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    Lo que no se hace

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2244 - 28 de Setiembre al 4 de Octubre de 2023

    Los presidentes son muy importantes por lo que hacen, pero tanto o más que por eso, por lo que evitan. Esa es una premisa que suele repetir el colorado Julio María Sanguinetti, a cargo de dos gobiernos desde la restauración democrática en 1985, y que comparten muchos otros de sus colegas. Hacer, sí, lo que se pueda. Pero sobre todo evitar que se deshaga, que se improvise, que se afecten los cimientos y que la sangre llegue al río. Algo así como administradores de situaciones límites o reductores de daños.

    No solo Sanguinetti lo piensa. En el libro El horizonte: conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica de los periodistas Alejandro Ferreiro y Gabriel Pereyra, los dos expresidentes coinciden en ese punto. “Yo suelo decir y algunos me critican por ello, que cuando uno está en el gobierno, es tanto más importante que lo que hace, aquello que evita. Lo que no hace”, dice Sanguinetti. “Yo he dicho que, para el presidente, habría que elegir un comandante de bomberos, porque en realidad, la función más importante es apagar incendios”, responde Mujica.

    Así lo ven dos veteranos dirigentes con la experiencia de haber ocupado el principal cargo público del país y con la sabiduría que otorga la distancia. Uno exguerrillero, otro artífice de la transición de la dictadura a la democracia, históricamente enfrentados, pero con la misma conclusión en un tema trascendental. A ellos se suma Ignacio De Posadas, otro político de la vieja guardia que tuvo un rol protagónico en un gobierno muy distinto a los de Sanguinetti y Mujica, encabezado por Luis Lacalle Herrera. Es más, a De Posadas con Sanguinetti lo separa una importante distancia desde el punto de vista personal y con Mujica desde el punto de vista ideológico. Pero igual los lee con atención y coincide.

    Dice De Posadas en una carta que envió a Búsqueda hace dos semanas, en la que hace referencia a lo leído en el libro por Sanguinetti y Mujica: “Reflexiones similares recuerdo haberle oído al Dr. Lacalle Herrera y a Jorge Batlle y, más cerca en el tiempo, el actual presidente parece compartir esa visión, humilde, de la realidad del poder gubernamental, cuando dice que su meta es que los uruguayos sean más libres. No es poca cosa, pero tampoco algo tan ambicioso”.

    “En realidad, es supersensato lo que dicen estos señores y conlleva la fuerza de una experiencia personal, en tiempos distintos, con ópticas y realidades diferentes, tanto personales como políticas”, agrega.

    Supersensato a su vez lo de De Posadas. Es como lo que se dice de los jueces de fútbol. Cuanto menos se hable de ellos es que mejor están haciendo su trabajo. Están ahí para que las cosas funcionen, para que el partido fluya, para que los protagonistas sean los jugadores y no las decisiones arbitrales. Eso no quiere decir que no las tengan que tomar con la mayor firmeza posible. Pero lo que no deben es interrumpir innecesariamente el juego.

    Así también es con los presidentes, según relatan sus propios protagonistas. Son tantos los problemas por los que atraviesan diariamente, las posibilidades de desviarse del camino, las tentaciones a poner todo patas para arriba, que uno de los valores más importantes que deben tener es la mesura. Ejemplos en otros países sobre gobernantes que no tienen tan incorporada esta premisa de evitar hay muchos, y más en la región. Es preferible que sigan siendo ejemplos extranjeros.

    El problema surge cuando esa tan necesaria virtud que aducen los mandatarios y varios integrantes de sus gabinetes de evitar incluso más que de hacer se traslada al resto de la estructura estatal pero mal entendida. Está muy bien evitar locuras, especialmente desde la cima de la pirámide, pero eso no significa pararse enfrente de cualquier intento de reforma para que no avance, asumir que cambiar las cosas es hacerlas mal, tratar desde los distintos resortes de poder del Estado de que todo se unifique y que se mueva lo menos posible.

    Eso está pasando en Uruguay. La estructura estatal está tan extendida y anquilosada que funciona como un anticuerpo a todo lo diferente. Son tantos los años en los que todo se hizo igual, en los que repetir prácticamente la misma rutina era sinónimo de seguridad y permanencia, en los que se fue agrandando y agrandando la zona de confort, que ahora eso funciona como un gran cerco que tiene a los innovadores encerrados y desmotivados.

    Habría que cambiar esa adicción al continuismo y a la pasividad porque en algunos ámbitos es absolutamente imprescindible dejar hacer. La apuesta debería ser a que cada líder pueda tener espacio para concretar su proyecto sin el temor de que eso sea casi como protagonizar una revolución clandestina.

    El ejemplo más claro es la educación. Ese es un ámbito en el que se debería dejar hacer lo máximo posible y empoderar a los directores de los distintos centros educativos. Las actuales autoridades y en especial el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, son defensores de dar autonomía a los centros de estudios para que cada cual aplique sus propios planes con base en una coordinación central. Pero la realidad es que la estructura educativa sigue siendo gigantesca, inmovilizadora y termina ganando la pulseada en la mayoría de los casos.

    Algo similar ocurre con los hospitales y centros de salud, los hogares del INAU para menores, los CAIF, prácticamente todos los lugares en los que el Estado trabaja directamente en formación o cuidado. Habitualmente, los que mejor funcionan son los que tienen a cargo a una persona o un equipo con mucha iniciativa y ganas de hacer. Terminan concretando solo una parte de sus ideas, pero con eso ya es suficiente para que se haga la diferencia. Otros prefieren no hacer olas y eso lleva a un estancamiento contraproducente.

    Ejemplos de los positivos y negativos hay varios, algunos de los cuales consulté expresamente para escribir esta columna. Pero todos prefieren mantenerse en el anonimato. Le tienen temor a esa especie de gran hermano que parece que siempre se termina imponiendo. Y mientras él gane, será poco el avance. Gobierna la medianía y la burocracia y eso no provoca ruido, pero tampoco habilita los cambios necesarios.

    Por eso, que sigan siendo los presidentes los que evitan, pero que también eviten a los que no dejan hacer, que están ganando la batalla de fondo. Ese sí que es un incendio.