Nº 2159 - 27 de Enero al 2 de Febrero de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSeguir la agenda de temas locales y globales es necesario para cualquier persona que ejerza su ciudadanía. Hay que estar al tanto de la situación sanitaria; de las estrategias de cara al referéndum de la LUC; del clima veraniego y sus impactos en la economía y la sociedad; de la cuenta regresiva para la vuelta a clases; de la violación de una mujer en el barrio del Cordón; de la rebaja de tarifa de UTE para residencias simples...; digo por nombrar solo cuestiones de nuestra comarca y no entrar en los temas de la región y el mundo.
También es cierto que hay un peligro en seguir la agenda y es quedar asfixiado por ella: perder perspectiva, olvidar las capas de tiempo sobre las que se construye la actualidad, dejar de asombrarse por todo lo legado, buscar, aunque sea una piola de la cual tirar para comprender todo lo implícito que está en lo explícito de los temas de agenda.
Antes de entrar en tema, una imagen que ilustra esta cuestión. Piensen en una gran librería o biblioteca. Quienes estuvimos alguna vez en alguna de ellas, sentimos esa sensación de todo lo que hay para leer y que nunca podremos hacerlo. Es una sensación de agobio y fascinación al mismo tiempo: darse cuenta de que hay infinidad de cosas interesantes, pero aceptar también que no nos dará la vida para sentarnos a leer todas esas páginas. Bueno, seguir sólo la agenda de temas coyunturales es quedarse con los 10 libros más leídos del mes. Salirse de ella es adentrarse en la librería y recorrer algunos de sus anaqueles y, a pesar de la inmensidad, salir con un par de libros que no están la lista de Bestsellers. En otras palabras, que no te gane el desasosiego de la inmensidad y encuentres esa piola de la cual tirar para comprender un poco más sobre algo.
Toda esta larga introducción viene a cuento de la vuelta del Carnaval. Luego de casi dos años con Dios Momo en cuarentena, vuelven los desfiles, los tablados y el concurso. Participarán 38 conjuntos entre las cinco categorías clásicas de nuestro carnaval: 21 murgas, 5 parodistas, 4 humoristas, 3 revistas y 5 sociedades de negros y lubolos.
Siguiendo los temas de la agenda, será un Carnaval muy especial por la larga espera y la pérdida, en ese ínterin, de tres figuras claves: Ariel Pinocho Sosa; Waldemar Cachila Silva, y José María Catusa Silva. También lo será para ver cómo se posicionan las murgas de cara a los temas que nos atañen, y al referéndum, y a los años de gobierno de Luis Lacalle Pou. Surgirá, también como tema de agenda, la cuestión del grado de compromiso con el Frente Amplio de algunos conjuntos y la discusión de que eso es más panfletario que artístico. Todo eso será tema de las próximas semanas con mayor o menor intensidad.
Pero si salimos de la agenda inmediata, hay tres temas de largo aliento sobre los que vale la pena detenerse al hablar del carnaval. El primero, y el más conectado con la agenda, es la cuestión del vínculo con el poder. El Carnaval, al igual que los bufones de las cortes egipcias, y los artistas de todas las épocas, tienen un vínculo tenso y esquivo con el poderío y los gobernantes. Es parte de su usina creativa y su posibilidad de expansión. En el caso específico del carnaval y sobre todo de las murgas, hay una regla de oro: crítica e ironía. Si faltan estas, falta carnaval. Así como es verdad que a veces gana un compromiso ideológico que pone en jaque a la esencia de Dios Momo, también es cierto que, pasando raya, año a año sigue ganando la ironía y crítica con el poder como motor de la fiesta.
Segundo tema: la fiesta y su paulatina reglamentación. Miren esto: según cuenta la historiadora Milita Alfaro, la mayor multa en el Carnaval de 1869 fue para la casa de don Lorenzo Batlle, máximo gobernante, por los disturbios causados en la vía pública. Diez años más tarde, las crónicas cuentan que el Coronel Latorre, presidente de la República, estaba “como desaforado” en la Plaza Independencia festejando el Carnaval junto a ministros y jerarcas estatales. No sé si reparamos lo suficiente en este aspecto: hubo presidentes que, cuando llegaba el carnaval, abandonaban su tarea para jugar un rato con la ciudadanía.
Imaginen por un segundo a Lacalle Pou, Salinas, Da Silveira, Mieres, Paganini...imaginen a Cosse, Orsi, Pereira, Bergara... jugando en la Plaza Independencia y tirando bombitas de agua. ¿Suena absurdo no? Escrache en redes sociales por lo lúdico de la imagen mientras el país tiene urgencias... imaginen la perorata moralista... la clásica y problemática división entre civilización y barbarie. Pasemos raya: sería interesante que se sucediera un momento de juego carnavalero que convoque también a quienes se dedican a la política. Habría que sumar al menos un día, una noche, un momento donde todos lisa y llanamente se diviertan. Donde el murguista no es murguista y el ministro no es ministro. Donde al frenteamplista le importa un comino la política y el compromiso, sólo se concentra en preparar una picardía que nos hará largar la carcajada.
Por detrás de esto, hay una reflexión sobre la democracia y su paradoja central: hoy tenemos más libertades que en el siglo XIX, sin embargo, a nadie se le ocurre pensar que algún jerarca se saque el traje, agarre el pomo y empiece a tirar agua o serpentinas descalzo por la calle. La razón principal es que la democracia, aunque es el régimen que mejor posibilita la libertad de la ciudadanía, también es la forma de organización que más se ha inmiscuido en esa misma libertad, que más la ha regulado. Es como que al mismo tiempo posibilita la libertad pero la contiene, la arrincona. En este sentido, hemos perdido algo de la fiesta carnavalera entre tanto reglamento para disfrutarla.
La democracia olvidó que el ser humano necesita, de tanto en cuanto, no obedecer, desconocer las normas. Se olvidó en un doble sentido: en primer lugar, porque reglamentó tanto las instancias lúdicas que les borró algo de su cometido original. En segundo lugar, porque eliminó el “de tanto en cuanto”; hoy se supone que puedes divertirte todos los días y a toda hora. Eso, lejos de ser una panacea de alegría, degrada la propia noción de diversión, que sólo se disfruta si se hace “de vez en cuando”, “de tanto en tanto”. Carnaval es justo ese momento del año.
Tercera y última cuestión: la historia más allá de la historia inmediata. Hablar de Carnaval en este Uruguay laico es también hablar de las carnestolendas que se celebraban en la Edad Media, los tres días previos al miércoles de ceniza. Luego de ellas venía la cuaresma, 40 días de reflexión y ascetismo para meditar y prepararse para la Pascua, que representaba la muerte y resurrección de Jesús. A su vez, la Iglesia Católica emula así las fiestas dionisíacas griegas. Antes del ayuno y la penitencia, era importante darles a los feligreses un momento de liberación, lúdico, sin reglas. Ése es el punto vital del carnaval: saciar las ganas de jugar, imaginarse otro, que nadie te diga lo que debes hacer. Máscara, disfraz, ironía, burla, jugar por jugar. Dale más piola que llega hasta el sol.