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    La vida de las ideas

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2244 - 28 de Setiembre al 4 de Octubre de 2023

    La biografía intelectual de Olivier Dard sobre Charles Maurras (Armand Colin, París, 2014) es multidimensional y presenta al personaje como un hombre de letras y un intelectual con influencia en muchas generaciones que coincidieron en entrar en controversia con la derecha nacionalista.

    El punto de partida de su concepto es el reconocimiento de la nación como un valor absoluto: “La nación precede a todas las asociaciones dentro de ella… Las naciones son superiores en el orden mundial. Las naciones son más primarias que las clases. Las naciones son más primarias que cualquier acción”. En rigor, vendrá a sugerir, la nación lo es todo y en cierta forma la persona/el ciudadano no es comparativamente nada. Maurras consideraba que la subordinación a los objetivos nacionales era la vocación de una persona, en particular, se esperaba de ella acciones destinadas a garantizar la unidad y la integridad de la nación. Tal unidad de la nación debía basarse en los lazos de origen común y no en la aceptación voluntaria de un determinado sistema de valores. Como resultado, se exigió de la persona disciplina, obediencia y falta de opinión, una posición especial que es característica de la democracia.

    Desarrolló a la nación como una comunidad orgánica, basada en los principios de la solidaridad, con alma propia. Caracterizó a la nación como una masa en la que el comportamiento humano estaba determinado por los instintos, la intuición y los sentimientos irracionales. El nacionalismo fue interpretado como un sistema de moralidad, ciertos criterios de comportamiento determinados por los intereses comunes del conjunto, independientemente de la voluntad de individuos específicos. Según Maurras muchos de los países de la Europa finisecular estaban bajo amenaza de decadencia y desintegración; por eso Action Française con su fijación por el elitismo empezó a rozar visiblemente la retaguardia y a lanzar severas advertencias a los signos preocupantes que veía en Francia.

    En el libro de Dard vemos a Maurras emerger como “un maestro” en el seno de un espectro de seguidores significativos. Hace bien el autor en distinguir a Action Française, el órgano periodístico, y al movimiento político, del magíster Maurras. Hay, es cierto, un movimiento de tono político, pero lo que más destaca es la cercanía de figuras que se reconocen discípulos o siquiera influidos por sus provocaciones intelectuales. Está por un lado el círculo de sus amigos ideológicos, como León Daudet y Jacques Bainville, y por otro, una dilatada lista que atraviesa generaciones y recorre el espectro filosófico y político sin por eso incurrir en contradicciones. Así, por ejemplo, tenemos a figuras como Jacques Maritain, que no comparte sus ideas pero no escapa a la seducción de su discurso, al joven oficial Charles de Gaulle, al inquieto investigador que en su juventud fue André Gide, a Georges Bernanos, que termina en la izquierda, a Drieu La Rochelle y a Marcel Proust, que era un lector ávido de sus escritos y que no disimuló nunca, pese a las grandes diferencias de ideas y de intensidades, el delicado aliento de una reflexión que parecía ir por el lado no buscado de las palabras en uso. Otro admirador sin reservas fue Paul Claudel, que tuvo páginas muy expresivas en reconocimiento a los valores de Maurras y al que infamemente traicionó, persiguió y buscó condenar al final de la guerra en uno de los actos más miserables de la historia intelectual de Francia.

    Esta reconstrucción de Maurras concede un lugar destacado al hombre de letras del siglo XIX, que debió lidiar con el compromiso político e ideológico en presencia de los conmovedores cambios de mentalidad que iban a sobrevenir con el nuevo siglo. El foco está en el momento matriz de las amistades de las últimas décadas del siglo XIX, con Frédéric Mistral, Maurice Barrès y Anatole France. La literatura y el periodismo son para Maurras tanto un ámbito donde se forman amistades y redes sociales como un ámbito profesional en el que encaja con el apoyo de sus mayores (Barrès, Mistral) y del que acaba convirtiéndose en centro, conquistando poco a poco el mundo literario e intelectual de finales del siglo XIX. Toda su obra, la mejor y más provechosa parte, es la obra de un periodista disconforme, original y culto.