Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDe las muchas razones que sustentan el poder de sugestión de Las metamorfosis, el poema magno de Ovidio, una de ellas tiene su base en que el discurso, dentro de la variedad plástica de su propuesta, está deliciosamente impregnado de elementos dramáticos.
Hay escenas tan vigorosas, tan enteras, que tenazmente nos acompañan despiertos o dormidos: acaso el drama más profundo está contenido en el mito de Acteón despedazado por sus propios perros por orden de Diana; o de Penteo descuartizado por las bacantes y, en particular, por su propia madre. Es fácil entregarse al persistente estupor frente a las suficientes descripciones de la furia de Tisifón, llena de dramatismo, apareciéndose a Athamas e Itso: sostiene una antorcha en manos ensangrentadas, su capa también está ensangrentada; está ceñida de serpientes, sus brazos también están entrelazados con ellas, también hay serpientes en su cabello y en su pecho, y todas estas serpientes silban, chasquean la lengua y escupen veneno. A todas partes la acompañan sus leales servidores, los Sollozos, el pálido Miedo y la irrefrenable Locura. Una feroz batalla, cuyos detalles prefiero ahorrarme de evocar, pletórica no solo de dramatismo sino también de todo tipo de elaborados horrores se representa entre Aquiles y Cicno, hijo de Poseidón que tomó el bando de los troyanos. Aquiles lo ahorcó con su casco… pero no se conformó con eso. Nos cuenta Ovidio que Poseidón lo convirtió en cisne y permitió de ese modo que no quedara recuerdo del estado en el que habían quedado sus despojos tras ser objetos directos del afamado furor de héroe griego.
La versatilidad estilística de Las metamorfosis nos lleva del sofocante realismo al naturalismo extremo, pero también al simbolismo de atmósferas delicadas. La belleza manda en el discurso, y así como puede cebarse en el horror lo hace también en la pureza, en lo rítmico y grato de la vida. Esto último es menos frecuente, pero cuando aparece es difícil que uno se puede apartar sin quedar imantado por el abrazo de sus imágenes. Quizá una de las escenas memorables a tal respecto sea la representación de la música de Orfeo, actuando sobre toda la naturaleza, y en particular sobre varios árboles, de los que ilustra con epítetos de gran plasticidad, al igual que lo hace con los pavorosos callejones del inframundo oscuro e inclemente.
La influencia de los espectáculos teatrales se nota especialmente en aquellos episodios del poema en los que aparecen personajes alegóricos. El poeta crea escenas tan ricas en teatralidad que podrían servir como un excelente lienzo para espectáculos de pantomima y danza. Desde este punto de vista resulta sumamente interesante la descripción de la cueva del dios Sueño, a la que se dirige la mensajera de los dioses, Iris. La acción aquí se desarrolla con gradualidad y se muestra en todos sus elementos espectaculares: se describe la entrada a la cueva, el espectador es conducido al centro mismo del reino del sueño, donde la deidad del Sueño descansa en el sofá; enseguida el poeta traza un velo opaco de un solo color ante el cual emergen figuras de visiones durmiendo en varias poses. Se muestra un efecto inesperado, que la aparición de la centelleante diosa Iris produce en esta tenue paz crepuscular. Sus movimientos están claramente representados. Ella empuja a un lado las visiones durmientes y se dirige a la cama del Señor de los Sueños. El dios que despierta apenas levanta los párpados y se golpea el pecho con la barbilla. Como actores secundarios están los sirvientes del Señor de los Sueños, entre los que se cuenta Morfeo, que tiene la costumbre de imitar a los humanos y se reencarna en varias imágenes y representa a diferentes personas, usando palabras y gestos familiares para todos, imitando sus voces y su forma de andar.
La puesta en escena es perfecta, y se diría que el autor preparó antes una maqueta para disponer los actores y los movimientos, los escenarios y las tensiones como si se tratara propiamente de una pieza teatral de tan vívida que resulta. En el Palacio del Sueño se nos presenta el trono en el que se sienta Helios, vestido con una túnica púrpura adornada con piedras preciosas. A la derecha y a la izquierda están los Días, seguidos de los Meses, los Años, las Edades y las Horas a distancias iguales; luego están las estaciones. Con los mismos elementos de teatralización, se representa el Palacio del Rumor, donde prevalecen con insistencia la diosa de la Envidia y la diosa del Hambre.
Decir que su obra resulta fascinante es retacearle justicia al poeta.