Lo peor es resbalar

Lo peor es resbalar

escribe Fernando Santullo

7 minutos Comentar

Nº 2141 - 23 al 29 de Setiembre de 2021

En el segundo capítulo de la serie estadounidense La directora, uno de los profesores de Literatura de una pequeña universidad es filmado por sus alumnos en el instante en que, en medio de una charla sobre literatura e ideología, se refiere al fascismo. Un instante antes y un instante después, el profesor está hablando de cualquier otra cosa, pero cuando se refiere al fascismo se burla de dicha ideología haciendo una parodia del saludo nazi. Uno de los alumnos que lo está filmando con su celular selecciona solo el momento del gesto burlón, elimina el audio, le dibuja un sombrero y un bigote de Hitler y lo sube a las redes. Con ese formidable argumento, un puñado de estudiantes se reúne en la puerta de Departamento de Literatura para pedir que se expulse a los nazis de dicha universidad. Entre ellos, y en primer lugar, el profesor.

En el tercer capítulo el profesor, que es el clásico liberal progresista gringo y que obviamente no es nazi, decide tener una charla abierta sobre el incidente con los estudiantes en el patio del campus. El decano, su jefa de departamento y el responsable de Relaciones Públicas de la universidad le dicen que no lo haga, pero él, ingenuo y anacrónico, insiste usando el argumento de que la universidad es el espacio por excelencia de la libre expresión y el debate. Las cosas obviamente salen mal: los estudiantes dedican el encuentro a señalar que él, hombre, blanco y relativamente exitoso, no tiene el menor derecho a decir nada a nadie ni a mencionar a nadie que no sea de su propia etnia. Y, dado que su etnia es la privilegiada, lo que debe hacer es callarse la boca y marcharse por donde ese puñado de estudiantes concienciados le indique. Esto eso, irse de la universidad porque sin duda es un nazi.

La directora es una serie de este año, recién estrenada por Netflix. Como toda serie estadounidense producida por dicha cadena, además de ser una comedia (lo es y bastante buena) también se toma la molestia de explicarle al espectador cuáles son las coordenadas sobre las que hay que entender cada idea que se presenta en la pantalla. Es verdad, en La directora al menos a uno le queda la duda de si el catálogo de ideas woke que se muestra quizá pueda estar presentado con cierta ironía y hasta cierto espíritu crítico. Y eso es algo que por lo general no ocurre dentro del universo didáctico de Netflix. Si así fuera, sería un avance.

En todo caso, si algo deja claro ese momento de la serie, es que ese alumnado, que en breve será parte de la élite académica y cultural de ese país, hace mucho tiempo que dejó de mirar las cosas con un mínimo sentido de apertura. Que la idea de la razón fue abandonada hace rato, por lo menos en los departamentos de estudios culturales de las universidades de Estados Unidos. Y que el estudiantado se dedica ahora a buscar microenemigos con nombre y apellido a los que arruinar la vida. Y que se dedica a esa destructiva batalla simbólica mientras su rico país se convierte de manera inexorable en uno cada vez más desigual y egoísta.

Se dirá que todo esto es ficción, que el lío planteado es un exceso del guion, que los estudiantes universitarios son capaces de distinguir un gesto que parodia a los nazis de un nazi de verdad. Que son capaces de entender la importancia del contexto. Que pueden distinguir una idea buena de una mala sin tener que pasarla por el tamiz de la etnia o el género. En definitiva, que son capaces de separar realidad de ficción. Sin embargo, la serie parece ser el resumen de un puñado de casos que efectivamente ocurrieron y ocurren en la vida real.

Uno que ha cobrado notoriedad en estos días es el del profesor Peter Boghossian, docente de la Universidad Estatal de Portland, especializado en pensamiento crítico y ética, quien el pasado ocho de setiembre presentó la renuncia a su cátedra. Uno de los instrumentos docentes que usaba Boghossian era llevar a sus clases invitados que sostenían puntos de vista divergentes y a veces extravagantes, terraplanistas, antivacunas, etc., no porque pensara como ellos, sino precisamente porque no pensaba como ellos. Una herramienta que permitiera a sus estudiantes aprender a enfrentarse con ideas distintas a las propias y a ejercitarse en la construcción de argumentos.

El profesor descubrió que ese mecanismo incomodaba a una parte de sus estudiantes, que se sentían violentados cuando una idea contradecía las suyas. Boghossian estaba entrando en conflicto con la idea de los safe spaces, esto es, que los estudiantes universitarios tienen el derecho a tomar sus clases sin que en esas clases aparezcan ideas que les resulten incómodas u ofensivas. Por supuesto, en esta particular visión de las cosas, el único que define qué, cuándo y cómo algo ofende es el ofendido. Sus problemas fueron aún mas graves cuando, en vez de bajar la cabeza y pedir disculpas por algo que no había hecho, Boghossian hizo público su desacuerdo con la “cultura de la ofensa”, esa que impide el diálogo franco y científico en un ámbito creado, precisamente, para que esa clase de diálogo exista.

Esta situación derivó en una investigación de parte de la universidad por discriminación y acoso, casi nada. Sin embargo, la investigación no logró demostrar que Boghossian hubiera incurrido en esas violaciones a la norma, por lo que el profesor fue despachado con la prohibición de opinar sobre “las clases protegidas” o dar clases sobre eso. Llegado ese punto quedó claro que no se trataba solo de estudiantes molestos, ya que fue la universidad la que estableció los límites ideológicos de lo que el catedrático podía o no enseñar. Y, de yapa, lo mandó a tomar clases con un coach.

Para colmo de males Boghossian comenzó a recibir amenazas. También se hizo correr el rumor de que era violento con su esposa, le dejaron bolsas de mierda en la oficina, su nombre apareció en pintadas junto a una esvástica y cada tanto recibía una escupida caminando por el campus. Como en la serie, según la universidad y según los estudiantes, el nazi era él y no quienes efectivamente realizaban la clase de acoso violento y visceral que caracterizó a los nazis reales. Se me escapa cómo esa virulencia, esa irracionalidad, esa prepotencia burra y soez puede asociarse con alguna clase de lucha social en pro de algún bien común.

Supongo que no debe ser casualidad que Boghossian firmara con James Lindsay el artículo trampa más famoso de 2017, El pene conceptual como constructo social, en donde desarrollaban una sarta de delirios usando el vocabulario de la teoría de género pos estructural y que fuera publicado por una revista científica del palo. Más tarde y junto con Helen Pluckrose, los tres enviaron 20 artículos de similar grado de delirio a revistas con revisión de pares, logrando publicar cuatro de ellos y que otros tres fueran aceptados. Da la impresión de que en ciertos ámbitos académicos lo peor no es la libertad, como cantaba Sumo. Lo peor es que tu cháchara vacía y autoritaria quede en evidencia. O a lo mejor Sumo sí tiene razón y en ciertos ambientes, que deberían ser intelectuales y ya no lo son, lo peor es resbalar. Capaz que hay material para hacer una serie sobre eso.