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    La verdad es que se vio muy poco

    Nº 2084 - 13 al 19 de Agosto de 2020

    Como muy pocas veces, había una gran expectativa por ver cómo era la vuelta al fútbol activo en nuestro medio, tras esa larga y por momentos interminable inactividad, producto de esta pandemia que se ha instalado tan porfiadamente en todo el mundo. Nuestras autoridades (las del gobierno, que manejan con criterio y ponderación la evolución de este brote epidémico, y también las del fútbol, que tuvieron la paciencia y constancia para que la vuelta a las canchas ocurriera cuanto antes) tenían todo previsto para que el pasado domingo la pelota volviera por fin a rodar por el verde césped, aunque con las tribunas desiertas. Seguramente, por esa tan inédita circunstancia, los amantes del fútbol (salvo ese grupito de inadaptados, siempre tan dispuestos a romper las reglas establecidas) nos apostamos en nuestros hogares para ver el domingo pasado, uno tras otro frente al televisor, la maratón de partidos de esta cuarta fecha del torneo Apertura.

    Claro que eso de “ver” lo que pasaba en los diversos escenarios, solo pudo ser —y con ciertas dificultades— en los cotejos matutinos, pues al llegar el momento del “plato fuerte” de la jornada (obviamente, el clásico fijado para la tarde) una niebla particularmente cerrada se abatió sobre Montevideo y, cuanto menos en la primera media hora de juego, cubrió la pantalla de nuestros televisores con un manto blanquecino e impenetrable que —solo en contados pasajes— dejaba ver algunas aisladas pinceladas de color, captadas en un plano intermedio que al menos nos permitió observar algunos breves pasajes del partido; entre ellas, algunas pinceladas de ese tan bien dotado futbolista que es el chico Pellistri. Y, en ese anormal panorama, una pregunta lógica que se hizo mucha gente: ¿por qué dejaron encender las bengalas, con el humo que ellas producen?

    Claro que, en atención a lo que después de esa media hora inicial comenzó a verse, uno llegó a la casi certeza de que no era mucho lo que se había perdido de ver. Un Nacional que, a pesar de estar dos puntos detrás de su rival en la tabla de posiciones, parecía más preocupado por defender que por atacar y un equipo aurinegro que, más que nada por los arrestos individuales de Pellistri, se instalaba en el campo adversario, aunque sin ocasionar demasiado peligro contra la valla de Mejía. Y permítasenos detenernos un instante en el juvenil delantero de Peñarol. Ciertamente, estamos en presencia de un interesantísimo proyecto de jugador. En primer lugar, porque siendo un chiquilín demostró, ya el año pasado (y lo reitera ahora), que la responsabilidad no le pesa, que pide siempre la pelota y que no vacila en asumir un rol preponderante en el partido. Tiene una fantástica velocidad, incluso cuando corre con la pelota dominada, y un dribling endiablado a la carrera. Sin embargo, no logra aún que su juego sea desnivelante, porque termina indefectiblemente estrellándose contra el último defensor de la fila y perdiendo la pelota por las buenas o por las malas (son muchos los golpes que recibe, aunque los soporta bien y sin quejas). ¿Qué le falta a Pellistri para ser ese gran futbolista que insinúa? Pues cambiar de improviso la dirección en su carrera en diagonal y enfilar hacia el arco rival, buscando ubicar en profundidad a algún compañero o procurar él mismo la definición ante el arco adversario.

    Volviendo al partido, ese primer tiempo no estaba para ninguno de los dos. Pero en la única incursión ofensiva tricolor, tras la doble ejecución de un corner, Bergessio zafó de la marca de un desatento Abascal y logró conectar un fuerte cabezazo que venció las manos de Dawson, no muy firmes en la oportunidad. No merecía esa ventaja el tricolor, pues hasta entonces no se había acercado siquiera a la retaguardia aurinegra. Abajo en el tanteador, el equipo dirigido esta vez por Pablo Forlán (h) colocó en la cancha en el entretiempo toda la “carpeta” de Christian Rodríguez, aunque quizás no estuviera aún en su mejor condición física. Esto quedó bien en claro, pero igual se calzó la cinta de capitán y fue el abanderado de la reacción de su equipo (incluso estuvo a punto de anotar con un remate cruzado), haciéndolo adelantar en el campo y pasar a dominar las acciones, aunque sin mayor profundidad.

    Mientras ello ocurría en Peñarol, Nacional iba decreciendo en su ritmo, incluso en el plano físico Es entonces que, promediando esta etapa final, Munúa, aprovechando la reciente modificación reglamentaria, efectuó tres cambios al unísono y colocó en cancha a dos defensas y un delantero, quizás pensando en cuidar esa mínima ventaja, cuando su rival tenía un hombre de menos desde un rato antes, por la justa expulsión del delantero Britos. Peñarol, en tanto, incluyó a Xisco por un defensa (Piquerez) y el partido tomó el curso que esas variantes auguraban. No resultó demasiado fluido el ataque aurinegro, ni tampoco tuvo que extremarse a fondo la retaguardia tricolor para frenar sus embates. No daba pues la sensación de que el gol del empate estuviera al caer; pero una salida innecesaria y a destiempo de Mejía, ante una estocada profunda de Terans, le permitió a este último, con poco ángulo, enviar la pelota al fondo del desguarnecido arco tricolor y darle al partido un resultado más equitativo para con el esfuerzo aurinegro de remontar un tanteador adverso, en desventaja numérica durante buena parte del período final.

    Se sabía —incluso por lo que ya se había visto con la vuelta al fútbol en el viejo continente— que los equipos sintieron esta prolongada inactividad y que los partidos no fueron pródigos en cuanto al nivel del juego desplegado por sus protagonistas. Ello también se vio en este partido (aunque eso de “se vio” no deja de ser un eufemismo). El empate clásico no le sirve a ninguno de los dos equipos grandes, que siguen lejos en la cola del torneo. Quizás le haya caído mejor a Peñarol, por el hecho de haber rescatado ese empate al jugar con un hombre de menos y, más que nada, por mantener esos dos puntos de ventaja ante Nacional, en esa lucha “pelo a pelo” que siempre marca la historia. Y habrá que ver cómo soportan los equipos —no solo los dos grandes— esta maratón de partidos, que comienza a partir del domingo venidero. Lo cierto es que de ocho partidos que se jugaron en esta reaparición cinco terminaron con división de puntos y solo Cerro, River Plate y Wanderers sumaron de a tres. Por lo que la tabla de posiciones no tuvo casi alteraciones, con Rentistas manteniendo en solitario la punta del certamen.

    De fútbol se vio muy poco, y no cabe echarle toda la culpa a esa niebla inoportuna…, a esa “ceguera blanca” que describía José Saramago en su laureado Ensayo sobre la ceguera.