Nº 2149 - 18 al 24 de Noviembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáQuizás haya sido Heber Raviolo quien mejor definió la personalidad engañosamente oscura de Líber Falco, el poeta que a 10 años de su muerte, ocurrida en 1955 —había nacido en 1906, en el barrio de Jacinto Viera, Montevideo—, se convirtió en sujeto de culto de la juventud uruguaya y, entre las décadas de 1960 y 1970, y quizás después, motivó a musicalizar sus poemas a artistas como Larbanois-Carrero, Darnauchans, Lazaroff, Bonaldi y Viglietti, entre otros: Triste, solo, pobre, amigo.
Falco publicó en vida tres libros, Cometas sobre los muros (1940), Equis andacalles (1942) y Días y noches (1946). Tiempo y tiempo quedó inconcluso por su fallecimiento y fue editado póstumamente por sus amigos, incluyendo allí dos de las letras de tango que el poeta había escrito, junto a su padre Fernando y a Domingo Bordoli —los que le pusieron música—, con espontáneos y olvidados aportes de sus amigos Castro Canel, Mario Arregui, Carlos Denis Molina y Pedro Picatto.
Fue un típico hombre de barrio, tal como se concebía a este en su tiempo, fiel participante de encuentros en el boliche y las largas charlas nocturnas de la bohemia, donde siempre aparecía una guitarra. Pero, al mismo tiempo, fue un trabajador responsable que vendió pan, cortó pelo y barba, pasó por una imprenta y llegó a corrector de pruebas de diarios y libros. Se casó a los 29 años con la compañera de toda su vida, Dilia Fernández, con quien no tuvo hijos.
En un reportaje, dijo cierta vez: —Quizás la propia uniformidad de este paisaje donde amaneció mi mirada me obligara a pensar y la vida me pareció un poco monótona pero también misteriosa.
De educación escasa, básicamente un autodidacta, se convirtió en amante de las palabras, de entre las que tomó las más simples y las más hondas, luego de abundar en lecturas de Dostoievski, Tolstoi, Antonio Machado, Rolland y César Vallejo.
Comenzó a escribir a los 16 años y no paró hasta su muerte.
Era, si se me permite decir, una melancolía caminante. Su universo se definió en Jacinto Vera, las recorridas de calles gastadas por sus zapatos y la amistad regalada sin estridencias pero a raudales, sincera hasta el hueso. Nunca se consideró un intelectual, publicó poco y sus escenarios se redujeron a elementos muy sencillos y terrenales. ¿Estilo? Tal vez inclasificable, pero con una musicalidad propia, inimitable, y una impresionante sobriedad metafórica.
Un hombre así, un poeta así… ¿cómo iba a escapar del tango, “la única música que te espera”?
En esas noches bohemias pergeñó varias letras; la música salía espontáneamente —aunque nunca se escribió ninguna— de los rasgueos de la guitarra en manos de su padre o de Bordoli, que sabían tocar y no de oído. Con lacerante fidelidad a su austera forma de ser, a su modestia excesiva, jamás permitió que se registraran partituras y la mayoría de sus textos se perdieron al correr de los años. Fue Bordoli quien rescató los dos que hoy se conocen —Vía muerta y Tardecita—, que Heber Raviolo publicó, como ya referí, en Tiempo y tiempo.
Hay coincidencia, tanto entre amigos como entre críticos, al transcurrir del tiempo, que el mejor, el que lo representa fielmente, es el primero:
—Como un muñón quedó tu / hierro silenciado / que por las partes mostró / su luz incierta, / y hoy en tu fría soledad / de vía muerta / solo, y ya viejo, recorro tu carril (…) Aquellos ojos / verdes / detrás de una / ventana / evocan mis / recuerdos / de joven soñador. / Como esta vía / muerta / truncada en su destino, / aquellos ojos / verdes / fijaron / mi ilusión (…) Todo ha borrado / el lento polvo del olvido, / y es este /, pero es otro, / aquel balcón; / se ama lo que murió / porque ha vivido, / envejeciendo junto al corazón…
¿Qué puede añadirse hoy a lo ya dicho acerca de la poesía de Líber Falco, e incluso de sus letras de tango, sobre todo por quienes estuvieron al momento de la creación, en un ambiente de luz tenue, una suerte de benevolencia compartida y humo de cigarro formando extrañas figuras?
Quizás, solo quizás, repetir aquella frase de Bordoli que tal vez pocos recuerden:
—En el supuesto caso de que su prestigio decaiga y se llegue a una ignorancia casi completa —como la que vivió— para nosotros seguirá siendo exactamente el mismo. Esto es posible que no sirva para la historia de la literatura, pero sirve para que vivamos entre recuerdos principales y nos muramos con ellos.