia Oreiro disfrazó los espejitos de altruismo con un insólito desprecio por el padecimiento de millones de ciudadanos de Ucrania afectados por el ataque “por tierra, aire y mar” que ordenó el presidente ruso Vladimir Putin. Una ofensiva precedida por varios meses, durante los cuales Rusia concentró tropas en las fronteras hasta que Putin ordenó invadir para convertirse en el responsable de asesinatos y destrucción.

    El editorial de Búsqueda de la semana pasada es terminante. Los conflictos están donde siempre estuvieron, pero el culpable de profundizarlos es quien decide apretar el gatillo con el recurso más destructivo, la guerra: “La invasión está desatada y Putin y su entorno son los criminales de guerra”, dice. Putin podrá ser juzgado por la Corte Penal Internacional (CPI), un organismo de justicia internacional establecido por el Estatuto de Roma y aprobado en Uruguay por ley. Su misión es juzgar a los acusados de crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad.

    No es especulación sino certeza. La semana pasada 39 países, entre los cuales no figura Uruguay, le solicitaron a la Fiscalía de la CPI abrir una investigación a Ucrania por crímenes de guerra y de lesa humanidad. “He notificado a la presidencia de la CPI mi decisión de proceder de inmediato con investigaciones activas”, anunció el fiscal jefe del tribunal, el británico Karim Khan.

    Por su historia —al menos por su discurso progresista— asombra que Oreiro se haya lavado las manos sobre la absoluta responsabilidad rusa al publicar un dibujo de dos niñas, una con los colores de Ucrania y la otra con los de Rusia, que estiran sus manos hacia palomas blancas que las sobrevuelan. Debajo una frase: “Queremos paz”, en español y en ruso. Sensiblero pero falso. Es un implícito apoyo a Rusia, que tiene casi cinco veces más efectivos militares que Ucrania y que no ha cesado de agredir, matar y destruir.

    Para soslayar esa culpabilidad la actriz-cantante-conductora-presentadora (para colmo de males embajadora de Unicef para el Río de la Plata) optó por ese engañoso dibujo que deja chico a Poncio Pilatos. Asume el estereotipo de las mises que en los certámenes reiteran el mismo sonsonete: “Quiero la paz mundial”.

    Según la opinión de Oreiro en su Instagram en esta guerra tienen la misma responsabilidad el país agredido que el agresor, el violador que el violado, el depredador que sus víctimas, el belicista que quien obligado se defiende. ¡Es a Rusia a quien debe reclamarle por haber roto la paz! Pero sale por la tangente para evitar cuestionar al gobierno ruso porque allí trabaja con asiduidad con grandes recaudaciones y porque el 10 de noviembre del año pasado Putin le otorgó junto con su hijo la ciudadanía rusa. Servilismo basado en beneficios económicos y en una deuda de agradecimiento político.

    Usted podrá pensar que en este terreno Oreiro no es nadie y que esta columna es gastar pólvora en chimangos. Pero su Instagram replicó con distraído destaque en medios uruguayos y argentinos y lo recogieron agencias internacionales como elogiable.

    Quienes la asesoran consideraron que con ese Instagram zafaba de compromisos. Es probable. Pero no valoraron que la gran reacción universal contra Rusia puede conducir a Oreiro a un rechazo popular y a perder patrocinadores cuando adviertan que traiciona elementales principios morales. Tiró a la papelera su discurso popular de socialista, feminista y defensora de los derechos humanos. También el de Unicef, salvo que a esa organización le sirva más una “famosa” para recaudar dinero a una que exponga una filosofía contraria a sus principios y a los de Naciones Unidas. Muy triste.

    Cierto es que el Instagram de Oreiro se publicó poco después de iniciada la invasión. Pero no es menos cierto que mientras avanzaban los días la situación era cada vez más clara: más de 1,7 millones de ucranianos se refugiaron en los países vecinos (Polonia, Rumania, Eslovaquia, Hungría y Moldavia) en largas filas que recuerdan a las de los judíos perseguidos por Hitler, y por su camino quedan muertos atacados con misiles. Miles se refugian bajo tierra en las estaciones del metro o bajo los puentes; más de 3.000 civiles adultos y niños murieron bajo bombardeos rusos; decenas de edificios civiles fueron destruidos; Rusia bombardeó Zasporiyia, la central nuclear más grande de Europa ubicada en Ucrania. Mientras crece el desabastecimiento de productos alimenticios y sanitarios en ambos países las sanciones económicas golpean a los secuaces políticos y empresariales de Putin y el bloqueo a la compra de su petróleo lo complicará.

    Se añaden otros indicadores sobre esa responsabilidad: la OEA censuró a Rusia, el Parlamento Europeo aprobó una resolución que le concede a Ucrania el estatus de país candidato a integrar la Unión Europea; Naciones Unidas condenó la invasión y reclamó el retiro de las tropas rusas; la FIFA excluyó a Rusia del próximo mundial de Catar y el Comité Olímpico hizo lo mismo con los atletas rusos.

    Oreiro no vive en una burbuja y la asesoran publicistas. Mientras caía esa catarata de reacciones occidentales la artista tuvo tiempo de rectificar su posición inicial y decir: “Me equivoqué”. En cambio, opta por un arrogante silencio cómplice y, como siempre, el que calla, otorga.