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    Las elecciones de 2019

    N° 1880 - 18 al 24 de Agosto de 2016

    A tres años largos de las elecciones nacionales de 2019 no podemos saber sus resultados. Pero sabemos (o podemos esperar que ocurra, aunque sin certezas absolutas) bastante más de lo que usualmente imaginamos. Esto es así porque el sistema de partidos uruguayo es viejo, con fuertes identidades partidarias, y comparativamente cambia despacio. En el último medio siglo hubo al menos dos elecciones claras de cambios críticos (la de 1971, nacimiento del Frente Amplio, y la de 2004, su victoria nacional). Ninguna de ellas fue una transformación dramática del sistema de partidos. Ni siquiera la de 2004, porque continuó y cristalizó cambios que llevaban al menos dos décadas de desarrollo sostenido en una misma dirección. No hay razones para esperar que en 2019 este marco cambie significativamente.

    Sin embargo, por razones ampliamente conocidas (y mayoritariamente aceptadas), el sistema de partidos es un sistema de dos mitades en el que desde 2004 el Frente Amplio es la mitad mayor. Las estabilidades ya indicadas sugieren que lo de las dos mitades probablemente seguirá siendo cierto en 2019. Pero es perfectamente posible que el Frente Amplio deje de ser la mitad mayor (cautela: esto también parecía posible antes de las elecciones de 2014, pero no ocurrió).

    Por otro lado: la legislación electoral establece que si en octubre nadie tiene mayoría absoluta, en noviembre habrá un balotaje o segunda vuelta. Las estabilidades esperadas sugieren que esa segunda vuelta la disputarían el candidato del Frente Amplio y el candidato más votado de la oposición.

    Vista la relativa paridad entre las dos mitades, cambios electorales pequeños, incrementales, en sus resultados electorales pueden tener consecuencias políticas importantes. Incluso una modesta caída electoral del Frente Amplio (como la que ya hubo entre 2004 y 2009) implica la pérdida de la mayoría legislativa propia que ha tenido desde que llegó al gobierno. En ese caso, el Frente Amplio dejaría de ser un partido “predominante” (como les ocurrió a los colorados en 1958). Y también arriesga perder (cuanto mayor sea esa caída, mayor el riesgo) su cuarta presidencia consecutiva.

    Esa caída puede ocurrir. Es lo que muestran las intenciones de voto que registran las encuestas de los últimos meses. Sustantivamente, en los tiempos que corren 15 años de gobierno (y los cambios ocurridos durante el período) son muchos, aumentando la tradicional fatiga antigobierno. La situación de la educación pública, vista como muy problemática por el electorado y especialmente por las élites formadoras de opinión, difícilmente puede cambiar en los próximos tres años; más allá de las intenciones, el tiempo que queda probablemente ya no es suficiente. Tampoco ayuda que el oficialismo tenga problemas con la educación privada. La situación en materia de inseguridad pública (la principal preocupación del electorado), en cambio, podría mejorar, pero no lo sabemos. Además, podrían ocurrir mejoras objetivas modestas que no sean reconocidas o vistas como suficientes por los votantes.

    Incluso una modesta caída electoral del Frente Amplio no necesariamente ocurrirá. Las encuestas profesionales muestran que por ahora la caída de la intención de voto hacia el Frente Amplio no se traduce directa y plenamente en un aumento de las intenciones de voto hacia la otra mitad, porque aumentan mucho (por comparación con la historia previa) los indecisos. Y aquí también, sustantivamente, hay factores a favor del Frente Amplio. Probablemente el más importante: todos o casi todos los economistas creen que la actual situación de estancamiento económico tocaría fondo a más tardar en 2017, y muchos piensan que en 2018 (justo un año antes de las elecciones) se debería recuperar un crecimiento razonable, gracias principalmente a la situación internacional y regional, y a la probable nueva planta de celulosa.

    Entonces, frente a las elecciones, el Frente Amplio tendrá casi seguramente factores a favor y en contra. Teniendo todo en cuenta, el panorama que se puede anticipar desde hoy, a mediados de 2016, es incierto. Si este panorama se mantiene (esto es, si no ocurren cataclismos o acontecimientos de gran impacto a favor o en contra de alguna de las dos mitades), entonces las candidaturas y sus campañas serán decisivas.

    Considerando solamente a los tres partidos mayores de los últimos años: en estas circunstancias la más clara de las situaciones es la del Partido Nacional. Las encuestas lo muestran consistentemente como el partido principal de la oposición. No tiene divisiones internas del calado de las asignables al Frente Amplio (abreviando, las diferencias entre el mujiquismo, especialmente su ala radical, y el astorismo). Tiene dos líderes establecidos que ya fueron precandidatos y compitieron en las internas de 2014 (Lacalle Pou y Larrañaga). Por ahora no aparecen desafiantes a esos liderazgos y a medida que pase el tiempo más difícil será esa aparición. Si los blancos mantienen o mejoran sus virtudes y atractivos de hoy, uno de esos dos líderes probablemente será el principal desafiante del Frente Amplio.

    A la inversa, la situación del Partido Colorado es la más impredecible de las tres. Los colorados, como los blancos, tampoco tienen divisiones internas profundas. Pero que desde 2004 estén sistemáticamente en tercer lugar, detrás del Frente Amplio y los blancos, no los ayuda. La identidad de sus posibles candidatos presidenciales es la más oscura de los tres partidos. Las encuestas sugieren que hoy las dos figuras que más chances tendrían como precandidatos serían Bordaberry y Novick. Pero no se sabe lo que harán. El caso más complicado es el de Novick, porque no ha decidido (o no ha hecho pública una eventual decisión) si será parte o aliado electoral de los colorados, votando dentro de su lema, o si fundará algo nuevo.

    El Frente Amplio está en una situación intermedia, más cercana a la de los blancos. Por ahora, independientemente de lo que los interesados digan, muchos (o casi todos) asumen que sus dos precandidatos más probables son Astori y Mujica, las figuras presidenciables más veteranas de todos los partidos. Algunos piensan que solo Mujica podría evitar una candidatura de Astori.

    Deliberadamente o no, los acontecimientos recientes en el Frente Amplio no han favorecido la emergencia o consolidación de nuevos liderazgos. El nuevo presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, muy difícilmente puede ser precandidato porque le faltan las anclas sectoriales necesarias. El que sí podría serlo, Alejandro Sánchez, perdió.

    El dilema entre la renovación de las principales figuras y las eventuales certezas o seguridades del pasado es más agudo en el Frente Amplio que entre sus competidores. Sin embargo, ese dilema se resolvió a favor de “la seguridad de las figuras conocidas” en las elecciones de 2009 (Mujica) y 2014 (Vázquez). La experiencia particular del 2014 es irrepetible, porque Vázquez es Vázquez y en 2019 no puede volver a ser candidato. Pero la del 2009 sí es, en principio, repetible. De ahí, tal vez, la actual tentación mujiquista.