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    Las localías ya no pesan tanto

    Nº 2101 - 10 al 16 de Diciembre de 2020

    Desde que se puso en auge el fútbol a escala continental (tanto sea en nuestra América como en otras latitudes) se advirtió con mucha nitidez las diferencias entre jugar los partidos como local o hacerlo en calidad de visitante. Y hay muy claras evidencias de lo que venimos de señalar. Así, por citar un ejemplo bien paradigmático, en el histórico inicio de la Copa Libertadores —en el ya muy lejano mes de abril de 1960— Peñarol le hizo siete goles al campeón boliviano Jorge Wilsterman en el Estadio Centenario, demostrando una aplastante superioridad. Sin embargo, pocos días después, en la revancha jugada en La Paz, apenas pudo sacar un sufrido empate en un gol por bando. Es claro que la inusual altura de esa ciudad influyó grandemente en dicho resultado, pero igual ya fue una primera muestra de que, sea por una circunstancia geográfica de ese tipo, o por la mera incomodidad del visitante de tener que jugar en un medio o ambiente diferente, la chance del dueño de casa de obtener un buen resultado se acrecentaba sensiblemente. Sin perjuicio de que el permanente aliento de las tribunas, generalmente colmadas, contribuía también en grado sumo a que ello aconteciera. Al punto que era casi una constante que el cálculo de posibilidades de cualquier equipo, en un régimen de partidos de ida y vuelta, se hacía sobre la base de ganar los partidos de local y procurar rescatar algún punto de visitante. Y los números generalmente lo confirmaban. Al menos, hasta que últimamente se advierte que algo está cambiando, al punto que lo que antes era una mera esperanza, hoy suele convertirse en realidad.

    Pruebas al canto. Al culminar la fase de grupos de la actual Copa Libertadores los equipos que oficiaron como locatarios pudieron ganar poco más de la mitad de los puntos disputados (un 59%), y apenas seis llegaron a la meta propuesta inicialmente, o sea, obtener el 100%. Para explicarlo más gráficamente: de un total de 96 partidos los locatarios ganaron 50, empataron 20 y ¡perdieron 26! (si atendemos al caso de nuestros representantes en este torneo, hubo un total de tres victorias, un empate y dos derrotas en casa). Y para mejor explicar el relativo peso que hoy tiene el “factor localía”, baste recordar que —en la actual edición— Nacional supo ganar en Venezuela y en Avellaneda y, sin embargo, perdió ante Racing en el Gran Parque Central. En tanto que por la Copa Sudamericana nuestros cinco participantes lograron empatar sus respectivos partidos como visitantes, aunque solamente dos (River Plate y Fénix) pudieron ganar en Montevideo.

    Este panorama tan distinto al que se advertía tradicionalmente, tiene a nuestro juicio una explicación muy evidente, cual es la existencia de la pandemia de Covid-19, que desde los primeros meses del corriente año está azotando sin tregua al mundo entero. Y que ha determinado que, por razones sanitarias, los partidos de fútbol vengan disputándose sin público en sus escenarios. Esto, de hecho, implica que el dueño de casa ya no puede contar con el permanente aliento de sus parciales, lo que obviamente hace que la chance del visitante se vea robustecida. Al tiempo que esa especial coyuntura permite explicar también alguna situación difícil de entender; al menos, a juicio de quien esto escribe.

    Así, nos resultó llamativa la postura táctica exhibida por Nacional en el reciente partido en su propio estadio, ante el ecuatoriano Independiente del Valle, el que recién logró definir en la tanda de penales, accediendo así a los Cuartos de final de la Copa Libertadores. Aunque ya hayan transcurrido varios días, vale recordar que en esa oportunidad el técnico tricolor Giordano (que venía siendo muy elogiado desde que asumiera el cargo, incluso en el partido de ida ante el mismo rival) optó por un planteo ultraconservador, cediéndole claramente el campo y la iniciativa a su oponente. Algo que no dejó de sorprender y que, a nuestro juicio, no pareció ser lo más acertado. Es cierto que, luego del empate a cero en Ecuador, un gol del visitante podía complicar la clasificación tricolor, pero igual o mayor riesgo se corría —y efectivamente así fue— si se resignaba casi por completo la búsqueda del arco rival, amontonando hombres en la zona defensiva. Y algunos hechos elocuentes así lo acreditan. Nacional tuvo una única jugada de gol, precisamente en la primera acción del partido. Después no llegó a inquietar siquiera al guardameta rival. Mientras tanto, pese a amontonar hombres en retaguardia, su adversario generó y dilapidó varias clarísimas situaciones de gol, un Rochet colosal evitó algunos otros y, ya en el epílogo, llegó el que estaba al caer (aunque el VAR apareció providencialmente para anularlo).

    Para decirlo más claramente: durante todo el transcurso del partido nos dio la sensación de que Nacional era el visitante e Independiente el dueño de casa. Y que el tricolor solamente aspiraba a no perder el partido. Y tanto fue así que nos vino a la memoria esas resistencias casi heroicas cuando un equipo uruguayo, jugando como visitante ante un rival de fuste, se defendía como podía durante todo el cotejo, hasta que le hacían un gol sobre la hora y todo ese esfuerzo se venía al suelo. Fue pues, a nuestro juicio, un riesgo excesivo el que asumió Giordano; y su expresión desolada cuando llegó el anunciado y agónico gol ecuatoriano, vino a confirmarlo en toda su dura dimensión (aunque instantes después, tras la definición favorable por penales, fueron todas sonrisas). Y algo más: creemos que ese planteo tricolor tan poco ambicioso, solo pudo ser puesto en práctica por el inteligente técnico tricolor, en estos especiales tiempos de pandemia, puesto que, en condiciones normales, el fervor inclaudicable de las tribunas colmadas por los hinchas tricolores no se lo hubiera permitido.

    Sin embargo, esa misma fórmula —posiblemente con algún ajuste— puede ser muy válida para encarar el partido de ida frente al linajudo River argentino, en la noche de hoy. Su adversario —aparte de ser uno de los “grandes” del futbol sudamericano— posee excelentes futbolistas y un técnico que hoy no solo está al tope entre los mejores a ese nivel, sino que tiene un acabado conocimiento de los defectos y virtudes de Nacional, en el que jugó hace unos años y al que luego también supo dirigir. Ganador del torneo en 2015 y 2018 y finalista el año siguiente, esta vez clasificó enfrentando a discretos equipos de Chile y Perú y al poderoso San Pablo, pasando de fase a expensas del Athlético Paranaense. Seguramente el Millonario habrá de resultar un rival extremadamente duro. Aunque, por las razones antes señaladas, el equipo de Giordano tendrá esta vez, como inconmensurable aliada, la especialísima circunstancia de que las tribunas del local habrán de estar vacías.