La trinchera binaria

La trinchera binaria

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2179 - 23 al 29 de Junio de 2022

“Es usted un propagandista que deja a la altura de un alumno al doctor Goebbels”, dijo en el Congreso español José María Sánchez, diputado de Vox, partido de la extrema derecha, al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Y no contento con eso, agregó: “Y está al servicio de un sujeto que, manteniendo el símil, podemos decir que es como el führer”, en obvia referencia al presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez. El aludido Bolaños, ni corto ni perezoso, le respondió: “Cuando ustedes hablan de cuidar la democracia es como escuchar al zorro hablar de cuidar a las gallinas”. No, no interesa cuál era el tema de fondo, no importa cómo se laudó: en este caso en particular me interesan las formas.

Algo anda mal, no es posible que no haya otra manera de generar una comunicación política, de tener un intercambio en la discrepancia sin perder la firmeza, sin deponer los valores, pero evitando descalificar o hasta insultar al rival. Si la democracia supone pluralidad de ideas, de preferencias y de proyectos políticos, si aporta un procedimiento institucional y pacífico para dirimir las diferencias en el marco de los derechos, tiene que existir una forma de debate superadora de la trinchera binaria de buenos y malos. Porque si bien es cierto que no todas las opiniones son dignas de respeto, si bien hay algunas frente a las que no cabe más que el rechazo enérgico, las diferencias se pueden plantear cuidando ese bien inasible, abstracto y poco valorado: la convivencia democrática.

Pongamos un ejemplo diferente al que vimos al principio. Aunque consideremos que nuestra posición es la verdad revelada, aunque la ciencia en su totalidad nos apoye, ¿se logran réditos o adhesiones a nuestra idea insultando al que piensa que la Tierra es plana o que las vacunas introducen un microchip en el organismo? ¿Podremos convencer a nuestro oponente humillándolo? Más allá de que yo esté segura de que el otro está equivocado, hay formas, hay reglas de tolerancia que vale la pena preservar porque ese otro puede ser mi familia o mi amigo o mi vecino. No deberían descuidarse las normas de convivencia civil que preservan a la humanidad de matarse y de extinguirse frente a cada problema. Porque las disidencias, por legítimas que sean, pueden llevar a desbordes irracionales, a la violencia verbal o hasta física, y lo que es peor, a una falta de voluntad de superarlas que se perpetúe en el tiempo. La importancia y la necesidad de las normas de convivencia se hacen especialmente evidentes cuando las manifestaciones de intolerancia terminan atentando contra los derechos de las personas.

“Solemos asumir que el punto de vista del otro es totalmente inválido y que no hace falta reconocerlo”, dice Claire Fox, directora de la Academy of Ideas de Londres. Sabemos que casi todo argumento tiene al menos dos puntos de vista, ¿sería una utopía mantener una duda razonable respecto a las propias convicciones? ¿No nos habían enseñado que la duda era la única manera de avanzar en el pensamiento? Además de no renunciar a la sospecha de que el otro pueda tener razón, tal vez se trate de ir un paso más allá y buscar enriquecernos con la disidencia, de valorar el germen del disenso para el progreso de las ideas.

No, no ignoro que siempre existieron las discusiones fuertes, las rivalidades, las guerras; sería pueril creer que el pasado fue mejor. Sin embargo, las redes sociales se han constituido en la gran trinchera de los odiadores seriales, una nueva categoría que ha irrumpido también en la política, en la prensa y en nuestra vida privada. ¿Es el producto de una progresiva trumpización del planeta? ¿De un proceso como el que llevó a los manifestantes incitados por el entonces presidente de Estados Unidos a invadir el Capitolio? En cualquier caso y desde las redes, referentes de todo el planeta convocan en forma violenta, las bases acatan los términos en los que fueron convocadas y reproducen las formas de odio de sus referentes. La díada Internet-violencia se presenta así en diferentes escenarios, sobre todo en redes y en la prensa, y de ahí al ámbito privado y al público.

No traigo aquí una idea brillante porque no la tengo, no sé cómo se mejora la cohesión social ni propongo amarnos los unos a los otros, apenas planteo una reflexión sobre los intercambios basados en la intolerancia y en el odio, que solo logran vínculos de tipo tribal. Tampoco digo que se trate de salvar diferencias a fuerza de buenismo, sino de reconocer que en un sistema republicano y pluralista hay y debe haber confrontación, disidencia y adversarios, que puede haber hasta enemigos, y que justamente por eso existen reglas de juego. Normas de convivencia democrática y de participación ciudadana que son imprescindibles para superar la trinchera binaria, para que ante un enfrentamiento la sangre no llegue al río, el enfrentamiento no termine en histeria colectiva, la histeria colectiva en guerra y la guerra en una posible aniquilación.