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    La violencia en el fútbol

    Sr. Director:

    Por la presente, envío a usted una carta sobre la violencia en el fútbol, principalmente la generada en los partidos del Club Peñarol del cual soy socio activo.

    Creo que la misma aporta a la reflexión ya que está hecha contando mi verdadera historia y la de mi hijo en la concurrencia a los partidos, redactada en forma de historia literaria que me parece un aporte al menos diferente.

    Carta abierta a los dirigentes de Peñarol. “De a 20 metros”.

    Mi hijo tenía tres años (hoy 21). Peñarol jugaba un clásico y yo no estaba en mi casa. Vivíamos en Rocha. Perdimos ni me acuerdo por cuánto. Al otro día yo llegué a casa y cuando estaba a unos cuantos metros salió corriendo con sus tres añitos y se me tiró en brazos, me envolvió el cuello con sus manos y llorando me decía ‘perdimos, papá, perdimos’. Se me cayeron las lágrimas, me ericé todo y nunca más me pude olvidar de ese momento maravilloso. Ahí sentí que, en el abrazo de esas manitos chiquitas, me abrazaba Peñarol. Ese día fue el de más orgullo, era mi sangre manya heredada en mi hijo con la pasión más grande”.

    Con esta carta recuerdo que gané una camiseta original en un concurso que realiza Peñarol en su página oficial. Esa camiseta la estrené el día que le ganamos a Nacional 3 a 2 el 24 de noviembre de 2013 y fue la última vez que fui con mi hijo a la Amsterdam.

    Pero todo comenzó antes como la historia del principio. Vivíamos en el interior, no sabíamos lo que era ver a Peñarol en el Estadio y teníamos el ritual enfrente al televisor: allí poníamos las camisetas, los gorros y era toda una ceremonia para ver al carbonero; siempre hacíamos planes para venir a verlo. ¡Algún día vamos a ir ahí, a la Amsterdam! Pero no se daba, hasta que un 4 de febrero, día de mi cumpleaños, del año 2009 (mi hijo tenía 17 años) entramos juntos por primera vez a la Amsterdam. Imposible contarles la emoción. Era alcanzar el cielo. Era un partido por la fase previa de la Libertadores, dirigía Rivas, habíamos perdido feo en Colombia y era imposible remontar para entrar a la fase de grupos. Sin embargo, metimos 40.000 personas en el Estadio sólo para alentar sabiendo que la cruzada era imposible. Queríamos saber qué se sentía estar ahí, en medio de la Amsterdam… y no fue lindo. Sobre todo para nosotros que veníamos del interior. Droga, alcohol, peleas entre ellos…

    Ese día me corrieron 20 metros para un lado de la tribuna.

    Después seguimos concurriendo y otra vez, cada tanto, problemas, drogas, alcohol, piedras, butacas, según como viniera la mano. Porque de saber perder, ni ahí.

    Me corrieron 20 metros más y quedé en el borde contra la América o la Olímpica.

    El 24 de noviembre de 2013, estrenando la camiseta ganada en el concurso que les contaba al principio y ganando 3 a 1, los de siempre rompieron todo y pararon el partido por 10 minutos peleando con la policía, sin causa ni razón.

    Ese día me corrieron 20 metros más y de la tribuna, fui a dar a la Olímpica aunque cerca de la Amsterdam.

    Después, otro partido a estadio lleno y, otra vez, gente que quería pasar a la Amsterdam desde la Olímpica por los alambrados. Volaron piedras y butacas, vi como arrancaban los asientos de la platea y se los tiraban a la policía. Y nosotros ahí, en el medio.

    Ese día me corrieron 20 metros más para el centro de la Olímpica.

    Hace dos años nació mi primera nieta, le puse sobre la cuna una camisetita de Peñarol y le dije —con el babero puesto— que el abuelo un día, en un par de años, la iba a llevar a ver a Peñarol. Quise hacerlo en este último clásico, pero mi hija me convenció de que no era conveniente, que había mucha violencia, etc. Y tenía razón.

    Ese día me corrieron de la ilusión, de la pureza, me corrieron la nieta del Estadio sin haberlo conocido.

    De todas maneras, el 14 de junio, bien temprano, agarramos con mi hijo las camisetas, banderas, gorros y nos fuimos a la Olímpica, nuestro lugar después que me corrieran de la Amsterdam, con la ilusión intacta de que Peñarol es Peñarol y ganábamos para pasar a las finales.

    Perdíamos dos a cero y no sabíamos qué había pasado, nos mirábamos y no entendíamos nada. Pero era Peñarol y lo empatamos. Hacía mucho que no lloraba abrazado a mi hijo por Peñarol. Y lloré. Era el carbonero otra vez y su gloria empatando en los descuentos con un hombre menos.

    Después vino el tercero, pero era Peñarol y sabíamos que lo íbamos a empatar de nuevo. Pero otra vez la misma historia: piedras, butacas, alcohol, drogas, delincuentes. Faltaban 7 minutos y un penal por tirar pero la violencia era terrible. Agarré a mi hijo del brazo y le dije “vámonos”. Él me miró y me dijo “sí, vámonos”.

    Ese día me corrieron 20 metros más y quedé en Ricaldoni. Pero, sobre todo, ese día me corrieron para siempre del Estadio.

    Hoy estoy aquí, en mi casa, sentado enfrente a la estufa, con mi boina de viejo carbonero, que supo cubrir soles y fríos en la tribuna, con el carné de socio en la mano. Y pienso: ¿qué hacían los dirigentes de Peñarol con esa gente mientras a mi hijo y a mí nos iban corriendo de a 20 metros desde la Amsterdam para la Olímpica hasta sacarnos del Estadio?

    ¿Cuántas veces los escuché decir que iban a hacer algo mientras yo iba corriéndome de a 20 metros?

    No hay repuestas, seguro que no las hay y, lo peor, ni esperanzas de que las vaya a haber.

    Entonces tendré que volver a los tiempos en que vivía en el interior, esperar el domingo, traer camisetas, gorros y banderas, sentarme en el sofá, sin la boina, y volver a ver a Peñarol por televisión. Y si la vida me da unos años más quizás vuelva a soñar otra vez con mi hijo, como cuando vivíamos lejos, ¡algún día vamos a ir ahí, a la Amsterdam!

    Orlando Icardo

    CI 3.428.622-6

    Socio de Peñarol Nº 173.740